La familia duele, pero salva

La familia duele, pero salva.. Cartel: Luis Daniel Báez Ramírez

Cartel alusivo a la familia. Por: Luis Daniel Báez Ramírez

Hace tres años que no veo a mi hermano, y con la noticia de que la aerolínea alemana Condor dejará de enviar vuelos a Varadero probablemente no nos encontremos en un buen tiempo. A mis padres los veo cada vez menos, viajar de Matanzas a San Miguel, ida y vuelta me está costando unos novecientos pesos. Aun así, intento darles una vuelta una vez al mes.

La fiesta de la boda tendrá que esperar a que mi suegro, que vive en el exterior, pueda reunir vacaciones y dinero para poder venir. Le hace ilusión poder llevar a su hija de la mano al altar: bastantes acontecimientos importantes ha tenido que vivir por videollamada.

Uno de mis primos me dice que se va del país, mientras otro, desde España, me cuenta que emigrar es duro, que me olvide de la carrera profesional que estudié, que aprenda a manejar un camión o un oficio. ¿Todavía estaré a tiempo de ser un buen carpintero?

Mientras tanto, uno se aferra a los amigos que quedan, esa familia artificial que uno se inventa, por afinidad, elección, o coincidencia, para poder resistir.

La familia en Cuba es un tema sensible, porque la ausencia y la distancia duelen en los huesos. Pocos son los que se pueden dar el lujo de tener cerca a los suyos o al menos la posibilidad de abrazarlos cuando les plazca, sin que medien pasaportes y visados.


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Cada año, son menos los privilegiados que tienen al familión entero en las fiestas de fin de año, en los cumpleaños, en el Día de las Madres. Casos extraordinarios que nos recuerdan otros tiempos, otras vidas.

Las madres y padres solteros, que se multiplican para ganar un poco más, para «resolver» infancias dignas para sus pequeños, en medio de vidas precarias. Los abuelos que han tenido que criar a sus nietos ante la ausencia de sus hijos, los que les sacan la raspa a los años y la calientan al carbón para que sea comestible.

Los que han decidido ser padres ante la ausencia de los biológicos, convirtiéndose a pulso en «los de verdad» en los que serán recordados. Los que no les ha quedado más remedio que ser hijos y cargan con el anciano de la esquina, porque la jubilación no le alcanza y un poco de arroz con frijoles le salva la vida y una hora de conversación le dan razones para seguir viviendo.

La familia en esta isla se vuelto un acto de fe, en una palabra, que pesa como las circunstancias, y en sinónimo de resistencia, porque solo no se salva nadie. Hemos transmutado en una especie de familia/país, unidos por el mar y la fe.

Pero al final, de eso va la cosa: de acortar distancias, de aferrarse a la sangre y al amor, de recordar los buenos ratos e inventarse unos nuevos, de tener la certeza de que alguien, en algún lugar del mundo, o del universo, está ahí pensando en ti, siempre, pese a todo.


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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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