
Antonio Alvarado Escandey lleva tantos años protegiendo la flora y la fauna cenaguera que, al preguntarle sobre sus inicios como guardabosques, solo atina a encogerse de hombros y pactar con el silencio. ¡Pero no son pocos! Era un muchachón cuando se interesó por el oficio del que no ha podido separar ni la jubilación; por eso, en cada temporada de incendios, regresa contratado como eventual, a apoyar a los suyos.
“Mi misión está en proteger con profilaxis, conversatorios, hacerles entender a los compañeros que entran en el área del bosque y también a los habitantes de los bateyes cercanos que esto hay que cuidarlo”.
Senderos surcan su rostro hasta sus ojos grisáceos. Cada palabra, entrecortada tras el susto del micrófono, confirma nobleza y sencillez en el cenaguero de pura cepa, nacido en el mismísimo corazón de Playa Girón.
Lo suyo no son las entrevistas, ¡qué va!, lo suyo es proteger el medio ambiente, y lo ha hecho tan bien que por ahí, como tesoro, conserva la medalla por los 25 años de servicio distinguido.
“Siempre me gustó el Ministerio. Ahora mismo lo que más me limita es mi mamá, que le cortaron las piernas, pero a mí me encanta mi pincha, tan importante en tiempos de guerra como en los de paz. Se trata de velar por que los carros que se adentren en el circuito tengan matachispas, y también saber dónde existen las plantas medicinales, la fauna con la que pudiera uno alimentarse, pozos de agua dulce; hasta ubicar refugios y accesos de caminos en caso de agresión militar”.
Si se habla de lugares remotos en el mayor humedal del país, Guasasa resalta como uno de los parajes más recónditos. Colindante con la vecina Cienfuegos, más cerca de la sureña provincia que de la Atenas de Cuba, fue esa la zona donde por muchos años laboró Antonio como guardabosques, incluso, fundó la posta de vigilancia de allí. De ahí lo trasladaron para el Vínculo; luego, para las áreas próximas a Cayo Ramona… Y en todas el quehacer del cenaguero ha sido indetenible y, por supuesto, importante.
“Esto es algo que tiene que gustarte”, repite constantemente, y como justificación expone los salarios bajos, las extensas caminatas por zonas de difícil acceso, los riesgos dentro de un incendio.
“Tiene que gustarte cuidar la fauna y el bosque, sentirte comprometido de corazón para que nada te pueda corromper, ni los sobornos de quienes intentan cortar árboles jóvenes o matar especies endémicas, algunas en peligro de desaparecer. El país atraviesa una situación difícil y siempre hay quien intenta violar las leyes, o cree que la dignidad de las personas se vende. Por eso, el trabajo de guardabosques tiene que gustarte de verdad y debes sentirte identificado con este pedazo de tierra”, afirma.
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Para Antonio no se trata solo de multar o regañar a un infractor. Cada vez que detecta una violación en alguna de las zonas boscosas que recorre y protege, cual fiel vigía, el veterano de Angola conversa, persuade, trata de llegar al convencimiento sobre los daños que traería determinada acción y, sobre todas las cosas, se esfuerza por desarrollar una conciencia proteccionista en otros.
Como eventual, apoya al Grupo de Protección de Montaña del Circuito Ciénaga Oriental, donde laboró por años y justo el lugar en que ahora mismo se le necesita, no solo porque la plantilla está incompleta, sino porque hasta el 31 de mayo se extiende un período peligroso: la temporada de incendios.
“Mi área es la curva de Girón, la chequeo indistintamente en diferentes horarios del día, porque hago pausas para darle una vuelta a la vieja. Cuando hay incendios, esta labor no tiene pausa, el fuego no entiende de días ni límites de horas. Eso es hasta que se apague”.
Y mientras cuenta los peligros que aguarda la geografía cenaguera, los incendios de copa que arrasan con el pino y los soterrados que circulan bajo los pies e imperceptibles a la vista, el gironense señala a su compañera de todo la vida, su aliada de labor y el transporte que le permite las “escapadas” a darle una vuelta a su convaleciente madre: la bicicleta. “Me muevo en esto de un lado al otro. Tengo 70 años, pero me siento bien”, asegura con una evidente satisfacción.
Cuenta sobre la guerra y también de su trabajo como panadero en el Turismo, que desarrolló siendo un veinteañero. Eso fue antes de enrolarse en las filas del ejército de cubanos que peleó codo a codo con angolanos para lograr la eliminación del apartheid, que había ocasionado caos y muertes por doquier en el continente africano.
Antonio tiene disímiles historias. En el diálogo, se salta una que otra vez la línea del tiempo, y de Angola regresa a su niñez, mucho antes de los panes de molde y el turismo naciente. Regresa al abril de 1961, cuando su casa ardió en llamas y no precisamente por un incendio de bosque descontrolado. “Cuando la invasión a Girón, nos quemaron la casita y tuvimos que salir huyendo p´al monte. En ese entonces, apenas tenía unos cinco años. Pero luego el Estado nos ayudó a levantarla de nuevo”, comenta.
Otra salto en la línea del tiempo le devuelve al continente negro y a la medalla de primera clase por el deber cumplido. Y de nuevo la conversación se enrumba hacia el bosque y sus especies: los nidos de paloma, la cría de cotorras, el cocodrilo que seduce como manjar a cualquier visitante, el venado…
“Las maderas más buscadas son la caoba, la varilla y el cedro. Son las protegidas y las más perseguidas para juegos de sala, puertas y un sinfín de muebles. Por eso, en esta zona es tan importante el trabajo profiláctico, pero desde la infancia. Voy a una escuelita cerca, donde tengo un círculo de interés. Ellos hacen dibujos del medio ambiente, conversamos sobre especies, y hasta les compro refrescos y algunas cositas de merienda con mi dinero. Me gusta que se sientan motivados y aprendan por qué se deben preservar las especies”.
No lo disimula: ama el bosque, su hogar de tantos años, al que ha entregado una vida entera y que ha decidido seguir protegiendo hasta el final. “Me gusta mi pincha. Tanto, que me jubilé y volví —repite, con una emoción con la que es difícil no contagiarse—. Me jubilé porque mi mamá enfermó y ya no podía estar al cien como antes. Pero algún día volveré totalmente a mi trabajo, y seré guardabosques hasta que me muera”.
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