
Para ustedes no hay fecha fija
Al instante en que uno coge su lápiz y alza la vista, vislumbrando a una musa con la forma de su madre, es cuando se quisiera ser un Martí de la escritura y lograr la hazaña de hacer justicia a tan prodigioso ángel.
Ya está: quise evitar metáforas y desde el inicio fracaso. Ángeles. No hay manera de que no piense en ella, en ellas, como en ángeles que nos sobrevuelan. En algún sitio han de tener escondidas las alas, como si su misión fuese fingirse mortales en nuestra presencia.
¿Qué hago con el amor que le profeso? ¿Dónde más lo coloco? ¡En este texto no cabe! Imagínate apelar al amor que otros profesan a las suyas.
¿Por dónde empiezo? ¿Por el momento en que me dio o la vida o por las veces en que me ha salvado la vida? Son demasiadas, y a uno se le confunden entre un plato de comida y otro, entre un beso y otro, entre una promesa de salvaguarda y otro.
El Día de las Madres, con mayúsculas, es este domingo. El día de las madres, con minúscula, es todos los días. Como el de los padres, que son la otra cara de esta moneda de escaso pago que escribo.
No soy capaz de reservar para una fecha fija el abrazo, el beso o la gratitud que se incrementa como una deuda sin fin, imposible de pagar, tan grande que encoge las que un país le debe a otro. Que en ese sentido, por cierto, siempre he pensado que un hijo es como un islote salido de dos tierras sagradas.
Basta de metáforas, que este año sí no vengo a hablar de felicidad arrebatadora, de postales y stickers que no bastan para honrarlas, de palomas en verso y flores en belleza… Vengo a hablar de todo lo que se me agolpa a empujones dentro de la mente cuando se trata de este día, aunque no suene a preciosos regalos comprados en la calle Medio.
Vengo a imaginar el esfuerzo de criar a cada uno de nosotros, hijos de sus entrañas, que a veces nos creemos “lo máximo” sin reparar en que al principio no fuimos más que un bulto neonatal envuelto en ignorancia y líquidos, recién paridos en esfuerzo sobrehumano por alguien que es, de veras, “lo máximo”.
Vengo a pensar en los que la sufren por no tenerla, en los que no tuvieron la que merecieron tener, en los que a falta de un buen faro materno naufragaron contra los escollos que impone la vida. Hasta en los que no se comportan dignos de lo sobreprotectora que se pone a veces esa luz.
Pienso en las batallas de las que somos causa en estandarte, representados en el terreno por un ejército de una sola mujer. Batallas que se libran en cualquier lugar y a cualquier hora, en nuestra defensa, a nuestras espaldas, mientras dormimos mecidos en un sueño patrocinado por la guardaespaldas mayor.
Lo cierto es que llevo redactando composiciones, pariendo poemas, balbuceando en matutinos y, de una forma u otra, rindiendo homenaje al segundo domingo de mayo desde poco antes del cambio de pañoleta… la cual me cambió ella, dicho sea. Pero…
Me declaro incapaz. De lo que sea que ellas merecen, salvo de mi deslumbramiento ante su grandeza y, por supuesto, mi devoción hacia la que me tocó a mí. Imposible abarcar con palabras el mundo de belleza que, a falta de realidad, ojalá uno pudiera regalarles envuelto con lacito.
Se lo digo hoy a la mía, por si se me ha olvidado últimamente, y quisiera tanto que otros pudieran decirlo… En fin: gracias por todo, mami.