
Denison es, a juzgar por las imágenes que ofrecen distintos sitios en Internet, un pueblo típico del Medio Oeste estadounidense. Esta pequeña ciudad se ubica en el condado de Crawford, a unos 152 kilómetros —alrededor de 2 horas en auto— de Des Moines, la capital del estado de Iowa.
Un gran tanque de agua da la bienvenida a los (escasos) visitantes. «It’s a Wonderful Life», el título de una comedia cinematográfica de los años cuarenta, sobresale en él cual slogan de recibimiento. No es casual esta referencia: Donna Reed, una de las protagonistas de la cinta, es la hija pródiga de la capital del condado y orgullo de sus habitantes, al punto que uno de los mayores atractivos de Denison es, precisamente, un museo dedicado a su estrella.
En una pequeña urbe tan distante y aislada de las grandes ciudades, pareciera no suceder nada. Su gente seguramente llevaría una vida apacible, sin violencia, grandes altercados o incluso delincuencia. De googlear noticias relacionadas con Denison por estos días, sin embargo, no será precisamente la tranquilidad lo que impere.
Y es que la serenidad cotidiana en la que vivía esta localidad de Iowa se ha visto rota recientemente por el asesinato de un migrante a manos de la policía local, lo que ha suscitado todo un clima de indignación entre algunos vecinos, en especial los latinoamericanos —que representan poco más del 40% de los más de 8000 habitantes—. La Prensa de Iowa, un newspeaper dirigido a los hispanohablantes del estado, distintos post en redes sociales y algunos medios locales así lo reflejan.

La consternación inició el 15 de agosto, cuando, pasadas las once de la noche, la policía recibió una llamada relacionada con un hombre que pernoctaba en el parque Washington, al sureste de la ciudad. Se trataba de Feglys Antonio Campos Arriba, un cubano natural de Guantánamo. En circunstancias que aún se hallan bajo investigación de la División de Investigación Criminal de Iowa (DCI), el cubano murió a manos de un oficial que se encuentra de licencia administrativa remunerada, en tanto no finalicen las pericias en torno al suceso. Desde el día siguiente, la amplia comunidad latina de Denison, y los cubanos entre ellos, se congregaron frente al departamento de la policía exigiendo justicia.
Feglys había ingresado a Estados Unidos tras desandar la ruta centroamericana que miles de cubanos tomaron años atrás desde Nicaragua, y como beneficiario del CBP One,bajo la administración demócrata de Joe Biden, había logrado tramitar su permiso de trabajo.
Al igual que otros cubanos, empujado por el alto costo de la vida que la inflación ha dejado en estados como Florida o Texas, en los que buena parte de los migrantes de la isla se terminan asentando, Feglys puso rumbo al norte, hasta dar con la pequeña ciudad en la que terminaría encontrando a cientos de compatriotas, un trabajo estable —mejor remunerado que en otras ciudades— y un piso barato.
La llegada de Trump al poder, y el espíritu antinmigrante que el propio mandatario ha estimulado en el país, sin embargo, terminaron truncando las esperanzas y los sueños del joven. El cierre del CBP One y los beneficios que este comprendía, provocaron que el permiso de trabajo que había permitido a Feglys laborar en la planta de Smithfield Foods venciese y, acto seguido, fuese despedido.

Desempleado, sin remuneración y ningún tipo de beneficio social, el cubano se vio forzado a hallar refugio en parques y otros lugares públicos durante la noche, y una comida caliente y una ducha en casa de algunos amigos. En poco tiempo, la desesperanza y la incertidumbre terminaron por atraparlo, haciendo mella en su salud mental. En semejantes condiciones, la muerte terminó encontrándolo el 15 de agosto a través de la bala de un policía.
La tragedia de Denison no es, ni mucho menos, un hecho aislado en la nación norteña. A partir del 20 de enero, fecha en que Donald Trump regresó al Despacho Oval de la Casa Blanca, los migrantes han vivido un verdadero calvario dentro de Estados Unidos, siendo cada vez más difícil encontrar un lugar en el que estar a salvo de las persecuciones de ICE, y los cubanos, a diferencia de administraciones anteriores, comienzan a correr con similar suerte.

Ya entre abril y junio habían sido resonantes los casos de Heidy Sánchez e Isidro Pérez: la madre cubana que fue separada de una pequeña de diecisiete meses —lactante aún—, y el ciudadano cubanoamericano de 75 años que murió bajo custodia de ICE, respectivamente.
La retórica del trumpismo y sus acciones concretas contra los migrantes han llevado también a muchos cubanos que aún no poseen la ciudadanía estadounidense a desistir de viajar a la isla, por temor a no poder reingresar a Estados Unidos.
No son pocos, igualmente, los indocumentados procedentes de este lado del estrecho que viven con miedo a ser arrestados por un cuerpo policial cuyo racismo y odio al migrante han repuntado en esta segunda era del MAGA (Make America Great Again).

«Se lo merecen, por votar a Trump» me dice un amigo de allá, con la seguridad que solo la ciudadanía estadounidense y los beneficios de la Ley de Ajuste pueden brindar en las actuales circunstancias. La misma con la que cubanos y latinoamericanos —ciudadanos ya— votaron a Trump en noviembre, bajo las mismas ilusiones de siempre, y sabedores de que, en todo caso, los platos rotos —en materia migratoria, al menos— los terminarían pagando otros.