Cuando llega, mi casa se transforma de inmediato. El orden pasa a un segundo plano; resulta increíble la facilidad que tiene para, en pocos minutos, virarme el cuarto ‘patas arriba’.
Sin embargo, es el caos que más tolero, un desorden permitido. Sus visitas se transforman en regocijo, en el alboroto que refleja la esencia misma de la felicidad.
Entonces, apruebo aquello de que cuando en un hogar no hay niños falta algo, porque son esos chiquitines traviesos los que dan alegría a la vida, los que provocan risas gratuitas, lloran, gritan, y al final los consentimos.
Todavía está pequeñita, pero ya estoy preparada para asumir esas muchas y continuas preguntas que sé que vendrán. Entretanto, me resigno ante el cansancio para ser parte de sus juegos y apoyar en su crianza.
Justo hoy, cuando se celebra el Día Internacional de la Infancia, pienso en la dicha de tenerla en la familia, uniendo lazos, disfrutando cómo crece, viviendo y siendo felices, sin importar que el cuarto o nuestra sala parezcan auténticos campos de batalla.
Y aunque siempre la cuidamos, el momento es especial para darle un gran beso y llenarla de mimos; así como de seguro ocurre ahora en la mayoría de los hogares cubanos y también en otros espacios donde la infancia es magia.
Que esta sea una jornada de complicidad y armonía, en la que se escuche la mágica algarabía de nuestros infantes, que jueguen, retocen, sonrían, y por qué no; hasta que hagan algunas de sus travesuras.