Cuando sus padres vieron los numerosos cortes superficiales en el antebrazo de su hija, lo primero que les vino a la cabeza fue la moda emo, donde por el ya lejano 2010 se estableció la práctica de propinarse cortes cerca de las venas, a tono con las normas de dicha tribu urbana.
Pero Samantha no era emo ni nada por el estilo; simplemente, para ganar seguidores en su cuenta de Instagram, practicaba el cutting, práctica que había iniciado a escondidas hacía un año junto a unas amigas. El objetivo era que las imágenes transmitieran su lado más emocional reflejado en su propia piel, solo que las heridas se habían acumulado hasta el punto de volverse difícil esconderlas.
El cutting resurgió en Cuba en forma de moda a partir del año 2016, y en el presente vemos cómo cada vez más jóvenes muestran cortes en la piel en redes sociales como una prueba visible de que han enfrentado el dolor sentimental o psicológico mediante el dolor físico. También acentúa esta práctica el sentido de comunidad tan necesario en la adolescencia, de esta manera se forman grupos en redes sociales que comparten las fotos y el por qué de las lesiones para darse apoyo. Aunque también están quienes lo hacen solo por lo rentable que resulta el morbo en Internet.
Lo que en un primer momento afectaba a adolescentes aislados que enfrentaban la exclusión social o los problemas familiares, escolares o amorosos, ha alcanzado un punto donde podría definirse como moda. Incluso, en algunos casos, el corte puede adquirir cierta connotación artística, similar a un tatuaje.
En Cuba, esta forma de autolesión fue identificada por el Ministerio de Salud Pública y el Foro para la Prevención del Maltrato Infantil, y la manera más eficiente de hacerle frente es el diálogo y el constante intercambio de padres y tutores con los menores en el rango de los 11 a los 17 años, que es donde más se aprecia este tipo de conductas.
La mayoría de los casos en nuestro país presentan como causa el divorcio y la separación familiar, cuestiones que se han acentuado en los últimos años y que, sumadas a las difíciles condiciones económicas que atravesamos, generan un panorama complejo para nuestros menores.
Otra parte fundamental del problema radica en la inexperiencia que aún padecemos en Cuba ante ciertas dinámicas sociales generadas por el uso masivo de redes sociales. En este sentido hay que prestar atención a lo que nuestros niños y adolescentes consumen en el ciberespacio.
Pese a que el Código de las Familias reconoce el derecho de los infantes a vivir en entornos digitales libres de violencia, todavía es muy complicado hacerlo cumplir a cabalidad, sobre todo cuando se sostiene sobre la base de la responsabilidad parental. Sin tomar en cuenta, en muchos de los casos, los disímiles ambientes familiares en los que el infante desarrolla su relación con el ciberespacio.
Establecer que las autolesiones son solo un llamado de atención, que de ser satisfecho provocaría más daño y estimularía la práctica del cutting, sería reducir el problema a una cuestión muy básica, cuando podemos ver que influyen otras muchas condicionantes.
Las heridas de la joven tardarán su tiempo en borrarse y puede que ella demore mucho más, incluso, en entender el sinsentido del que formó parte. De ahora en adelante sus padres deberán estar más atentos a qué otras nuevas modas influyen en ella.
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Todo eso es un reflejo de vacío espiritual. Si tuvieran que trabajar dos horas diarias en el campo o haciendo algo útil para la sociedad no tuvieran ánimo para tanta tontería. Estamos formando demasiados ñoños.