Simplemente, Ariel…

Ariel es uno de los que se ha sumado a la transportación gratis de los familiares de las víctimas del incendio ocurrido en Matanzas.

“Familiares que necesiten trasladarse”, pregunta en la puerta de entrada del Hospital Faustino Pérez. Dos o tres personas se acercan con el dolor en el rostro y los ojos cansados de llorar o no dormir, o las dos cosas, porque en Matanzas por estos días muchos tenemos los párpados caídos y el alma rota.

La familia aguarda un poco, no saben si esperar al parte médico o ir hasta el Hotel Velasco, sitio reservado para los allegados a los desaparecidos y víctimas del incendio. Él los mira con compasión hasta que finalmente se deciden a montar. El lada verde se aleja con su cartel manuscrito en el que se lee: GRATIS Personal de la Salud y familia de lesionados. 

Pienso que he perdido la oportunidad de hablar con Ariel. Ya lo conocía de las redes sociales, sabía que desde el sábado trasladaba sin costo alguno, al menos para sus pasajeros, a personas vinculadas con el siniestro que afecta a la Zona Industrial de Matanzas. Me frustro un poco, sería una gran historia de vida, pienso de forma egoísta quizás, pero no puedo importunarlo. ¡Qué es una simple entrevista al lado de lo que él está haciendo!

Espero un rato mientras nos llaman para subir a la Sala de Quemados. En pocos minutos se asoma nuevamente el carro verde para repetir la rutina. Pregunta, mas no hay nadie. Se sienta a descansar y aprovecho para preguntarle qué motivo hay detrás de este solidario gesto.

Me mira largamente, su cara refleja el cansancio y la incertidumbre. “Tengo un hijo de 18 años que cumple el servicio militar muy cerca de esos tanques. Desde mi casa, al otro lado de la bahía, en el Reparto Iglesias, tengo toda la visibilidad hacia esa zona. Cuando cae el rayo mi esposa me llama para decirme que estaba saliendo humo. Rápidamente me informo.

“Ya yo tenía una idea de lo que pasaría porque en algún momento de mi vida estuve vinculado a la construcción de esos depósitos, conozco parte de su funcionamiento y sé lo complicado de controlarlo. Enseguida llamé a mi hijo, le pregunté cómo estaba y le di esperanzas a él y a sus amigos de que se podía apagar”, traga en seco como si las llamas estuvieran quemándole la garganta.

“A partir de ahí comenzó una etapa en la que me llamaba cada cinco minutos y me decía:

-Papá esto está sonando, ¿qué pasa?

“Trataba de decirle que era algo normal, el metal explotando. Así estuvimos toda la noche en comunicación él, su mamá y yo.

Vimos el momento en que se partió el tanque, se derramó el crudo y subió la llama. Él preocupado me insistía en que el calor lo estaba abrasando. Yo le decía que se pegara un poco al mar y lo hicieron.

“Sobre las 5 de la mañana ocurre la explosión. En ese momento si me preocupo porque vi que corría peligro. Rápidamente me levanté, me aseé, me monté en el carro y salí. Conozco esa zona y sé que también tiene una entrada por Bacunayagua y para allá fui.

“Me metí por aquella carretera y llegué sobre las siete de la mañana y ya los estaban evacuando. Me pasó un mensaje para decírmelo y le respondí: Nos vemos en el área de evacuación, me quedó aquí.

“Yo fui oficial del Ministerio del Interior muchos años. Me jubilé hace cinco y hoy soy artesano, sin embargo, tengo muy buenos compañeros ahí. Me quedé con algunos oficiales que estaban custodiando el Centro de Instrucción. Aquello era un infierno. Las llamas estaban muy cerca. Pregunté si era necesario hacer algo más y me dijeron que no, que solo quedaba terminar de evacuar los perros.

