Museo de la ruta del esclavo
Domingo, 5 de noviembre de 1843. Tarde de tambores en los barracones de Triunvirato. El mayoral hace caso omiso a la algarabía; al fin y al cabo, lo mismo sucede domingo tras domingo: los esclavos bailan, cantan; sonríen a su modo, con un rictus de zozobra mal disimulado, luego del sol y el látigo de toda una semana. Mas, en cuestión de un par de minutos que se tornan largos como noches de cepo, el baile se convierte en marcha; el canto en grito; la risa en locura y ansia por fin desatadas.
El 5 de noviembre de 1843, los ingenios de Ácana, La Concepción, San Miguel, San Lorenzo y San Rafael fueron testigos de una de las primeras rebeliones de personas esclavizadas de la historia Patria, cuando un grupo de gangás y lucumíes, entre ellos la legendaria Carlota y la menos conocida Fermina, única mujer fusilada en Cuba, llamaron a sus dotaciones a rebelarse contra la mano que tan injustamente los castigaba.
Hoy, un museo recuerda este pasaje de las luchas sociales en la mayor de las Antillas; conjugando su connotación, además, con la de una gesta trasatlántica cincuentenaria cuyas razones para no ser olvidada rezuman en cada una de sus paredes; justo allí donde el esclavo una vez dejó las huellas de sus dedos, tintas en sangre de opresor.
TRIUNVIRATO: TIERRA REBELDE
El Museo del Esclavo Rebelde (Monumento Nacional), ubicado en el municipio Limonar, Matanzas, se encuentra en lo que una vez fue el ingenio Triunvirato, perteneciente a la familia Alfonso Soler, que poseía alrededor de 15 instalaciones de igual tipo en zonas aledañas. Su nombre responde al consorcio comercial entre tres hermanos de dicha casta, quienes deciden unir esfuerzos para enriquecerse a partir de la incipiente industria azucarera y, de forma solapada, mediante la trata de esclavos africanos.

Andrés Manuel Rodríguez Cabrera, director del Museo, resalta valores históricos y patrimoniales del mismo, como sus constantes hallazgos arqueológicos, entre ellos el tren jamaiquino; objetos de la época, ya sea bienes de la aristocracia azucarera o herramientas de sometimiento; y, sobre todo, la presencia en sus inmediaciones del Monumento al Esclavo Rebelde, inaugurado por Fidel Castro durante una visita de Nelson Mandela en 1991.
Precisamente al Madiba sudafricano pertenece la frase que acompaña un mural del artista plástico Wilfredo Díaz, en las afueras de lo que una vez fue la casa del mayoral: «el pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África»; resumen de la segunda y más trascendental connotación del grito lucumí emitido por Carlota y los suyos hace casi dos siglos.

UN CONTINENTE DESMEMBRADO
Aunque los historiadores nunca se han puesto de acuerdo en cuanto a este dato, la versión más difundida sugiere que fue Raúl Castro quien nombró la misión militar cubana en Angola como «Operación Carlota», declarada oficialmente un 5 de noviembre de 1975, a 132 años de la sublevación esclava y cinco décadas del presente.
Rodríguez Cabrera posee una visión incluso más profunda de la interrelación entre ambos hechos, sucedidos en siglos y continentes diferentes, más allá de la deuda histórica con los antepasados africanos: «Carlota murió desmembrada, y eso era también lo que querían hacer el imperialismo y el apartheid con Angola y el resto de África».
En 2015, la instalación museográfica abrió un nuevo local: la Sala Tributo, dedicada a la gesta internacionalista en territorio angoleño, cuya principal y más estremecedora propuesta al visitante es la lista en orden alfabético de los 2106 combatientes cubanos fallecidos durante la Operación Carlota.

Hoy, a 50 años del inicio de uno de los episodios más significativos de la Cuba posrevolucionaria, el Museo del Esclavo Rebelde restaura sus atractivos, en homenaje, parafraseando a Retamar, a los muertos sobre los que caminamos nosotros, los sobrevivientes.
RENOVACIÓN VERSUS OLVIDO



En los últimos meses, el Museo ha sido objeto de un grupo de remodelaciones que incluyeron la restauración de sus cinco salas, variaciones en el montaje museográfico y un mantenimiento general al Monumento.
«El bronce es un material que tiende a deteriorarse, sobre todo en la intemperie. Los muchachos del Grupo Fénix hicieron un trabajo muy minucioso en ese sentido», refiere Rodríguez Cabrera.

El equipo integrado por Amed Carmenate Ruiz, Eduardo Castillo Tolón y Ana Mary Rosales Blanco dotó a las estatuas de una imagen renovada, similar a la nacida de las manos de Alberto Lescay por petición expresa del Comandante en Jefe.
El Museo del Esclavo Rebelde forma parte de la Ruta de las Personas Esclavizadas, establecida hace poco más de tres décadas y a la cual pertenece también el Castillo de San Severino, en la capital provincial. Su renovación, más allá del valor patrimonial de sus instalaciones, constituye un llamado a no olvidar a Carlota, Triunvirato y 2 106 nombres y apellidos que atraviesan la historia de dos continentes.

