La osadía de ser liniero

A punto de entrar en sus cuarenta, Osmani Ramírez Grullet mantiene la vivacidad y la valentía de hace 15 años, cuando decidió incorporarse a trabajar como liniero en su natal Guantánamo. “Había capacidades y entré”, comenta sin importancia, como quien asume una circunstancia común o decide emprender una profesión sin riesgos. La verdad es que Osmani no es consciente de su grandeza ni del ímpetu que encierra su trabajo. Sí, ser liniero significa, entre otras cosas, ser valiente.

Casi ningún niño sueña con dedicarse a reparar tendidos eléctricos, ni levantar postes del suelo después de un ciclón, ni trabajar horas y horas para solucionar una avería, esa palabra trágica que te anuncia, cuanto menos, horas sin electricidad. Tampoco fue el caso de Osmani; sin embargo, no imagina su futuro alejado de este trabajo. A pesar de las carencias, de portar los mismos uniformes de hace un año, o las botas que gentilmente le regalara un amigo, no renuncia a una profesión que ha hecho suya.

“A veces nos llegan dos o tres quejas a la semana; otras, ninguna. El trabajo aquí fluye y se organiza de acuerdo a las brigadas y la disponibilidad de transporte, que no siempre existe. La tarea fundamental es la atención al cliente, solucionar las averías y, en mi caso específico, el mantenimiento y construcción. Asumimos todo lo que haga falta, ya sea un poste dañado o caído, un pararrayos que se rompe, cable a tierra…”, comenta y continúa enumerando operaciones en las que se involucra casi a diario, en el municipio Matanzas y varios de los territorios aledaños.

En poco más de un año, en la Atenas de Cuba, Osmani ha participado en varias reparaciones en Unión de Reyes, Cárdenas y Varadero. En una de ellas, la más compleja, según afirma, le tocó recorrer una distancia de casi 14 kilómetros para llegar a la línea afectada.

“Fíjate si caminamos que casi llegamos a Mocha. El problema es que aquí en Matanzas, por lo que he podido ver, hay líneas ubicadas en lugares de muy difícil acceso, adonde los carros no pueden llegar, y nos toca a nosotros hacer ese trabajo a pie. Ese día no se me olvida, terminé mata’o”.

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Ser liniero también es saber que en teoría trabajarás 10 horas, pero que en la práctica tu tiempo ya no te pertenece, deberás estar disponible a cualquier hora; no importa si es domingo, si llueve, si amanece mientras arreglas una línea, sin siquiera tomar agua, o si de pronto no tienes todos los medios necesarios. Ser liniero también es arreglarse con lo que haya, resolver, hacer la luz en el mejor sentido de esa frase.

“En la empresa hay una escuela de capacitación; los que llegamos pasamos el curso y cada dos años nos vamos superando. Yo estuve cinco años en Venezuela, trabajando en mi especialidad y como chofer. También estuve dos años en una ‘brigada en caliente’, que son las que trabajan directamente con la corriente. Eso es lo que más me gusta. Ahí también viví la experiencia más impactante, cuando uno de mis compañeros hizo contacto. Fue tremendo, pero gracias a Dios se salvó”, relata y, aunque el incidente pondría un freno a cualquiera, para él este tipo de trabajos es su máxima aspiración.

“A mí me ha cogido, pero boberías, nada para asustarse. Sueño con estar en una brigada en caliente de nuevo, me gusta mucho la técnica de varas, eso que algunas personas le dicen manos mecánicas, para trabajar la corriente a distancia. Aquí en Matanzas no existen las condiciones ahora mismo, pero hay que soñar”.

Ser liniero es que tus vecinos no sepan lo que es una avería y hasta reclamen cuando llega un apagón, y que al final entiendan, te respeten y te admiren. Ser liniero entraña más sacrificios que remuneración, más incomprensiones que gratitudes, más tareas que descansos. Ser liniero no será el propósito de muchos, pero es el anhelo de Osmani, un hombre con la dignidad y el coraje estampados en la frente.

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Sobre el autor: Lisandra Pérez Coto

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