En ocasiones la vida se empeña en poner límites a la felicidad. Pocos conocen el dolor que les causa a los bailarines dejar a un lado las zapatillas de punta o no poder deslizar las manos por la barra que constantemente los ayuda a danzar. A mi amiga más cercana le diagnosticaron anorexia con solo 14 años de edad.
Trazarse su propia dieta la llevó a adelgazar hasta el punto de someterse a tratamientos médicos. El insomnio dijo presente y no la deja dormir por más de cinco horas al día. Su cuerpo no es el mismo. Ha sufrido cambios en esta etapa de la adolescencia. Los profesores recetan con la vista y ni siquiera consultan a los especialistas de Medicina.
La presión psicológica sobre la pérdida de peso la llevó al colapso. Los graves problemas de salud la consumen. El apoyo de sus padres es el consuelo más grato para ella. Sus palabras son capaces de expresar el torbellino de emociones que le genera su mente. A veces le asusta hablar porque existen conversaciones que le hacen daño.
Mientras los días pasan, los profesores celebran y aprecian su delgadez. Hasta la felicitan y desean que continúe en ese peso. Ellos no se percatan de que el desgaste emocional la agobia. El ambiente para reforzar su autoestima no es el correcto. Solo piensan en la estructura física de los bailarines.
A pocas semanas de diagnosticarle la enfermedad sus padres deciden pedir traslado hacia una secundaria básica. La bailarina está de acuerdo. Sabe que su salud es lo primero y su vida va mucho más allá de hacer lo que realmente ama.
Le es imposible olvidar que incursionó en la escuela vocacional de arte sin preparación alguna. La precisión de sus refinados movimientos hizo que el jurado la colocara entre las primeras seleccionadas. Ser la mejor bailarina de su año no estaba en sus planes, aunque siempre se esforzó hora tras hora intentando encontrar la perfección.
Hoy comienza la recuperación de su cuerpo. Reconoce que el proceso para eliminar por completo los trastornos de conducta alimentaria tardará años. El miedo injustificado la persigue y siente que retomar su peso le resulta difícil pero no imposible. “Salir adelante”, la frase que más repite cuanta persona se le acerca. Mientras habla de su delgadez extrema unas lágrimas siempre corren por su rostro.
Terminó la obsesión por su estricta apariencia física. Dejó atrás el lado oscuro del ballet. No permite que este camine junto a ella. Sin filtro y sin delicadeza insiste en la frase: “el tiempo lo cura todo”. La felicidad no es completa.
El ballet marcó huellas en la bailarina con grandes cicatrices, pero su vida y su salud están por encima de las preocupaciones. Mientras la abrazo tan fuerte que apenas puede hablar, me susurra al oído que una retirada a tiempo es la elección correcta. (Por: Lauren Bosmenier Ponce, estudiante de Periodismo)