Carnaval es un viejo sueño de Rubén Darío Salazar y Zenén Calero Medina, con Teatro de Las Estaciones, que transitó por varios intentos, los cuales se quedaron en los textos-partitura. Un desafío, al menos en las primeras ideas, de llevar El carnaval de los animales, del compositor francés Camille Saint-Saens, no solo a la escena, sino a la estética del colectivo que en el 2024 cumplirá 30 años de fundado, y cuyos viajes a diversos estilos musicales y danzarios, nos hacen recordar, entre muchos otros espectáculos, Pedro y el lobo, Cuento de amor en un barrio barroco, El Guiñol de los Matamoros, Canción para estar contigo…, para reafirmar la vocación y el interés por asumir y reinventar un importante legado cultural de diferentes raíces, que se conectan entre sí.
Ver Carnaval, que tanto se ha promocionado en las redes, algo que Salazar Taquechel sabe hacer a la perfección, es comprender que esta puesta es más que el reto a enfrentar la composición maestra de Saint-Saens, con sus 14 piezas de la suite musical y de otros compositores europeos, intervenida por el maestro Raúl Valdés, porque va más allá: al espíritu del carnaval, con su origen pagano, que después el catolicismo asumió, especialmente el de Venecia, donde aún sobreviven en la actualidad las esencias particulares de la comedia del arte italiana, con sus personajes tipos y sus historias que la dramaturgia de Salazar Taquechel asume en esta fantasía para actores y teatro de figuras.
Es importante apuntar que en las esencias del carnaval, en su historia, tradición, la fantasía es un concepto que la puesta recrea, en base a una partitura coreográfica y musical con el sustento de la comedia del arte italiana, la mezcla de las composiciones de compositores como Gabriel Fauré, Félix Mendelssohn y Robert Schumann, donde los personajes clásicos de Colombina (María Laura Germán) y Arlequín (Yadiel Durán); Pierrot (Iván García) y Don Pantalón (Rubén Darío Salazar), cada uno con los rasgos de caracterización, vestuario y máscara que les son característicos, y en este caso con sustratos en las máscaras faciales del teatro No y la ópera china, lo que hace que se transmuten muchas otras esencias.
¿Qué vemos en escena? Una historia de amor y avaricia, desde la articulación de la parodia, el enredo de situaciones, a partir de la gestualidad, el trabajo corporal, el énfasis poético y dramático en determinados elementos, como objetos, onomatopeyas, equívocos. Estos producen risa, revelan el trasfondo humano y social, y se sumergen en el mundo de la fantasía, lo onírico y el lirismo que producen las imágenes, a partir de los recursos de la mezcla del trabajo de actores y el teatro de figuras, lo danzario, lo musical.
Los cuatro actores, que se presentan en el estreno, son los más veteranos dentro de la agrupación, probados en diferentes puestas y escenarios, entrenados y formados en la multidisciplinariedad que pertenece al Manifiesto de fundación del colectivo, por lo que pueden traducir la partitura dramatúrgica, el universo de la comedia del arte, las sutilezas que se proponen, y están en la naturaleza de sus personajes.
Hay un nivel muy parejo en las actuaciones; reveladora es la intervención musical de Raulito Valdés, en las potencialidades de los maestros europeos, en los que se sient. una fuerza creativa que arma, sugestiona, provoca al juego y a la belleza; hermosa, sensitiva, lírica, consecuente con lo fantástico y lo onírico del diseño de Zenén Calero, que vuelve a reinventar otro universo y a reinventarse; en lo coreográfico de Yadiel Durán, viven la historia y los personajes, y en ello se traduce la organicidad, entrenamiento y capacidad de transmitir con el gesto, el cuerpo y lo facial (la máscara del rostro, la del actor), en develar amor, angustia, avaricia, egoísmo, deseos, sueños. El trabajo de luces es aquí esencial, por la manera en que crea planos, espacios, que van de lo real a lo imaginado, de las situaciones cotidianas a un contexto de carnaval, de homenaje a una tradición teatral que marcó el teatro.
El personaje de Don Pantalón, interpretado por Rubén Darío Salazar, juega un importante rol en la dramaturgia textual y a la vez en la espectacular, en el resultado de la puesta; pues construye un personaje que sintetiza en sus acciones el trabajo corporal, gestual, y una propuesta de máscara facial con poderosa visualidad y fuerza en el escenario, para mover los resortes de la historia.
A todo lo analizado se une la campaña promocional, que creo es clave, y en la que el diseño del cartel por Pilar González Melo y Reinier Huertemendia, propicia un homenaje delicado, provocador al espíritu de la puesta y lo que propone, que parece hacernos vivir un espacio de máscaras, libertad y sueños.
Siempre el joven encuentra vericuetos que el adulto no ve, o comprende de otra manera, una agudeza develadora, y que me enseña los muchos caminos de una propuesta artística, en que los diversos planos de la recepción siempre son un viaje, una inmersión, un trazado en el espíritu. En el verano atosigador, que el polvo del Sahara aumenta, Carnaval fue un oasis, una sensación, una interrogante.