“Entonces me dije: voy a buscar otro lugar en el que poder ser útil. Fui para los Bomberos, indagué, pero allí en realidad hay un nivel de aseguramiento grande, dejé mi número por si era necesario trasladar algún compañero.

“Llegué a mi casa”, una lágrima corre por su mejilla en un intento de ahogar un sollozo que se le escapa. Se pasa la mano por la cara y baja la cabeza, llora.

“Mi esposa estaba alterada porque ya se sabía lo de los desaparecidos y entre ellos hay muchos amigos de mi hijo, que vienen juntos desde la primaria, la vocacional… y sus familias son allegadas.

“Ese ambiente tenso, más la cantidad increíble de noticias que estaban llegando nada buenas y el odio destilado por Facebook y otras redes sociales colmaron mi paciencia. Me dije qué hago aquí y le pregunté a mi esposa si podía irme a ayudar. Me respondió:

-Por favor, mantente lejos del peligro.

“Volví al puesto de mando, pero no necesitaban nada. Pasé por Ayllón y había una doctora en la parada que me dijo llevaba una hora allí para subir al Faustino. La traje, me di cuenta de que era un punto neurálgico y podía ayudar así.

“Llegué al hospital y pregunté: Familiares que vayan para el Pre, Ayllón, y enseguida me respondieron y los monté. Después puse un cartel con un plumón de una vecina y comencé a dar viajes. La gente empezó a verme y me preguntaban si era gratis y yo respondía que sí. Así estuve hasta aproximadamente las 8 de la noche del sábado que vi que no había nadie y todo estaba bastante tranquilo.

“A las 6 del otro día me levanté y salí. Ahí fue donde me di  cuenta de que el cubano tiene un alma increíble. Fui al Servi Bellamar a serviciar gasolina, rellené y al pagar el dependiente me dijo:

-Usted no es el que está trasladando a las personas. No, no, usted no paga aquí…

“Y me cerraron la ventanilla y la puerta y no me dejaron darles el dinero. Eso de verdad me conmovió. Ellos ya me conocían porque casualmente una de las pasajeras y luego una periodista hicieron una publicación sobre mí, muchas personas la vieron y eso causó tremendo impacto.

“De Estados Unidos me llamaron mis amigos, me pidieron el número de tarjeta y me pusieron 10 000 pesos para lo que hiciera falta. Lo último que me sucedió fue que una señora me esperó y me preguntó:

-Usted va para el km porque llevo un ratico esperándolo porque me dijeron que venía.

“Le dije que sí. La monté y cuando se bajó me tiró un sobre de dinero que todavía no he abierto y me dijo:

-Eso es para la gasolina, es lo único que puedo aportar.

“Hay un grupo de Mamis de la Habana que por mensajes también me han pedido el número de tarjeta para depositarme dinero. Son gente que quiere ayudar, el cubano de verdad quiere ayudar y que esto salga adelante y yo también seguiré aportando hasta que termine todo.

“No soy el único, se me han sumado varias personas, un muchacho de un polaquito rojo, Elmer, el del carro negro, la gente se ha portado bien. No creo que sea una cosa tan grande. Grande lo que estaban haciendo esos muchachos ahí, apagando el fuego, turnándose para echarle el agua al tanque, sabiendo que les podía costar la vida. Ahí había amigos míos, compañeros del Minint, amigos de mi hijo que empezaban a vivir…y se quedarán ahí para siempre”…   

Dos lágrimas caen, él aparta la suya y yo disimuladamente bajo la cabeza y quito la gota que corre por mi mejilla. Guardo la grabadora en señal de respeto. Me llaman, casi no podemos despedirnos y olvidé preguntar su apellido, gran error de un periodista, me crujirán por esto, pienso. Puedo buscarlo en las redes sociales, pero creo que no hará falta.

Él es simplemente Ariel, el que puso el pecho y el corazón cuando hizo falta. Ese que como tantos otros, late en estos momentos por Matanzas y por Cuba.   

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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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