Cada mañana, Floro atiende los sembrados que tiene en el patio de su casa. Foto: Julio César García
Así, a un milagro, le achacan la sobrevivencia la mayoría de las personas que se encontraban la madrugada del 6 de agosto de 2022 en la Base de Supertanqueros de Matanzas.
Sin embargo, en boca de Floro Rodríguez la frase cede toda su magnitud a un desenfado ingenuo, rural, propio de quien no calibra sus palabras porque, inevitablemente, dice lo primero que le viene a la cabeza. A veces se interrumpe él mismo, como ahora, para espantar a uno de sus perros que ha cogido la maña de mearle las matas de ají.
El hombre vive en las afueras de la ciudad, en una zona alta donde la tierra es malagradecida, aunque él se aferra a sacarle algunas calabazas, plátanos y algún “puñao” de hortalizas. A un costado del patio se encuentra aún la pipa de leche con la que se internó aquella madrugada en la Zona Industrial. Como a todos los choferes del Ecil, a él lo movilizaron para abastecer de agua el lugar.
—Lo movilizaron no, se movilizó él solo-, aclara Norys Segura Díaz, su esposa, que a pocos metros escuchaba la conversación. “Mira que se lo repetí: Floro déjale eso a los jóvenes que ya tú tienes 70 años en las costillas… Floro, que vaya el chofer que comparte los turnos contigo, pero él se puso la camisa y se fue”.
—Todo fue una casualidad, una cabina casualidad- el hombre cambia de tema y hace como que no la escucha- En los 20 años que trabajé en un comando de bomberos jamás vi una candela como esa; y ahora, que estaba machacando en la pipa el último año pa’ jubilarme, pues me tocó esta historia”.
La intensidad del sol ya a las 10 de la mañana le impide regresar a los sembrados, por lo que hoy se conforma con amarrar su yegua en la caseta y limpiar un poco los corrales. Su esposa se pierde en la cocina para colarle un jarro de café.
Luego se baña y antes de ponerse el pullover me enseña la espalda, huesuda, estrecha, y mayormente cubierta de llagas.
“Yo no sé por qué pones esa cara si yo no me siento na’. Eso sí, cuando me excedo dando machete siento mucha picazón, y tengo que correr a la ducha, a refrescar. Pero nada más. Los psicólogos al principio me preguntaban por el estrés postraumático – me aprendí la palabrita– que cómo lo llevaba, pero yo no pienso en esa madrugada, y ahora, un año después, menos todavía. Estoy bien. A veces creo que mi mujer se afectó más con el incendio que yo”, dice risueño, una vez más.
EL INCENDIO SEGÚN NORYS
Aquella tarde estábamos en el portal cuando empezó el aguacero, y allí nos quedamos un buen rato. De su tiempo de bombero Floro se quedó con la manía, dice él, de calcular la distancia en la que caen los rayos a partir de la aparición del relámpago y el ruido posterior.
Están cayendo a diez o doce kilómetros, no más, me repitió en varios momentos, pero yo no le hice caso y lo metí para la casa por miedo a la tronadera.
Casi antes de acostarnos, como a las once de la noche, lo movilizan para la zona del incendio. No pude pararlo.
Yo me quedé atenta al teléfono toda la madrugada y alrededor de las cinco de la mañana me entró su llamada. A Floro se le entrecortaban las palabras, no porque estuviera nervioso sino por el celular, que es una basura y no se escucha bien, aunque de toda su jerigonza yo entendí clarito cuando me dijo ‘Mujer estoy quemado’.
No escuché más. Salí al patio, caminé un tramito, regresé, estaba desorientada y sola. No sabía qué hacer, me quedé bloqueada. Después supe que hasta un infarto cerebral me dio, el cuarto en toda mi vida.
Una hora después, casi a las 6 de la mañana fue que llamé a mi hijo, y él enseguida comenzó a pelearme ‘Pero mamá ¿por qué no me llamaste antes?’ y yo ‘Tranquilízate, que no podía ni moverme’.
