Cumbre del G20 en Sudáfrica y la presión del sinsentido

Cumbre del G20 en Sudáfrica

La designación de Sudáfrica como anfitrión de la cumbre del G20 2025 ha puesto al país en una encrucijada donde el presidente norteamericano Donald Trump ha vuelto a encender la mecha de la controversia con un llamado al boicot que desborda el marco de la diplomacia tradicional.

Si bien la cumbre del G20 se consolida como un espacio de intercambio para las economías más grandes del mundo, el embate de Trump busca convertir el encuentro en un campo de batalla ideológico, apelando a la retórica más áspera y descontextualizada.

La declaración, que tilda de «auténtica vergüenza» la celebración de la cumbre en el país africano no es meramente un gesto de protesta por parte del actual residente de la Casa Blanca, es una maniobra de presión que utiliza una falacia histórica como su munición política.

La supuesta existencia de una persecución contra la población blanca del país africano no es más que es un ejercicio de negación surrealista del profundo legado del Apartheid y una instrumentalización cínica de las tensiones étnicas internas para justificar una acción de política exterior con interés aislacionista con el país.

El objetivo parece ser menos la defensa ante el «genocidio afrikáans» y más la deslegitimación de un actor clave del Sur Global, cuya agenda no siempre se alinea con los dictados de Washington. Este llamado al boicot, en caso de materializarse, supondría un descalabro directo al espíritu de multilateralismo que, si bien debilitado, todavía vertebra las grandes cumbres internacionales.

Frente a la injerencia norteamericana, la respuesta de Pretoria es unánime y contundente, recordó su calidad de país fundador del G20 e informó que la cumbre seguirá con o sin presencia de Estados Unidos.

Sudáfrica no es un actor cualquiera en el panorama internacional. En su calidad de miembro cardinal de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el país se ha erigido como uno de los abanderados de una nueva arquitectura económica y geopolítica que desafía la hegemonía occidental alineada con Washington. La pertenencia a este bloque dota a Sudáfrica de un respaldo tácito y de un peso específico que hace que el boicot propuesto por Trump parezca más una pataleta política que una amenaza paralizante.

La cumbre, por lo tanto, se ha convertido en el epítome de una fricción más profunda, es una muestra clara de la resistencia de las potencias emergentes a someterse a la presión de la política interna estadounidense, y la persistencia de los foros multilaterales como trinchera frente al avance de las corrientes totalitarias. El triunfo de la cumbre, más allá de sus resoluciones económicas, será un triunfo simbólico para la causa de la autonomía del Sur Global. (Por Ernesto Alejandro Prado de la Paz, estudiante de Periodismo)


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