Severance es una de esas series que pasó inadvertida por mi radar en 2022, cuando se estrenó. Algo de lo que me siento bastante satisfecho, la verdad; pues es justo este año cuando se estrenará su segunda temporada y, con un final tan sorprendente no creo haber soportado los tres años que demoró en llegar su segunda temporada. A los que así lo hicieron, mis respeto, pero qué mala suerte.
Bromas aparte, la serie que pone al actor Adam Scott (Mark Scourt) como puente narrativo entre lo que está fuera de la pantalla y la ficción se las arregla estupendamente para atraparte y no soltarte. He terminado la serie hace apenas cinco minutos, y eso que la empecé ayer.
Paradójicamente pude verla gracias a un período de abstinencia laboral, lo digo de esta manera porque uno de los temas que abarca dicha historia es la imposibilidad del hombre moderno de separar su vida de su trabajo. La adicción a él y el uso de sus ataduras para librarnos de experiencias puramente humanas le ha convertido en el villano amorfo por excelencia del siglo XXI. Un nombre que me viene a la cabeza es el de The bear, donde el restaurante de Carmen Berzatto se convierte en un verdadero campo de guerra, con emociones al límite y mucho, mucho estrés.
En el caso de Severance,su elección por el uso de la ciencia ficción y planos cerrados que desafían la ley de los ejes le confiere una atmósfera Kubricknesca. Hay vestigios en muchos de sus fotogramas de The shining o 2001: Space odyssey. Además, la extravagancia de los personajes, la incomodidad que trasmiten sus prolongadas, constantes y falsas sonrisas, sus inquisitivos ojos, su pelo perfectamente delineado: sin costuras: o la imitación imperfecta que intentan de un autómata y la tolerancia con que aceptan del asesinato con tal de poder existir, le hace merecedora de tan interesante adjetivo.
En este universo narrativo existe una tecnología que es capaz de separar tu mente en dos. Una mitad está reservada para trabajar y la otra para vivir. Durante ocho horas diarias trabajarás siendo una persona, y cuando termines la jornada te irás a casa siendo otra completamente distinta. Una versión no sabe nada de la otra. Los colegas de la oficina serán desconocidos si alguna vez te los encuentras en la calle.
Y si te falta un dedo o estás lleno de moretones, aparecerá un pedazo de papel en tu auto con una explicación escrita de lo que pasó mientras habías desaparecido; los únicos recuerdos a los que tendrás acceso son a los que hayas creado en tu trabajo: el resultado que alcanzaste en un trimestre, los premios que te dieron por ello, los regaños de tu jefe, las reuniones de departamento, las fiestas de cumpleaños… nada más: no existen recuerdos de tu niñez o comida favorita o serie o película favorita o primer amor o madre o padre… nada.
Y aun así, te preguntarás: ¿qué está haciendo mi otro yo?
Lumen es el nombre de la empresa a la que van a trabajar los protagonistas de esta distopía de oficina. La burocracia se pasea por cada uno de sus angostos y asépticos pasillos. Nunca sabremos qué se hace aquí, solo que hay un determinado número de equipos de trabajo: el de Refinería de Macrodatos, Óptica y Diseño, y uno donde se crían cabras bebés (aún sin especificar). Debe haber otros, pero nunca obtuvimos acceso a ellos.
Solo vemos lo que se nos permite ver.
Fuera de allí, somos testigos de una guerra política entre gente a favor y en contra de dicha tecnología. Quienes se oponen argumentan que es ilógico que aceptes vivir a ciegas durante casi la mitad del día sin saber qué estás haciendo. Existen grupos de poder que vamos conociendo a medida que la trama avanza, con lo cual somos conscientes del impacto que tiene este invento en todo el mundo.
Uno de los elementos de esta ficción que más me divierten es el constante aprendizaje al que están expuestos los personajes. Hay un momento donde se hace referencia a esto: dentro de la empresa ellos son simples bebés de apenas dos o tres años, pero con la constitución física de un hombre de edad media. Tal recurso narrativo funciona tan bien que convierte un libro de autoayuda proveniente del exterior en una especie de biblia best-seller escrita por un tipo demasiado optimista, y hasta pedante.
Si la señorita Baxter de Poor things, de Yorgos Lanthimos, descubre cómo funciona aquello y quienes le rodean mediante el sexo, para nuestro colectivo de refinadores el mundo se va haciendo más grande y misterioso a medida que salen de su oficina a explorar. Tal y como le pasaría a Truman con su show, cuando Jim Carrey no descansó hasta encontrar la oscura puerta que le llevara a la realidad. Es por ello que el conocimiento de la verdad tiene que sentirse mediante el uso del suspense.
Ben Stiller sabe esto, y por ello nos bombardea constantemente con información, con intercambios entre las dos dimensiones construidas y giros de guion tan susceptibles como la pieza faltante de un rompecabezas que sigue incompleto. Y este 11 de enero se estrena su segunda temporada, esperada en todo el mundo.