Eso que anda

Eso que anda

Foto: Tomada de Internet

Eso que anda te entra por los muslos, por las noches, por los apagones. Luego se te mete en los huesos y las articulaciones y los hincha. Parece que crecerán hasta que te rompan y tu cuerpo se despedace.

Eso que anda te sube hasta que choca contra la frente. Te calienta la cabeza, una cabeza ya caliente entre tanta preocupación. Te calienta la cabeza, sí, pero el cuerpo te lo llena de escalofríos, y no de los eróticos, como cuando él o ella te desliza un dedo por el centro de la espalda.

Eso que anda tiene diezmada a la ciudad. Aguzas un poco el oído en lo que recorres alguna avenida o calle comercial y escuchas a la gente hablar de él, de lo entrometido que es, de lo tanto que jode. Los que hablan son los sobrevivientes, aunque en su postura, en su desgano, se nota todavía que les quedan secuelas. También están los que aún no lo han agarrado, pero a un hijo, una esposa, un padre sí. Entonces, han quedado como los cuidadores. Han asumido dos o tres roles más dentro de su hogar: recolectores, enfermeros, cocineros.

Eso que anda te quita las ganas de bailar, de pasear los domingos, de amar y dejarte amar. Te pega a la cama, al sofá. Te golpea fuerte en los nervios expuestos. No deja que te pongas de pie; pero tienes que ponerte de pie: el carbón no se encenderá solo, el niño no se preparará para ir a la escuela sin ti, el arroz no aparecerá en un acto de magia y caridad dentro de la cubeta blanca donde lo guardas.

La situación higiénico-epidemiológica en Matanzas se mantiene estable, sin existir transmisiones de epidemias, según información brindada por el Centro Provincial de Higiene y Epidemiología.

Eso que anda entra a las casas sin pedir permiso, no toca a la puerta, no te llama con antelación. Tú le cierras las ventanas, te escondes detrás de la neblina de los mosquiteros; pero él sabe abrirse paso hasta ti, hasta tu piel. Te inyecta, antes de que te percates, todo ese veneno biológico que lleva en las entrañas.

Eso que anda te puede agarrar cariño, darte tanta ternura enfermiza, que logre mandarte al hospital, y los médicos, sobrecargados, no saben que hacerse con la epidemia de estación.

Eso que anda te susurra al oído y se escucha como el zumbido de los mosquitos de Finlay. El mismo Finlay sobre el que muchos hablan que unos americanos le robaron sus investigaciones; pero que muy poco advirtió, desde principios del siglo XX, de que a esta Isla había que sanearla, si no sus toxicidades nos iban a consumir, y nos están consumiendo.

Eso que anda aparece cada verano, como si el Trópico te recordará que en sí guarda lo más hermoso, las playas serenas, la luz incandescente que todo lo devela, y a la vez, la podredumbre. Sin embargo, aunque se sepa cuando llegará, como un primo lejano que te avisa con meses de antelación su arribo, no se prepara el hogar-Isla para su visita. Dejamos que los churres se acumulen en los rincones, no nos deshacemos de la jabitas de nailon de la basura, no barremos el polvo debajo de las butacas.

El Aedes aegypti nos tiene en alerta roja

Eso que anda te vigila desde el vertedero en la esquina de tu cuadra; el mismo que piensas que, si sigue creciendo, si pronto no lo vienen a recoger, se unirá con el de la cuadra siguiente. Es un animal nocturno y por eso se mueve y reproduce tanto, en esta oscuridad al cuadrado de Cuba, la de la noche y la de los cortes eléctricos.

Eso que anda (el dengue, el chikungunya, el oropouche) no es cosa de juego, te puede dañar. Por eso, cuídate. Aléjate de las oscuridades, de los basureros, de los hospitales. Guarécete. Protégete por ti y por todos.

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