Los opinólogos

Los opinólogos

En las redes te puedes encontrar “swifties” —fanáticos a Taylor Swift—, terraplanistas, modelos frustadas cuyos seguidores cuelgan de un hilo (dental), señoras que te envían postales de Feliz Lunes y el canario Piolín, muchachos que se creen interesantes por subir una foto en blanco y negro con una taza de capuchino. Sin embargo, entre todos ellos, en este texto quiero referirme a un espécimen determinado: los opinólogos. 

Estas mujeres y hombres imagino que vivan en circuitos en que los apagones sean como el lobo malo, puro cuento de niños, y no tengan que fajarse a los puños con el día para poder llegar al siguiente, porque, realmente, no encuentro otra manera en que les sobre tanto el tiempo como para poder inmiscuirse en cualquier debate, rollo o chancleta que se forme en las redes sociales. 

No importa el tema o la hora —¡Esa gente son lechuzas!— ni si ellos en verdad dominan lo más mínimo el asunto en cuestión. Lo único que en verdad les preocupa es quedarse callados. Por eso meten la cuchareta en todo. 

Por ejemplo, hace poco existió una controversia tonta con una canción infantil de Enid Rosales, quien musicalizó un poema de Alexis Días-Pimienta que hablaba sobre cuando los niños van al baño. Pero, ¡válgame Dios!: utilizaron el término caca. Empezó una reyerta que giraba sobre los excrementos. No uso la palabra que comienza con M para que no se forme un lío sobre si los medios de prensa deben utilizar ese vocabulario o no. 

El ser humano, como animal que vive en sociedad, tiene el derecho de dar su opinión sobre lo que desee. Creo en el libre albedrío y en los países que se construyen en colectivo. No obstante, hay quien sobreexplota dicha potestad. 

En Cuba, durante años, los espacios de diálogo e intercambio oficiales han fallado por falta de la retroalimentación necesaria en cualquier proceso comunicativo, el anquilosamiento de muchos procedimientos y la rigidez de alguno de los oidores. Con la llegada de las redes, se creó una especie de ágora, patio central de solar que se ha aprovechado para verter inquietudes y preocupaciones. 

Esto, bien encauzado, puede ser un arma eficaz del poder popular, como hace poco sucedió con las declaraciones sobre los deambulantes en la Asamblea Nacional. Mas, también la web se presta para que muchos inyecten su veneno, lancen sus frustraciones como petardos o estén convencidos en la levedad del juicio, sin que valga que este último sea ofensivo, discriminatorio o fomente la desinformación. 

Ahí entra el batallón de los opinólogos, de los que hablan por hablar, los que hablan sin leer, los que leen los post sin leer los post —se quedan en el “copy” y no consultan el texto o el artículo, o solo le prestan atención a las dos primeras líneas de texto—, los que postean sin saber muy bien de qué van a postear y lanzan al aire lo primero que les venga a la cabeza. 

A esos no les ocupa investigar ni cotejar fuentes o sentarse cinco minutos a reflexionar si lo que quieren comentar ya se dijo antes o si van aportar un nuevo punto en el intercambio. Sencillamente, quieren sentir su voz, en un tipo de regodeo intelectual, de egocentrismo 2.0. 

Aclaro que el desahogo existe y “el niño que no llora no mama” ni le ponen Paw Patrol. Funciona como terapia de choque y los cubanos han encontrado en la web un buen lugar para realizarla; pero incluso con esta se debe tener una medida. La cólera solo por ser cólera no resuelve nada. Aquellos que generan odio no se pueden sorprender si reciben odio a cambio. 

Sin embargo, los sujetos a los que abordo en este comentario trascienden más el desahogo. En vez de buscar un poco de aire cuando están en el fondo de la piscina, parecen esos que salen de ella en cámara lenta y mueven el cabello para que gotitas de agua vuelen por los aires o se deslicen por la piel bronceada. Ellos no quieren ser, solo mostrarse. No son esencia, solo apariencia. No son producto, solo vidrieras. 

Por favor, señores opinólogos, no creen caos por el caos. No piensen que su verdad es la única verdad. Ayuden a la construcción de un consenso y no a la propagación del ruido ensordecedor.

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