Para un país con un marcado envejecimiento poblacional, cualquier decisión en pos de hacer más llevadera la vida a los adultos mayores habría de centrar la labor de directivos gubernamentales y el pueblo en general.
Según los indicadores demográficos, con el tiempo el número de personas de la tercera edad irá aumentando. Por ello, se hace necesario trazar políticas públicas que dirijan su atención a este estamento de población.
Mas, a veces, las pequeñas acciones tienen un impacto más certero por su inmediatez. Esa lógica debería motivar a todos los que se desentienden de su realidad más próxima e intervienen constructivamente en el entorno, sin pensar tan siquiera que cualquier obstáculo que se interponga en las aceras dificultará el avance de un anciano.
Nos topamos así cada día con rejas que abren hacia afuera de los hogares, escalones que impiden el paso público o, para mayor desatino, materiales de construcción que se depositan en las áreas comunes.
A ello se suma la escasa educación vial de algunos motoristas y conductores de automóviles, que deciden colocar sus vehículos sobre estos espacios por donde circulan los peatones.
La vejez debería enfrentarse sin más sobresaltos que los consabidos achaques que el almanaque va sumando al organismo. El transcurrir de los años pudiera ser bendición, si con el desgaste propio de la edad llegara el respeto y pleitesía que merecen los mayores.
En sociedades antiguas, los pobladores se reunían alrededor de los patriarcas para escuchar sus enseñanzas, porque quien ha vivido mucho tiene mucho contar. Y la sapiencia acumulada convertida en experiencia nos permite evadir tropiezos. Eso lo sabían los antiguos, supuestamente menos desarrollados.
En la actualidad, para muchas familias los integrantes de más edad se convierten en estorbo, y la propia sociedad contribuye a esta amarga tendencia, ignorando que por la calle también andan, lentamente, seres envejecidos que a veces no logran divisar aquel hueco que dejó la ausencia de la tapa de una alcantarilla.
Avanzar por ciertos lugares se ha convertido en una verdadera carrera de obstáculos. En muy pocas cuadras puedes transitar libremente sin que te veas obligado a bajar más de una vez hacia la calle por los tantos parapetos que surgen.
Los ejemplos abundan, como en la propia calle Ayuntamiento que desemboca en Medio, en esta urbe. En el último tramo colocaron un cesto de basura que impide caminar por la acera, y que curiosamente sirve de protección a determinados vendedores de productos alimenticios que ubicaron sus sillas allí. Se atrincheraron en la vía pública (las aceras también lo son), ante los ojos de todos y con total impunidad.
Tal pareciera que más allá de la carestía de la vida que afecta a muchos ancianos, también se conspira para que apenas puedan salir de casa. Por suerte, existen regulaciones urbanísticas que pudieran contrarrestar este problema. Debemos poner todo nuestro empeño en brindarles una ciudad libre de barreras arquitectónicas. Este sería uno de los primeros pasos para contribuir con una mejor calidad de vida a su existencia.