Al niño Darío Barrera Domínguez le resulta difícil dejar de pensar en su ídolo e inspiración: José Raúl Capablanca y Graupera, sobre todo cuando, tablero por medio, enfrenta a sus adversarios.
Aseveró que quiere ser como el genio cubano del juego ciencia y que, para lograr ese propósito, debe seguir sus pasos en cuanto al aprendizaje y llevar a término lo aprendido. Sin embargo, reconoce a su corta edad (nueve años) que no es fácil, por la capacidad que se requiere para hacer jugadas complejas, desarrollar un juego agresivo, a veces táctico, con una estrategia bien definida, según recogen los libros a los que este pequeño pasa revista.
Kensy Domínguez Ramírez, su progenitora, asegura que Darío es inteligente, disciplinado y gusta, como del ajedrez, de las clases en el aula. Añadió que él sabe que una parte del conocimiento se adquiere en la escuela y luego en casa, solo o en grupo.
Susenna del Pilar Martínez Almodóvar, máster en Ciencias de la Educación y con 29 años de experiencia, su profesora en la escuela primaria José Luis Dubrocq, ratificó tales afirmaciones. Con ella el pequeño trebejista transitó de primero a cuarto grados con magnífica asimilación. Puntualizó que este constituye un ciclo importante en el desarrollo académico del alumno en cuanto a fijar conocimientos.
Bien hacer que incluye a la Computación, Inglés, Arte, Educación Física, etc., según le expresaron a Martínez Almodóvar los profesores que imparten estas asignaturas.
“Es un alumno aventajado, con promedios altos, incluso en la terminación del ciclo obtuvo MB (muy bien); con la Matemática como su preferida y de sobresalientes resultados en la solución de ejercicios complejos”, manifestó la reconocida maestra, cuya enseñanza va más allá de las materias que enseña. Es en la práctica una formadora integral, por sus aportes en costumbre, conducta…
La madre de Darío explicó que desde muy pequeño —siete años— su hijo se inclinó primero por el béisbol, pero una lesión en la rodilla derecha tuvo como consecuencia el abandono del deporte nacional.
“Cuando estaba en primer grado veía a los demás alumnos jugar ajedrez, y pasaba largo rato al lado de ellos. Por lo que comenzó a gustarme. Entonces, dije a mi mamá que quería jugar ajedrez. No le extrañó porque sabía que miraba a los demás hacerlo”, expresó el pequeño sentado ante un tablero en la referida sala.
“Al principio no contaba con nada. Aprendí a mover las piezas mirando. Pero a mamá una amistad le regaló un juego de piezas plásticas. Ella hizo el tablero con tela. Muy bonito, sobre todo porque lo hizo con mucho cariño para que aprendiera con él.
“Mi tío Jeremy me enseñó a mover las piezas, incluidas algunas complejidades. Y como mamá vio que me gustaba y le dedicaba mucho tiempo, en enero de este año me llevó a la Sala José Raúl Capablanca, en Medio, esquina a Jovellanos, en la ciudad de Matanzas. ¡Qué alegría! Él es mi ídolo, y los niños debemos quererlo y respetarlo, como hacen los ajedrecistas cubanos y de otros países.
“Los maestros nacionales Joel García y Yadira Vigoa fueron mis primeros profesores. Me hicieron pruebas teórica y práctica, para comprobar si de verdad amaba el ajedrez. Me vieron aptitudes. Recuerdo cuánto me emocioné”, manifiesta quien atrae la atención por la seriedad y carácter, pese a su corta edad.
En lo adelante ocupó su tiempo libre y, cual jinete, cabalgaba sobre caballos negros y blancos, según las piezas con las cuales jugara, y sus alfiles devenían eficaces armas para atacar a corta y larga distancias. Mientras, damas y reyes, protegidos por una legión de soldados (peones), hacían valer su jerarquía sobre los escaques.
Desde el cercano septiembre, otro fue su entrenador, el también maestro nacional de ajedrez Niovaldo Portela Suárez, con quien dialogué unos minutos, luego de impartir una de sus clases diarias a varios «pinos nuevos» del deporte de los 64 cuadros.
“Entre mis 40 alumnos de edad infantil, que concurren a esta sala en distintas horas del día y diferentes niveles de conocimientos, se halla Darío. Aunque empezó desde cero, pronto mostró interés e inteligencia en su desarrollo técnico en salidas, captura, avance en medio del tablero, enroque y protección de las piezas más importantes. Progresa en la forma debida, sin apuros. Es una disciplina de tiempo, paciencia y creatividad.
“Combino las clases teóricas con las prácticas, pues lo importante es que conozcan y dominen los movimientos; pero, sobre todo, el juego que los conduzca al éxito, combinando la ejecución de aperturas, defensa, ataques, finales con una u otra piezas. Hay que pensar, analizar, aplicar variantes, perfeccionar la estrategia para que la táctica a seguir sea efectiva. Es importante tener en cuenta estilos personales, reglas y leyes del juego ciencia.
“A lo anterior se añade la historia para que muchachos como Darío conozcan quiénes fueron los mejores ajedrecistas, en particular los cubanos, y especialmente José Raúl Capablanca, nuestro genio del ajedrez”, concluyó Portela Suárez.
Celebran torneos importantes, en fechas históricas como la del 19 de noviembre, natalicio de nuestro primer Gran Maestro (GM) y campeón mundial, quien naciera en 1988 en La Habana, y falleciera el 8 de marzo de 1942 en Nueva York.
En varias justas Darío se ubicó entre las tres primeras plazas, incluso primero, desafiando a ajedrecistas que lo aventajan en edad y experiencia; como ocurrió hace apenas una semana en la que se ubicó segundo, con cuatro puntos de cinco posibles.
Nuestro principal protagonista estuvo atento a la conversación, por lo que sin apenas preguntarle, expresó: “Él (el profesor) es muy bueno con nosotros, y siempre se preocupa por que cumplamos con la disciplina y atención a lo que nos dice, porque después nos hace preguntas, y manda a hacer movimientos con las piezas, y hasta a desarrollar juegos con los que debemos mostrar si aprendimos lo que nos explicó, a hembras y varones”.
Cada trebejista tiene su estilo, y Darío no es diferente. “Por el color de las piezas no tengo preferencia, hay que jugar con ambas para desarrollar el juego necesario, pero hacerlo bien. Me gustan las aperturas, como la Ruy López, escocesa, italiana y algunos gambitos. Y entre jugadores, el GM cubano Leinier Domínguez”.
Al observar que estaba por guardar las herramientas utilizadas para la entrevista, se apresuró en decir: “También juego pelota con los demás niños del barrio cuando puedo, en la carretera de las Cuevas de Bellamar, donde vivo. Si no voy al terreno lo hago con mi papá, Alexander Barrera Hernández”.
Esto indica que Darío lleva en su sangre el gen del béisbol, como lo poseía su ídolo Capablanca en sus años mozos, al integrar novenas durante los estudios en escuelas y universidades de Estados Unidos. Una muestra más de fidelidad al GM en el camino emprendido por el pequeño ajedrecista matancero.