
Amor romántico: las cadenas invisibles
Nací en febrero, “el mes del amor” y mencionar la fecha entre amigos o conocidos muchas veces provocaba respuestas comunes: vaya, te ganaste dos regalos seguidos o por el contrario ahora te combinan los dos, refiriéndose, claro está a la manida campaña de chocolates, flores y detalles lujosos al estilo comedia romántica hollywoodense, que prueben el amor hacia nuestras parejas.
La asociación siempre me ha divertido un poco. En parte porque aunque prefiero andar al margen de las expectativas sociales y el kitsch de la fecha, casi siempre lo celebro. No obstante, el núcleo del asunto no es si celebrar, o no, si regalar o elegir no hacerlo. El tema sobre el que colocamos hoy nuestra mirada es el amor romántico, ese mito que consciente o inconscientemente nos ha inoculado y que invita a creer, entre otras muchas mentiras, en que es necesario probar el amor, sufrir por él, someterse…
Me gustaría decir que siempre pensé así, que soy inmune a sus efectos, que jamás me ha pasado por la cabeza el idilio perfecto, o que he permanecido firme ante el susurro de lo que dictan debe ser una relación amorosa, pero lo cierto es que de alguna manera la mayoría, especialmente las mujeres crecemos creyendo en el amor romántico, definido según la periodista Isabel Moya, como la formas en que se ha construido un ideal del amor, entendido como la unión de dos mitades, la complementariedad, el “sin ti me muero”, “sin ti no puedo vivir”; la exclusividad, la pasión eterna, entre otras creencias.
La cuestión va mucho más allá del impacto de la globalización o las tendencias impuestas. El amor romántico resulta tan dañino para hombres y mujeres que termina muchas veces en espirales más o menos silenciosas de violencia, sin que nos percatemos siquiera, o que únicamente detectamos con el tiempo, con las lecturas y con la deconstrucción de un ideal que nos somete.
La búsqueda del príncipe azul, el espejismo colectivo a que tantas adolescentes aspiran, es quizás el primer paso de esta cadena. Nos educan reforzando la idea de que debemos “merecer” al supuesto príncipe azul, deslumbrarlo, reducir al mínimo nuestras necesidades para satisfacer las suyas. Nos dicen que debemos ser tiernas y amorosas, nos prefieren en casa, aisladas, anuladas.
Suena radical, es cierto, pero ocurre con más frecuencia de la que nos gustaría. Es, básicamente, un instrumento de control que nos mantiene ocupadas, ansiosas, eufóricas, tristes…incapaces de sobrevivir a una ruptura o permanecer sin pareja o hijos; renunciando al placer individual o la realización personal como ofrenda: sacrificarse por amor, perder la libertad por amor, aguantar por amor…
Y no es así…
El amor romántico es el responsable de buena parte de las conductas de control y violencia que se ejercen desde edades tempranas. Adolescentes (y no tan adolescentes) con cuentas conjuntas en redes sociales, abandono de los estudios o el trabajo por presiones en la relación o la recurrente idea de que “quien bien te quiere te hará sufrir” son solo algunas pinceladas de esta realidad que urge revertir.
Es preciso entender cada vínculo no como una meta sino como una posibilidad de compartir experiencias y de acompañarse, pero siempre desde el amor propio protegiendo nuestra individualidad. No es necesario sufrir por amor, ni quien nos cela nos quiere más por ello; se impone replantear el ideal de la pareja alejado de esa idea absurda de faro, de guía, de puerto o destino.
Amar alejados del amor romántico, no se trata de no compartir la vida en pareja, sino de aprender a hacerlo mejor, generando un vínculo saludable. Se trata de asumirnos también en soledad, y de fortalecer nuestra autoestima. Regalar un 14 de febrero, o el 25 de mayo si así lo deseamos, pero hacerlo desde la autenticidad.