
El espectáculo del poder y la geopolítica del arrinconamiento contra Venezuela
Si hay algo que los más de diez años en este oficio me han enseñado es a reconocer el guion. No el que se escribe en las redacciones, sino el que se coreografía en los salones de guerra del Pentágono y se representa en los escenarios globales para una audiencia que debe sentirse intimidada, o al menos, impresionada.
La última función tiene lugar por estos días en el cálido mar Caribe, con el buque de asalto anfibio USS Iwo Jima como protagonista y un elenco de marines que, nos aseguran, no están “ejercitándose”.
El Secretario de Guerra de Estados Unidos, Pete Hegseth, lo dejó claro desde la cubierta: “No se equivoquen. Esto que están haciendo en el Caribe no es un entrenamiento. Es un ejercicio real en nombre del interés nacional de los Estados Unidos, para acabar con el ENVENENAMIENTO del pueblo estadounidense”.

La frase, grandilocuente y cargada de un belicismo que recuerda los peores momentos de la doctrina Bush, pretende justificar lo injustificable: el despliegue de un poderío militar abrumador frente a las costas de un país soberano. Hegseth, un personaje cuya retórica suele lucir mejor en los estudios de Fox News que en los complejos análisis geopolíticos, no habla de “narcotráfico” a secas. Habla de “envenenamiento”, un término escogido para evocar una guerra química, biológica, una amenaza existencial que legitime cualquier respuesta. Es el mismo libreto usado para Irak y sus inexistentes armas de destrucción masiva, pero con un elenco renovado y un escenario más cercano a casa.
Para el ojo entrenado, la obra es tan vieja como el mismo imperialismo. Primero, se construye el relato del monstruo. En los años 2000 —¿recuerdan?— fue Osama Bin Laden, Al-Qaeda, “La Lucha contra el Terror”, Saddam Hussein y sus armas fantasmas. Hoy es Nicolás Maduro y el “Cartel de los Soles”, una narrativa convenientemente amplificada por medios y figuras opositoras alineadas con Washington, como la impresentable María Corina Machado, quien repite el libreto de que su país es la “mayor amenaza” para la seguridad de EE.UU., un país que gasta en defensa más que las siguientes diez naciones combinadas. La ironía sería cómica si no fuera una cruda —y peligrosa— realidad.

Segundo, viene la escalada ritual. No es casualidad que los discursos de Hegseth y los reportes de destructores acercándose —como los tres buques Aegis reportados por Reuters— coincidan con una orden ejecutiva de Trump que autoriza el uso de la fuerza militar contra “cárteles”. Es el uso de la justicia para dar validez a la agresión, la creación de un marco legal ad-hoc para una intervención. Es el mismo manual aplicado una y otra vez: se criminaliza al Estado, se le declara una amenaza transnacional y, luego, cualquier acción contra él se enmarca como “defensa propia” o “lucha contra el mal”. Bien sabemos nosotros los cubanos de esos ruidos.
Tercero, está el espectáculo mediático. Las imágenes del USS Iwo Jima, los discursos beligerantes, las filtraciones a la prensa… todo está calculado para el consumo interno y externo. Para la audiencia doméstica, es un mensaje de “fortaleza” y acción contra un enemigo que distraiga de los múltiples problemas internos. Para la audiencia internacional, y especialmente para Venezuela y sus aliados, es un mensaje de intimidación: “Estamos aquí, somos poderosos y no dudaremos”.

Pero detrás de la cortina de humo del “envenenamiento” y la “lucha antidrogas” —una excusa que EE.UU. ha usado para intervenir en América Latina desde la administración de Richard Nixon— yace la realidad de los intereses geopolíticos y económicos. Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo. Un país con un gobierno soberano, alineado con China y Rusia y el nuevo mundo multipolar y que desafía la hegemonía estadounidense en su patio trasero es una piedra en el zapato que el establishment de Washington no está dispuesto a tolerar.
El objetivo final no es salvar al pueblo estadounidense del “envenenamiento” —una idea risible si se considera que el fentanilo que tanto daño hace en Estados Unidos no proviene de Venezuela y entra por la frontera con México—. Se hace todo esto para doblegar un gobierno que se atreve a desafiar el orden unipolar, para recuperar el control sobre unos recursos estratégicos vitales y enviar un mensaje contundente a otros actores globales: el Caribe sigue siendo un “mar norteamericano”.

Este despliegue es, en esencia, la respuesta de una potencia en declive relativo que intenta afirmar su dominio a través de la coerción militar frente al avance imparable de un mundo multipolar. Es el mismo patrón de conducta que hemos visto aplicado contra nuestra Revolución, o en Siria, Ucrania y el Mar de China Meridional.
Frente a esta arremetida, Venezuela no se ha cruzado de brazos. El gobierno de Maduro, con el respaldo de su Fuerza Armada Nacional Bolivariana, ha activado sus protocolos de defensa y ha denunciado ante el mundo la provocación. Pero más importante aún, cuenta con algo que Estados Unidos subestima constantemente: la resiliencia de un pueblo que ha resistido años de sanciones asfixiantes y una guerra económica brutal, y el apoyo de aliados internacionales clave.
Los socios estratégicos de Caracas han reiterado su rechazo a cualquier acción militar y su apoyo a la soberanía venezolana. Este respaldo no es solo retórico; es una realidad geopolítica que eleva el costo de cualquier aventura militar para Washington. Atacar a Venezuela no sería como invadir Granada o Panamá en los 80. Sería precipitar un conflicto de consecuencias impredecibles a nivel global.
¿Significa esto que mañana veremos desembarcar marines en La Guaira? Es muy poco probable. Esto es fundamentalmente “geopolítica mediática”: un espectáculo de presión. El establishment de EE.UU. no es suicida. Sabe que una invasión abierta sería un pantano sangriento, un desastre humanitario y un error estratégico de dimensiones épicas que galvanizaría la resistencia en toda América Latina y aceleraría la formación del mundo multipolar que tanto temen.
Pero el peligro no reside en una invasión frontal inminente. El peligro real está en la escalada continua, en las operaciones encubiertas, en el financiamiento de mercenarios, en los intentos de desestabilización interna y en la lenta asfixia económica mediante sanciones. El objetivo es rendir por cansancio, por hambre, por desesperación. ¿Les suena?
La función teatral en el USS Iwo Jima es solo un acto más en esta larga obra. Nuestro deber como periodistas, y como internacionalistas conscientes, es desenmascarar el guion, explicar los mecanismos del poder y solidarizarnos con un pueblo que, una vez más, se ve obligado a defender su derecho a existir como nación libre y soberana. El mundo multipolar que emerge no se construirá sin lucha, y el Caribe, una vez más, es una de las trincheras donde se define el futuro. Que no cunda el pánico, pero que no baje la guardia. La historia nos está mirando.