Massiel Cartaya: ese sentimiento inexplicable por la música

Desde niña Massiel va acompañada de su violín, al que logra sacarle las más hermosas melodías.

Massiel Cartaya Robaina pudo continuar la tradición familiar y convertirse en médico como sus padres, pero desde niña tenía claro que su camino sería otro. Mas, nadie sospechó cuánto de premonición había en la frase “Yo quiero ser músico”, pronunciada con fervor por la pequeña.

La joven se recuerda presentándose a las pruebas de aptitud de la Escuela Vocacional de Arte (EVA), con apenas seis o siete años. Fue un alegrón para la familia que aprobara el examen.

A la distancia rememora el encuentro inicial con su maestro de música Bienvenido Quintana. “Fue el primer profesor que tuve, quien me puso las manitos en el violín por primera vez. Le tengo gran admiración y respeto”.

En ese momento comenzaba una nueva fase en su vida. “Yo daba los viajes diarios hasta mi escuela, me levantaba bien tempranito, la guagua pasaba por el punto de recogida a las seis de la mañana”.

Desde niña Massiel va acompañada de su violín, al que logra sacarle las más hermosas melodías.

Los músicos tienen esa rara virtud de descubrir su vocación desde edades tempranas. El sueño de Massiel siempre fue convertirse en violinista, y para ello contó con el apoyo incondicional de sus padres.

“A mi papá lo he tenido toda la vida a mi disposición, ayudándome siempre, en todo lo que necesite para poder lograr mi deseo; al igual que mi mamá, de niña me llevaba a los conciertos de la Sinfónica en el Teatro Sauto”.

De su etapa como estudiante en la EVA, hace alusión a la doble carga que representaba llevar asignaturas como matemática y español junto a las vinculadas a su especialidad, como solfeo y armonía.

De esos sacrificios se va curtiendo la personalidad de un músico. Desde pequeño debe madrugar para llegar a la escuela, recibir tantas materias y ensayar su instrumento. Massiel fue venciendo cada período, robusteciendo su temperamento y dominando el violín.

Tras culminar el nivel medio, comenzó su servicio social en la prestigiosa Orquesta Sinfónica de Matanzas. La experiencia le atrapó, a tal punto que tras terminarlo se quedó, y ya han transcurrido seis años como integrante de la agrupación.

“Es un orgullo pertenecer a la Sinfónica, en la sección de cuerdas de la orquesta casi todos somos jóvenes. Defender un programa es un reto que se disfruta, así como trabajar bajo la batuta de nuestro director José Antonio Méndez Padrón. ¡Es un lujazo que agradezco siempre!”.

Nunca ha perdido el vínculo con el profesor Bienvenido Quintana, quien volviera a tener una incidencia directa en su formación al invitarla a formar parte de la Camerata José White.

Vale destacar que la joven no quiso limitar su existencia al dominio de un instrumento y decidió, asimismo, cursar estudios universitarios en Lenguas Extranjeras.

Quizás para otro mortal el hecho de sacarle música a un violín, “hacerlo cantar” como le han dicho más de una vez, le bastaría para sentir que triunfó en la vida, mas no para Massiel. Además de integrar la Orquesta Sinfónica, la camerata José White y fungir como solista, logró culminar sus estudios de licenciatura en Lengua Inglesa.

“Pude llevar ambas cosas. El idioma nunca fue un freno, todo lo contrario, cuando directores extranjeros dirigían la Sinfónica, yo servía de traductora para el entendimiento con los músicos. Siento como que potencia mi formación”.

Pero cursar otra carrera no representa una ruptura con el sueño que le ha acompañado desde niña y que ha concretado. Ella prefiere seguir su vida de músico.

“Me levanto temprano para ir a ensayar en la Sinfónica, después en la tarde con la Camerata; y muchas veces tenemos que ir a un tercer trabajo, en mi caso en Varadero.

“Me resulta difícil no poder disfrutar de las fechas señaladas como el 24 o 31 de diciembre; esas jornadas en que las personas se reúnen en familia, para nosotros significa trabajo. Pero es un sacrificio que ha valido la pena, y creo que lo valdrá siempre, porque me siento realizada”.

Pararse frente a un escenario todavía le produce sobresalto. El miedo, asegura, nunca le abandona. Señala como ejemplo un concierto junto a la Camerata, dedicado a Lecuona y a Esther Borja.

“El maestro Bienvenido Quintana me dio la oportunidad de interpretar algunos solos durante el programa. A pesar de los años, uno siente que el corazón se agita, te dices ‘ahí viene, vamos a hacerlo y hacerlo bien’. Quizás ese temor no se pierde del todo, pero esa carga, a la vez, te impulsa.

“Durante un concierto, en ocasiones, me digo: ‘Ahora viene esta parte’. Pienso en la dinámica, en la ejecución, si hay un pasaje que preocupa por la complejidad; pero casi siempre me dejo llevar, y no pienso en nada, solo voy sintiendo y me dejo arrastrar por ese mundo indescriptible que es la música”.

Massiel mantiene una relación de más de 16 años con el violín. Desde los ocho lo tomó en sus manos por primera vez y nunca más se ha apartado de él.

“Me maravilla la variedad de sonidos y sentimientos que se pueden transmitir a través del violín, lo versátil que es. Puedes interpretar lo mismo música clásica que música popular cubana.

“Cada instrumento es diferente, tiene su propia personalidad. El brazo es más grueso, la distancia; uno lo va conociendo, eso va con él y con las horas de estudio que pasen juntos.

“Muchas amistades se ríen porque a donde vaya llevo mi violín, siempre me acompaña. Si llueve yo me puedo mojar, pero él no, es como un niño pequeño. Lo cuido demasiado, es un sentimiento fuerte que no sé explicar”.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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