Cuando el terrorismo de Estado choca contra la resistencia milenaria

Cuando el terrorismo de Estado choca contra la resistencia milenaria

En toda esta barahúnda de noticias internacionales, solo una certeza emerge: la arrogancia imperial siempre subestima la resistencia de los pueblos. El reciente ataque israelí contra Irán —un episodio más en esta guerra de narrativas y misiles— no es solo un acto de agresión: es la punta de lanza de una estrategia desesperada para salvar un proyecto colonial en crisis terminal. 

Da igual que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) difundan vídeos con efectos hollywoodienses. Los hechos son tercos: más de 100 muertos, 400 heridos, radares saboteados por ciberataques estadounidenses, y la utilización criminal del espacio aéreo de Irak, Jordania y Siria. Todo ello con el beneplácito de Washington. ¿»Autodefensa»? Por favor. Esto es terrorismo de Estado con licencia OTAN. 

Que quede claro: Irán no está vencido. Sin bombas nucleares —únicas armas que podrían plantear un riesgo existencial real— Israel carece de capacidad para doblegar a Persia. La narrativa mediática occidental insiste en la «impericia» iraní. ¡Qué conveniente! Olvidan que Teherán enfrenta a tres potencias nucleares (EEUU, Reino Unido, Israel) con arsenales abiertamente hostiles. Aun así, su respuesta fue calculada: derribo de tres aviones israelíes, ataques a la estratégica Rafael Advanced Defense Systems —proveedora del 30% de la tecnología militar sionista— y el derribo de un MQ-9 sobre Dehloran. 

Mientras, en la base aérea de Nevatim, el sistema Arrow 3 —orgullo de la «cúpula defensiva»— sufre explosiones por «fallos propios». La invulnerabilidad israelí es un mito bíblico que se desvanece. 

Por otro lado, las declaraciones del portavoz de Exteriores iraní, Baghaei, destripan la hipocresía occidental: «El programa nuclear iraní es pacífico, supervisado por el OIEA, y avalado por la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad. Atacarlo viola el derecho internacional. ¿Pruebas de desvío? Ni el último informe del OIEA las menciona». 

Mientras, Israel acumula ¿90? ojivas nucleares no declaradas —Corea del Norte solo tendría un tercio de ese arsenal— sin controles ni inspecciones. La doble vara es obscena: se criminaliza a Irán por energía nuclear civil, pero se arma hasta los dientes al único régimen de Oriente Medio con armas atómicas. 

Y en este juego mediático de narrativas hegemónicas, el papel de la UE sería cómico si no fuera trágico. Von der Leyen condena a Putin por la CPI, pero llama a Netanyahu —prófugo con orden de arresto internacional— para «solidarizarse». Su declaración es un manual del cinismo: «Israel tiene derecho a defenderse. Irán es la fuente de inestabilidad regional». 

Para los que sabemos un poco ya estas mentiras avaladas por los medios, ello se traduce en: Bombardear hospitales infantiles (como el Hakim) es «defensa». Exigir soberanía es «inestabilidad». Europa, otrora faro de derecho internacional, hoy es un notario al servicio de Washington. 

Pero el choque de civilizaciones ya está sobre la mesa, y creo que aquí es donde yace el error estratégico del sionismo: tratar a Irán como a otra «republiqueta árabe». Persia no es Hezbolá ni Hamás. Es una civilización con 2 500 años de estrategia geopolítica.

Como señala Sarah Ilych de RIA Novosti: «Las civilizaciones antiguas saben guerrear. Las organizaciones terroristas del siglo XX, no». 

Irán no respondió con la histeria que Occidente esperaba. Actuó como el ajedrecista que anticipa tres jugadas: restauró defensas antiaéreas, analizó datos de «Promesa Verdadera», sondéo reacciones internacionales, y atacó cuando el enemigo cantaba victoria. Su objetivo no era la inmolación, sino demostrar que la era de la impunidad israelí terminó. 

Por eso mismo debemos estar alertas. Este conflicto trasciende a Irán e Israel. Es ya una lucha declarada entre potencias históricas como Rusia, China, y el mismo Irán, con profundidad estratégica, y entidades artificiales al servicio de los globalistas y el capital transnacional como Ucrania, Taiwán, e Israel, creadas como arietes coloniales. 

Cuando el portavoz Baghaei denuncia que «EEUU no es mediador, es parte integral del conflicto», define la verdadera batalla: la multipolaridad contra un Occidente que impone reglas solo cuando le conviene. 

El peligro real no es Irán. Es la simbiosis Washington-Tel Aviv: un monstruo con dos cabezas que necesita guerras perpetuas para sobrevivir. Como Cuba sabe bien, los imperios siempre subestiman a quienes resisten. Irán cometió errores —confiar en negociaciones con quien solo entiende la fuerza— pero aprendió la lección. 

Mientras Trump ofrece «diálogo» con una mano y autoriza bombardeos con la otra, Persia responde con fría eficacia. Su advertencia es histórica: Las civilizaciones milenarias sobreviven a imperios efímeros. Israel, creación artificial de 1948, debería tomar nota.  En este juego de tronos sangriento, hay una constante: la arrogancia del poder siempre cae. Y cuando lo haga, como en Vietnam o Afganistán, ni los misiles más precisos salvarán a quienes creyeron que la impunidad era eterna.


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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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