El último adiós

El último adiós

Hace algunos días falleció una amiga. El acto, triste de por sí, en el que todos esperan solemnidad y calor familiar y de amistades para dar el último adiós al ser querido, se convirtió en un verdadero agobio para quienes allí esperábamos despedirla en paz y tranquilidad.

Casi sin tiempo de enjugar las lágrimas y poder asimilar el proceso de duelo que afrontamos cuando muere alguien cercano, los presentes tuvimos que ponernos una coraza, dejar en un segundo plano el sufrimiento y comenzar a lidiar con carros fúnebres que no llegan, ataúdes en mal estado, bóvedas desaparecidas y la indiferencia de algunos que deberían hacer más llevadero este momento.

Sin embargo, desde hace algún tiempo, este no es un caso aislado. Varios han sido los conocidos que han pasado por situaciones similares al tener que enterrar a alguien cercano. Hay muchas historias que relatan tardanzas en el traslado de los cadáveres, la falta de calidad en la fabricación de las cajas, escasez de flores, deterioro de los cementerios e inexistencia de los recursos mínimos para el enterramiento.

Incluso, es frecuente que varios de estos relatos culminen con el desembolso de dinero para poder dar sepultura con la mayor dignidad posible a quienes han dejado este mundo.

A las carencias materiales se suma también el comportamiento de algunos de los involucrados en el doloroso proceso de trasladar y dar sepultura. Desde vestimenta inadecuada, conversaciones inapropiadas delante de los propios familiares, propuestas que buscan lucrar con las penas ajenas hasta la más elemental insensibilidad en el acto final son cuestiones que no debieran añadir más pesar a quienes ya tienen suficiente con la pérdida reciente.


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La profunda crisis económica que desde hace algunos años afecta al país se refleja en la mayoría de los sectores de la sociedad, y de ella no escapan los servicios necrológicos. En diciembre del pasado año la dirección del país reconoció las dificultades que afectaban a la población a la hora de enterrar a sus muertos, situación que se ha prolongado en el tiempo, y me atrevo a decir que se ha agudizado.

Sin desconocer que estas carencias dificultan en extremo la labor de quienes trabajan en funerarias y cementerios, y ponen en situaciones angustiantes a los familiares que a veces no cuentan con los recursos materiales y emocionales para lidiar con estas situaciones; mención aparte merece la desfachatez de quienes intentan lucrar con las penas ajenas o no se comportan con la solemnidad que requiere ese momento.

Sensibilidad y respeto debieran ser características inherentes a los encargados de dar el último adiós, una muestra de empatía hacia quienes no volverán a atrapar la mano de un ser querido. Los servicios necrológicos, por la sensibilidad que debe acompañarlos, es una de esas labores en las que, a pesar del déficit de recursos, no pueden minimizarse los empeños para que exista calidad y buen trato, una asignatura aún pendiente.

Dar un último adiós decoroso es una necesidad para muchos familiares y amigos, ya es bastante doloroso el momento como para añadirle más dilación y penuria.


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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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