El Cinematógrafo: La octava mentira de Quentin Tarantino

El Cinematógrafo: La octava mentira de Quentin Tarantino

Todo ser humano ha contado un par de mentiras en su vida, pero existe un hombre con la particular misión (autoimpuesta) de contar solamente diez, con la esperanza de que se repitan centenares de veces. Para esa persona el cine ha sido una escuela y una iglesia. A ambos lugares se asiste regularmente y en ellos se tienen todo tipo de experiencias. Quentin Tarantino hizo de su trabajo esto, ver películas, analizarlas, vivirlas, comentarlas, recomendarlas; se ganaba la vida trabajando en un videoclub. Hasta que se atrevió a contar una historia.

A palabras de una de sus productoras, Reservoir Dogs fue para Estados Unidos lo que la new wave para Francia. La única diferencia es que la ola de Tarantino era de color rojo, como la tormenta de sangre que ve Danny en The Shinning. Y gracias a la providencia hemos tenido nueve huracanes de acción, violencia, cigarrillos, guiños a clásicos y no tan clásicos, obras favoritas para cada uno de nosotros y la dolorosa promesa de una despedida que cada vez se siente más cerca.

Después de la décima película de Quentin Tarantino, no habrá más películas de Quentin Tarantino.

En 2016, varios años antes de Once Upon a Time in Hollywood y después de su increíble Django Unchained, el director volvía a grabar un western considerado no convencional para algunos de sus fanáticos, lo que vendría a ser Jackie Brown después de Pulp Fiction, lo que se traduce en bajar la velocidad. Siempre he pensado que Tarantino conoce los géneros cinematográficos de tal forma que interpreta sus defectos y lucha por cambiarlos, introduce nuevas características a la par que concibe nuevas narrativas. Jackie… es una obra de blackxplotation, Kill Bill se hizo basándose en el estilo de producción de Hong Kong; Unglorious Bastards y Django… tienen argumentos vengativos donde la providencia anticlimática no interviene en la vendetta del protagonista.Después de esta vorágine de violencia, acción y diálogos tan ingeniosos como los del cine de los años cuarenta o cincuenta, aparece The Hateful Eight, la que siempre he considerado como un chiste del tipo un cubano, un ruso y un americano entran a un bar… Solo que con este autor cada uno de sus personajes está tan bien definido que el final del chiste se vuelve predecible, y no lo digo por malo. Ya sabemos quién dirige, ya sabemos cómo terminan sus películas, o, mejor dicho: qué tiene que aparecer en sus películas; si no, pregunten qué les pasó a los secuaces de Charles Manson al final de Once Upon a Time in Hollywood.

La película empieza de forma directa, nos presenta un plano gigantesco de Jesús en la Cruz, helado y condenado, la cámara se va alejando de nuestro salvador de madera y la imagen se sigue expandiendo a medida que la nieve lo cubre casi por completo. Tarantino nos muestra cuán lejos estamose de la gracia del señor. Aquí las leyes de Dios y los hombres no bastan para hacer entrar en razón a unos cuantos locos.

El suspense viene muchas veces con el director; Suspicion, de Alfred Hitchcock es una película que vi hace poco y demuestra el poder de su director, quien ya en 1942 convertía una cinta de este calibre en una escuela del género. Cary Grant y Joan Fontaine mantienen un matrimonio por conveniencia y del cual nosotros, por ser espectadores y por saber quién firma los créditos, nos esperamos el peo final. Con Quentin pasa lo mismo, no es necesario decir que un tiroteo es inminente, o una confrontación, o un giro, o un diálogo o una lección de historia americana.

La esclavitud y la búsqueda de la libertad las rodó excelentemente en Django…; ahora en The Hatful… se contiene un poco, como quien no le gusta repetirse. Se mete entonces con la guerra civil norteamericana sus consecuencias tanto para el Norte y el Sur, los crímenes de guerra cometidos y el racismo vigente al que no le importa la presidencia de Abraham Lincoln. Samuel L. Jackson ya no es narrador, o el negro de la casa, ahora es un cazarrecompensas veterano que trae consigo cinco cadáveres que cobrar y una carta del presidente.

Kurt Russell (a quien extrañaba desde la divertidísima Death Proof) hace acto de aparición como otro cazarrecompensas, The Hangman, si te atrapa vivo no mueres por una bala, mueres por la soga. Su personaje quiere ver a morir precisamente de esa forma a Jennifer Jason Leigh, la hermana de un importante jefe de una banda de forajidos. Y si el chiste no pudiera ponerse mejor; también hay un sheriff, un viejo veterano sureño, tres completos desconocidos, un cochero, un café envenenado y un buen número de revólveres.

Sobra decir que las interpretaciones son lo que le dan ritmo a la película, los diálogos, el misterio que se cierne sobre esta casa que transmuta en una zona de guerra. Al sheriff no le gusta uno de los cazarrecompensas porque es negro, tampoco le gusta al veterano sureño; a Jason Leigh no le cae bien Kurt Russell, por obvias razones: la está llevando a la horca. Es un argumento que recuerda a The Thing, de John Carpenter. El sentimiento de peligrosidad nunca desaparece, todo el mundo bebe con una mano y con la otra aprieta el cañón de su arma. ¿

Qué pasó aquí y quién lo hizo? Esas son las cuestiones. The Hateful Eight es un western con espiritualidad de who did it. Hay in misterio, unos cuantos cadáveres y mucho odio concentrado en cuatro paredes.

Puedo entender las razones por las que The Hateful Eight fue un parte aguas entre los fanáticos de Tarantino. Tal como pasaría con Jackie Brown e incluso Once Upon a Time in Hollywood. Pero, a este desvío en cómo se filma esta escena o cómo se encuadra esta imagen o actor, creo que se le debería considerar como una constante invención de preguntas. La necesidad del narrador de replantearse los métodos que le han hecho conocido y reinventarse.

En The Hateful… es donde más veces Quentin Tarantino ha grabado los pies de sus histriones, en Inglrious no deja de parodiar el imperio alemán al punto que lo destruye poéticamente con celuloide a la vez que modifica la historia, y en Django deja ver cuán buen director de actores puede llegar a ser, dándoles a Leo DiCaprio y Samuel L. Jackson una dupla de personajes que nunca escaparán de mi cabeza.

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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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