Jesús Menéndez, rodeado de obreros, como tantas veces. Foto: Archivo de Granma
Toda la guapería de la que siempre hizo gala Joaquín Casillas Lumpuy, quien fuera el asesino del líder obrero Jesús Menéndez Larrondo, apodado con justicia por Nicolás Guillén como el Capitán del Odio, se deshizo en cuestión de minutos, al ser descubierto por los moradores del poblado villaclareño de Santo Domingo, mientras trataba de escapar. Luego fue detenido.
Casillas había sido designado por Batista para que tratara de frenar el avance indetenible de la Columna No. 8 Ciro Redondo, que, comandada por el Che, amenazaba con tomar Santa Clara. La misión no la pudo cumplir, por supuesto, ante el empuje de las fuerzas rebeldes. Entonces en un acto de desespero, y conocedor de que tarde o temprano la justicia revolucionaria le ajustaría cuentas por los numerosos crímenes cometidos, se vistió de paisano y trató de huir.
Mas, no sabía el malhechor que los suspicaces vecinos del lugar habían advertido que, entre la muchedumbre, había una persona muy parecida al asesino de Menéndez; lo que fue informado con inmediatez a las tropas del comandante del Ejército Rebelde, Víctor Bordón Machado, que operaban en la zona.
Ante la denuncia, los rebeldes se personan en el lugar y comprobaron que la sospecha resultó cierta. Detenido y confeso, Casillas Lumpuy fue llevado a un vagón ferroviario, donde debió ser protegido de los cientos de personas que, conocedores de la noticia, querían hacer justicia por el crimen cometido, por el deleznable militar batistiano, en el andén de Manzanillo, el 22 de enero de 1948.
El propio comandante Víctor Bordón narró a varios periodistas, en una de sus frecuentes visitas a la provincia, que aquel hombre no paraba de llorar y de suplicar que le perdonaran la vida. «Parecía un guiñapo humano», recordaba Bordón Machado.
Un día después de su detención, el 2 de enero de 1959, Casillas pagó por los crímenes cometidos y expió sus culpas el hombre que le disparó por la espalda al General de las Cañas, y que también cargaba sobre su conciencia la muerte de varios campesinos, mientras prestó servicio en el Oriente cubano.
MENÉNDEZ, UN LÍDER INCORRUPTIBLE
No hubo huelga ni manifestación obrera alguna de los trabajadores azucareros, en las décadas de 1930 y 1940, en la que no estuviera presente, dirigiendo y orientando al movimiento obrero, Jesús Menéndez. Con solo 28 años, en 1939, había resultado elegido delegado a la Asamblea Constituyente que elaboraría la Constitución de 1940, y fue nombrado Representante a la Cámara por el Partido Unión Revolucionaria Comunista.
Bajo su conducción se lograron varias conquistas para el movimiento obrero, entre ellas, establecer un fondo para el retiro de los trabajadores azucareros, el pago de horas extra, el aumento del salario y la jornada de ocho horas, además de ser un ferviente luchador contra el entreguismo al capital yanqui y la demagogia que pretendía sembrar la división en las filas de los trabajadores.
Fue, asimismo, el artífice del pago del diferencial azucarero, que consistía en el establecimiento de un acuerdo que garantizaba el aumento de los precios que Estados Unidos pagaría por el azúcar cubano, en la misma proporción en que aumentaran los de los productos que Cuba adquiría en ese país.
Con ese objetivo viajó a Estados Unidos, al frente de una delegación que discutiría ese convenio, el cual logró imponer, a pesar de las presiones y los intentos de sobornarlo. El resultado no pasó inadvertido para la reacción interna ni para el imperialismo yanqui, que se juntaron para fraguar el asesinato del líder sindical.
El 22 de enero de 1948, mientras viajaba hacia Manzanillo, invitado por Francisco (Paquito) Rosales, primer alcalde comunista de Cuba, Menéndez iba a ser detenido por el capitán de la Guardia Rural, Joaquín Casillas Lumpuy; pero el líder comunista se negó a tal proceder, alegando su inmunidad parlamentaria, como miembro de la Cámara de Representantes.
Furioso ante las serenas palabras y la viril actitud, el asesino le realizó varios disparos por la espalda. Eran aproximadamente las 8:30 de la noche del 22 de enero de 1948. De esa forma se consumaba uno de los crímenes más deleznables de la República Neocolonial en Cuba. Menéndez tenía 36 años recién cumplidos.
En el juicio realizado con posterioridad, Casillas Lumpuy fue considerado culpable, y condenado a varios años de cárcel; pero no cumplió la sanción, porque luego del golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, resultó reintegrado al ejército, e incluso, ascendido a Comandante.
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