Cuánta paciencia se necesita para golpear una piedra y convertirla en un impresionante toro cebú. ¿Qué incitaría a Ángel Íñigo dos décadas atrás a construir su primer ejemplar? ¿Acaso fue inspiración natural? ¿Una revelación?
En esas cosas pensaba yo cuando hace algunos años recorrí el Zoológico de Piedra de Yateras, en Guantánamo. Al observar sus casi 400 piezas escultóricas, quedé extasiado ante tal majestuosidad.
La singular creación nació de las manos de un hombre de campo, guajiro nato, según supe, devenido artista sin más herramientas que un hacha.
Mientras admiraba las obras, percibí cierto paralelismo entre Ángel y el profeta Noé. No obstante, mi mente cavilaba acerca de las dotes de un ente creador, porque el guantanamero no solo reunió a los ejemplares en su patio, sino que fue quien les dio forma. Y así quedó para la posteridad la desafiante manada del artista guajiro.
Por suerte, supe que tras su muerte el hijo heredó los instrumentos y la magia de convertir las rocas en animales. Sin embargo, ya no se limita a esculpir toda suerte de mamíferos. Allí vi un bohío con una señora en la ventana, atenta a cuanto sucedía en la comarca; o un guajiro con yunta de buey, con tal veracidad en su terminación que únicamente le faltaba secarse el sudor.
Estoy casi seguro de que al erigir los primeros ejemplares, más de uno acusó a Ángel de loco, pero el tiempo siempre tiene la última palabra, es una señal que le da respuesta a todo. El Zoológico de Piedra de Guantánamo es un canto a la creación humana y a la naturaleza. (Fotos: Del autor )