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Entonces arrancamos juntos para el Centro Médico, que fue donde le hicieron las primeras curas. Cuando llegamos nos encontramos al viejo salao este que le decía al médico que priorizara al resto de los lesionados, que él no estaba tan mal. No tenía idea de cómo había quedado, hasta que el médico se le paró delante y le dijo ´Mi viejo cálmese que aquí el más grave es usted´.
De todo aquello lo que más me afectó fue tenerlo que ver de lejos y no poder abrazarlo. El niño me decía bajito ́No llores frente a Floro que lo vas a poner peor´, y yo luchaba contra mí misma. Cuando ya tenía el llanto en la garganta me apartaba y ahí sí que soltaba todos aquellos lagrimones. El personal de la sala se me quedaba mirando todo aquel desconsuelo, pero yo por dentro estaba tranquila: no lloré ni una sola vez delante de él.
Ya después me tuve que adaptar, porque se lo llevaron al Hospital Provincial y ahí pasé 49 días viéndolo a través de un cristal. ¿Sabes qué duro es ver a un ser querido sin poderlo tocar? Sin embargo, a medida que pasaron los días recobré un poco el aliento… cómo explicarte, me sabía una persona afortunada dentro de aquella catástrofe.
EL INCENDIO SEGÚN FLORO
—Fíjate si soy descarao- me dice el viejo y prende un cigarro- que yo estuve casi dos meses sin probar uno de estos, pero después lo empecé a coger en la bodega y ahora me fumo casi dos cajetillas diarias.
“Pero fueron 49 días tumbado en una camilla, de lado todo el tiempo, sin fumar, ni moverme… sin hacer nada. Tuvieron que quitarme piel de los muslos y ponérmela en los brazos: siete injertos tengo yo. Las primeras dos curas fueron a sangre fría, pero déjame decirte que no las sentí tan bravas como un agua fría que me echaban para despegarme la venda de la espalda. Cuando me caía aquel chorrito me cortaba la respiración. Eso fue lo peor para mí, ¡ah!, y que al principio se me alteró un poco el sueño, me sobraba noche; pero al final me adapté enseguida.
Ni yo mismo sabía cómo pude zafarme de aquello. Es que todo sucedió muy rápido. En cuanto me monté en la pipa aquella noche llegué hasta Hidrología, pero ya los carros de Mayabeque me habían ´dado alante´, por lo que terminé cargando el agua por la planta de gas, casi a la entrada del puerto.
Después esperé más de dos horas para lograr acceder a la Zona Industrial, hasta que ya en la madrugada me acerco al lugar donde se acumulaba el agua.
Como bombero viejo, a mí siempre me preocupó la temperatura que estaba cogiendo aquel tanque que ardía desde las siete de la noche. En toda la zona se sentía un gran vapor y ya en la madrugada uno no se podía arrimar a la carrocería de los vehículos, tenías que despegar los dedos enseguida.
Mientras se vaciaba la pipa que tenía delante me da cruce un bombero que enseguida me reconoció, de la vieja guardia, y me dijo que estaban repartiendo merienda a poca distancia.
Me fijé en el carro que tenía delante y aún le faltaba por echar casi la mitad de los 10 mil litros. Entonces me dije ‘Coño, un juguito a esta hora no viene mal’. Y caminé casi 80 metros para coger mi cajita.
Pero qué cajita ni nada. En cuanto me senté en un muro para abrirla aquello explotó como una bomba y el colega que tenía al lado me gritó Corre que esto se jodió.
Ahí mismo me desprendí, sin mirar atrás ni una sola vez. Durante la carrera no sentí dolores ni mucho menos la ardentía de las quemaduras, solo la presión del vapor en la nunca, pegajoso, que no se despegaba.
Después de un tramo me recogió la guaguita de la merienda y gracias a ella es que estoy vivo, porque ya la falta de aire no me permitía avanzar mucho más.
Luego me llevaron al Centro Médico y de ahí ‘palante’ ya tú te sabes la historia.
Pocos días después, el 18 de agosto, cumplí los 71 años en la camilla del hospital. Varios amigos me llamaron para decirme que en lo adelante debía celebrar el cumpleaños el 6 de agosto, que había vuelto a nacer ese día. Pero jamás celebraré nada en esa fecha. Fue y será un día demasiado triste para muchas personas, incluso para mí, o los que como yo, que se salvaron de milagro.
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