Con sus últimos ahorros en la mano, llega la joven y pregunta el precio de los ramos de rosas y girasoles en una de las florerías de la calle Río. Es 14 de febrero, pero ni siquiera se da cuenta de la fecha. Desde la noche del 13 permanece en la funeraria para darle el último adiós a un familiar. Entre la tristeza y el agotamiento pregunta el precio. “Dos mil pesos”, responde el vendedor. “¿Todos cuestan eso?”. “No, cada uno”, rectifica el hombre.
El mototaxi para cerca del Pre. Una muchacha con un bebé intenta montar. Bajo el implacable sol todos empujan y nadie parece reparar en que el bebé llora y la joven está a punto de hacer lo mismo. Algunos logran su objetivo. La madre con el niño en brazos queda entre la multitud a la espera de otro transporte.
Así pudiera enumerar historias cotidianas donde se pone en tela de juicio la falta de sensibilidad de muchas personas que, inmersos en determinados contextos, obvian cuestiones básicas para la interrelación de los seres humanos como la solidaridad y la empatía.
En ese saco caen los que inescrupulosamente suben por días, horas o segundos los precios; el funcionario público que demora un trámite innecesariamente; el encargado de atender a la población con oídos sordos ante las reclamaciones; quien desatiende a un anciano que pide que le ayuden a cruzar la calle o el dependiente que, aprovechándose de la ingenuidad del cliente, roba unas cuantas libras.
A veces miro con incredulidad y un tanto de impotencia situaciones como estas. Lamentablemente, hoy la indiferencia pulula. Es más común apartar la mirada y hacerse los de la vista gorda por temor al enfrentamiento o a buscarse problemas ajenos, que dejan de serlo cuando nos tocan de cerca.
No sé por qué resulta tan difícil para muchos ponerse en el lugar del otro, ser más empáticos y solidarios. La crisis de valores por la que atraviesa la sociedad cubana actual, marcada por la escasez, el desabastecimiento y la inflación, deja mella en el comportamiento de las personas, las cuales naturalizan conductas como la indolencia y el maltrato.
Duele que en un país como Cuba, donde la solidaridad siempre ha sido bandera, abunden manifestaciones de egoísmo, desinterés y desidia. Siempre pienso que, si hemos sobrevivido tantos años a las carencias y otras penurias cotidianas, ha sido por el apoyo mutuo y el carácter alegre y empático de los habitantes de esta Isla.
Dada la falta de sensibilidad de muchos, es imposible no mirar atrás y obviar cómo en la dura etapa de la covid-19 tantos se movilizaron para recoger y donar medicamentos y alimentos; cómo tras el huracán que azotó Pinar del Río nunca faltó la mano amiga para apoyar la recuperación; o cuando en los momentos más tristes de los desastres en el hotel Saratoga o la Base de Supertanqueros llegaron a familiares y amigos las frases de aliento y estuvieron quienes, incluso, arriesgaron sus vidas para salvar la de otros.
Eso es también sensibilidad y empatía. Ante situaciones que nos llevan al límite, nuestro pueblo se crece y se aúnan esfuerzos en torno a sortear la desgracia, pues sabemos que es uno de los factores del éxito en un país subdesarrollado y bloqueado.
La sensibilidad es justo eso: interés, colaboración, entrega y generosidad. Es ponernos en la piel del otro, no solamente frente a casos extremos, si no todos los días. Es emocionarnos juntos y unir esfuerzos para soñar y construir una sociedad mejor.
Asi va todo. Aluciné con el precio en el mercado ideal del detergente en polvo, 1080 $ el kilogramo, y el lomo de cerdo en 11 y pico en usd el kilo en CIMEX!!!, entonces? Si las empresas estatales hacen esto, que queda para el sector privado?