The Boys: una grotesca historia del poder y los superhéroes

Los superhéroes son supertipos. Es decir, además de poder detener una bala con el pulgar y el índice o derretirte el cerebro con una mirada láser, constituyen un ejemplo de civismo, de conciencias tan limpias que parecen frotadas con lejía. Ellos, llamados a ser símbolos de la paz, lo mismo bajan de una altura a un gato arisco, mascota de una pobre anciana en andador, que destruyen un meteorito como un polvorón. 

En las últimas décadas, las editoriales de cómic han intentado evitar los maniqueísmos insulsos; es decir, el bueno buenísimo que lucha contra el malo malísimo. Han enriquecido a los personajes con conflictos internos y encrucijadas morales; incluso, están de moda los antihéroes, aquellos que se encuentran en la frontera entre salvadores y criminales. No obstante, a pesar de esta evolución argumental, las fábricas de ensamblaje de héroes, como Marvel y DC, aún no pueden permitirse que sus creaciones no salven el día.  

Quizá por ello, The Boys, una serie de Amazon Prime, llame tanto la atención: el cambio de paradigmas en el rol de los superhéroes en las sociedades ficticias que habitan. ¿Qué sucedería si ellos no fueran más que herramientas de control, pero no desde la fuerza bruta, sino desde lo ideológico y lo comercial? 

Con tres temporadas emitidas y una cuarta en camino, el show nos cuenta acerca de una realidad donde existen hombres con habilidades especiales. Ellos usan capas, antifaces y leotardos —la parafernalia de siempre—, y para la opinión pública son lo mismo que ha preconizado los productos del género, buenos samaritanos. Sin embargo, muchos son personas quebradas por el poder y la fama.  

Pertenecen a Vought Internacional, una empresa que se dedica a vender la imagen de los súper, como merchandising, y enriquecerse con sus rescates, muchos de ellos puros montajes. A simple vista, notamos que la serie, basada en el cómic homónimo de Garth Dennis y Darick Robertson, es una crítica velada al sistema capitalista. 

The Boys, de donde toma su nombre, es un grupo de personajes que forman algún tipo de organización —todos ellos con una trasfondo trágico provocado por los excesos de los súper—, cuyo objetivo es denunciar la corrupción de Vought Internacional y de vez en cuando eliminar de la manera más sádica posible uno de los descontrolados hombres y mujeres con poderes. Lo curioso de este grupo es que trabajan para la CIA. 

Incluso, en la segunda temporada, le hicieron un guiño al mandato de Donald Trump y al ascenso de los supremacistas blancos durante este. Presentan a Stormfront, un personaje fascistoide, que a través de un discurso de odio y chovinismo logra crear un ejército de seguidores. Pero como sucede con diversas series que se venden como crítica, señalan un error a corregir dentro del sistema, no al sistema que lo genera. El establishment es intocable. 

Emplean un recurso que no es nuevo, aunque aún no pierde su efecto dentro del arte: el uso de lo grotesco y la ultraviolencia como una vía para demostrar los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Es un producto visualmente transgresor; no por lo vanguardista, sino por la crudeza de sus imágenes. Encontrarás sesos y sangre a borbotones. Mas, no se utiliza de manera injustificada —el morbo por el placer del morbo—, porque está acorde con los presupuestos artísticos y comunicativos que persigue la serie. 

Es una parodia, y como tal la mayoría de las situaciones que presenta y los giros argumentales son exageraciones, hipérboles narrativas y versiones adulteradas de referentes de la cultura pop. Por ejemplo, The Seven es un calco estereotipado de la Liga de la Justicia. El rol de Superman lo tendría The Homelander —el patriota si lo traducimos—, un personaje en extremo sádico y que representa la corrupción que puede conllevar el poder en sus formas más puras. 

The Boys juguetea con la crítica acérrima a una civilización controlada por las corporaciones, pero no pasa del divertimento. Para aquellos que buscan un producto que presente a los superhéroes de una manera diferente, fuera del canon clásico, resulta una entretenida opción; siempre que la consumamos con una actitud crítica. Esta grotesca historia del poder de los superhéroes al final pertenece también a la industria del entretenimiento, la misma que satirizan en sus tres temporadas.  

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