
Si yo recomiendo un producto como The Bear en un país como el nuestro, donde el drama sobre la cocina se vive más buscando ingredientes que preparándolos, la gente podría no tomarme muy en serio. “¿Una serie sobre el estrés de cocinar?” Ahora multipliquen esa frase por mil.
No exagero cuando digo que el público moderno está obsesionado con la metanarrativa. Ya sean libros, novelas, videojuegos, cine y series, etc., todo es consumible. The Bear se ha ganado un espacio propio dentro del storytelling contemporáneo, siendo una metanarrativa desde su concepción, y todo porque combina perfectamente una cocina, la comedia negra, el drama y aquel elemento fundamental que el cineasta Andréi Tarkovski definía como la función máxima del arte: el crecimiento espiritual.
Ya cuenta con tres temporadas en su producción que juegan con el absurdo, el suicidio, la esperanza, el trabajo duro y la disciplina profesional. Todos estos elementos se concentran en un restaurante de proporciones ínfimas donde pareciera que todo está a punto de explotar. Carmen Berzatto (Jeremy Allen White) es el recién llegado chef que se une al equipo de trabajo del local, primeramente llamado The Real Beef of Chicago, para luego ser bautizado como The Bear. Berzatto se hace dueño después de que su hermano mayor (Jon Bernthal) se suicidara. Es entonces cuando este talentoso chef comienza una silenciosa peregrinación para sobrepasar y sobrellevar la pérdida de su familiar y la ansiedad que sufrió en un entorno educativo tóxico.

Nuestro héroe tiene sus propios molinos que vencer. Disciplinado, pero también neurótico, le es difícil empatizar con otros o mostrar sus emociones. Es un excelente cocinero que probablemente sueña con platos, postres, o a qué temperatura exacta se debe cocinar un pedazo de carne. He ahí uno de sus problemas principales: no sabe cuándo dejar de pensar en su trabajo. Nuestro protagonista sigue los pasos del baterista de Whiplash (2014) y también se embarca en una odisea hacia la excelencia, pera esta se les escapa a ambos; no como a la ilustre bailarina interpretada por Natalie Portman en Black Swan (2010) que, aunque sí logró el culmen de su misión, se derrumbó en el acto.
La locura, las alucinaciones, la sangre, las quemaduras, el sudor. Son elementos presentes en la estética corporal y mental de estos personajes que tristemente harían cualquier cosa no con tal de alcanzar determinado nivel, sino de complacer a un mentor que sabe cuál fibra tocar para sacarles lo mejor y lo peor. Por eso, cuando se cocina en The Bear se está yendo a la guerra, se está luchando en el coliseo de Roma, se está peleando una íntima batalla de Waterloo. Todo eso con unos cuantos cuchillos, cucharas, tenedores y muchos gritos.
Hace unos años estábamos adaptados a series de veintitantos episodios y algunas temporadas de más. Las mañas del streaming han convertido a la ficción televisiva en un negocio de vida o muerte en el que todo se decide si una temporada fue vista o no por la suficiente audiencia, sin importar la calidad de la misma. Esta historia apuesta por ir al grano, por no andarse con rodeos. Aunque ya con una tercera temporada se note la pérdida de la frescura que antaño produjera su primera entrega, sigue siendo sólida en su estructura y disposición de episodios.
Con cameos sorprendentes que van desde Sarah Paulson, Jamie Lee Curtis, Bob Odenkirk, John Cena, Olivia Colman, entre otros, The Bear se ha convertido en una especie de Star Wars con apariciones sorpresivas, que no se sienten como una jugada corporativa en favor de poner una cara famosa en la pantalla. Son apariciones que cobran sentido, que aunque se trate de personajes secundarios aportan sabiduría y todo tipo de visiones a las situaciones desastrosas y esperanzadoras que ocurren dentro de la cocina.

Resulta difícil de ver, especialmente, para otros cocineros. Muchos afirman sentir ansiedad contemplando la ansiedad de tener que complacer en tiempo récord el apetito de otras personas. Puede sonar irónico y exagerado, pero, en esencia, la cocina es un símbolo de cualquier centro laboral. No podemos monopolizar qué trabajo es más difícil. Gabriel García Márquez decía que el periodismo es el mejor del mundo, y yo como periodista no estoy muy de acuerdo. Y esto es lo que pasa con millones de nosotros. Nos hemos convertido en engranajes de una empresa que produce y produce y produce… sin importar cuándo deberíamos parar. No es solo un problema de países capitalistas o socialistas, sino una filosofía mundial: trabaja hasta que no sepas quién eres, gánate ese dólar sin importar las consecuencias.
El talento de Berzatto se pone a disposición de un grupo de chefs reconocidos en el mundo entero y solo bastó uno de ellos para corromper la imagen del protagonista, para hacerle sentir que era un pedazo de basura con tatuajes minimalistas. La salud mental es el elemento infiltrado en una serie que todo el tiempo huele a sazones o salchichas hechas a la parrilla. The Bear habla del suicidio y la pérdida desde su primer episodio, es una crónica de cómo la ansiedad y una descuidada psique pueden influir en si una persona se va a pegar un tiro en la cabeza o no.
Jeremy Allen White lidera esta obra cómica que despista a los espectadores en cuanto a qué género pertenece. Es bastante obvio el uso del humor para sobrellevar las situaciones descarnadas que se cuentan; el drama también está, pero utilizado tan rápidamente que es casi imposible no olvidar lo que nuestros actores han dicho. Porque se hallan en medio de su trabajo y quieren ser buenos en él, no estropear nada, que todo salga perfecto. Los premios a White son prueba de cómo una generación obsesionada con el éxito puede empatizar con un personaje cuya salud mental podría ser mejor.

Como si se tratara de una epidemia, este sentimiento se esparce por todo el ecosistema y se impregna en los demás trabajadores del restaurante. Es así que nace una obra coral con tantos matices como sus histriones permitan. Interpretaciones diversas que convierten a esta serie en un cóctel de ansiedad y relajación, tanto para quien entierra muertos como para quien salva vidas. Porque el siglo XXI es atemorizante, sabemos demasiadas cosas sobre nosotros mismos, y existen tantas herramientas que nos conectan, y aun así cada día estamos más distanciados.
Tal vez preparar un plato de lo que sea pueda salvarnos como humanidad, quién sabe.
(Por Mario César Fiallo Díaz)