
El barrio de La Marina está de fiesta. La agrupación folclórica Los Muñequitos de Matanzas, nacida en las entrañas de ese suburbio, cumple 73 años.
Son una institución cultural, pilar de la identidad cubana y entre los máximos exponentes vivos de la rumba, género que la Unesco declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Fundada el 9 de octubre de 1952, su historia es la crónica viva de la resistencia y evolución de las tradiciones afrocubanas, legado que ha traspasado las fronteras de su ciudad natal para convertirse en un símbolo de Cuba en el mundo.
Cuentan que al escuchar ese sonido, que nace del vientre de la ciudad, es como si los ancestros respiraran por los poros de la madera y el cuero. No en balde es un legado familiar, defendido por hijos, nietos y otras generaciones de músicos; orgullo de la cultura matancera.
Para los rumberos de notoriedad, Los Muñequitos… no son solo música. Aseguran que ese canto no se canta, se exhala; que el tambor no se toca, habla, y que, después, lo que se dice es tan añejo como las piedras de los puentes centenarios de la ciudad.
Como un llamado desde los muelles se oye la voz de quien inicia el parlamento sagrado: «Llora como lloré…», y a seguidas el coro responde no como un eco, sino como una multitud que llega desde el fondo de los siglos. El canto de pregón y respuesta narra la historia de la vida cotidiana del lugar. Es el grito de los primeros negros que se asentaron en las inmediaciones de los ríos Yumurí y San Juan.
No busque otra magia en la tarima. En el centro de la rumba está el misterio, y a los rumberos el ritmo les late adentro, como un segundo corazón, dice el poeta.
Sus manos son muy parecidas a las de otros rumberos, pero diferentes. Cuando tocan Los Muñequitos…, todo el mundo sabe que son ellos y no otros. Es Matanzas entera la que golpea.
Tienen la fuerza de quien levanta un barrio, como si el que tocara fuera Arará, Yoruba o Congo, ese crisol de las culturas africanas, que corre por las venas de los rumberos.
Conocedores del género admiten que la rumba no es un espectáculo. Es una ceremonia, algo que uno termina por saber si va a ver a Los Muñequitos… Cuando el canto se apaga y el último tambor vibra en el silencio, queda un temblor en el aire. La gente no aplaude, asiente.
Por ley de la vida ya no están los fundadores, pero otras generaciones de músicos han tomado la posta para asegurar la continuidad del legado. Los Muñequitos… están vivos y, con sus tambores, siguen tocando en el barrio de La Marina, y en escenarios prestigiosos del mundo.
Para algunos historiadores son sencillamente embajadores por excelencia de la música cubana, y su obra es un monumento a la alegría, la resistencia y la profunda espiritualidad del pueblo. (Texto por: Ventura de Jesús)
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