La muerte de Martí vivida otra vez

La muerte de Martí vivida otra vez

Los pintores la han plasmado en sus ideas y en el lienzo, con la fragilidad con que se pinta a los mártires cristianos y el bucolismo cubano al fondo, manchado de fatalidad en medio del paisaje. Un caballo blanco, el símbolo de la mortandad, para colmo. ¿No es poderoso el concepto?

Los poetas la han descrito con especial inclinación por lo paradójico: ese Ángel de la Guardia que no pudo hacer justicia a su nombre por más que lo intentó, esa montura pálida que se repite en el recuerdo visual, esa caída a la hierba de cara al sol, ya profetizada…

Muerte en Dos Ríos. Óleo sobre tela del pintor Carlos Enríquez realizado en 1952 Foto: Portal José Martí

Los historiadores han hablado de ella y de su impacto en el devenir de la guerra, de cómo influyó en el ánimo de no pocos y en la forma en que se desarrollaron posteriores acontecimientos donde, sin duda, él hubiese hecho falta. Algunos idealizándola, otros aterrizándola, pero (para nuestra tristeza) ninguno negándola.

Los músicos la han hecho canción de gesta, ayudándonos a superarla con el ritmo tenue del piano, el lloro de la guitarra o el pálpito de las claves montañesas en matutinos y pases televisivos. “El que en Dos Ríos cayó después, el que cultiva la rosa blanca en el corazón…”. Recuerdo aquellos días de pañoleta y emoción por los poros.

Los cineastas nos la deben todavía de la mejor manera, más allá de los intentos de Emilio Fernández y algún otro realizador que, impedidos por una fuerza inexplicable, no han logrado que la veamos aún entre lágrimas, a la altura de cómo la hubiéramos visto de haber estado allí mismo. No cualquier cámara capta algo tan enorme.

El resto, sobre todo los que no hemos tenido el talento para recrearla ni, como nadie, el poder para revertirla, nos limitamos a vivirla otra vez desde una loma próxima.

Como mambises sin tiempo ni lugar, curados de toda incredulidad ante la valía sin tacha del Maestro. Agarrotada la mano en torno al mango del machete. Abiertos los ojos ante el deber de no defraudar el mensaje de esa porción de tierra ensangrentada.

Un mensaje que todavía yace allí, tendido de cara al sol implacable que seca las lágrimas y prende de calor lo que va por dentro: esa dignidad martiana que más nos vale lucir cada día como la ropa de combate.

A mí me enseñaron la muerte de Martí lo suficientemente bien narrada como para aprobar con buena nota Historia pero, al mismo tiempo, no dejar de hacerme preguntas. Una en especial: ¿por qué?

Es tan inmenso lo que de él te cuentan que hizo en vida, erudito e incansable, que al conocer su última aventura el paisaje se torna gris e impío. El destino a veces no tiene piedad ni respuesta.

Solo quienes a él sucumben y quienes lo continúan, a lomos del mismo caballo blanco que un día nos costará a todos el final y que más nos vale cabalgar con la frente en alto.

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