
Pedalea y pedalea sin parar. Esa es la vida de Silvio: el pedaleo constante. Parece que le ganó al tiempo de tanto correr en su bicicleta. Explica que “le debe toda su resistencia y salud”. Pocos creen que este hombre, capaz de recorrer 300 kilómetros en un día, esté próximo a cumplir 75 años.
Como a todo abuelo, le encanta hacer historias. Adora contar sus recuerdos a quien acepte escucharlo. La emoción que transmite al hablar te convierte en un niño pequeño que quiere saber qué más pasó y por qué.
Silvio Heleodoro Iturralde lleva el ciclismo “metido en la sangre”. Afirma con orgullo y una sonrisa pícara que dedica la mayor parte del tiempo a entrenar. No ha dejado nunca de competir y aún hoy obtiene excelentes resultados.

“No me gustaba el ciclismo, pero tenía una bicicleta para moverme. Participé por primera vez en una competencia en el Campeonato Regional en Peñas Altas, a inicios de 1972. Lo hice para demostrarle a unos muchachos que corrían conmigo que podía ganarles. Ese día ninguno de ellos fue. Me presenté con una 28 rusa y recuerdo que el entrenador me preguntó si iba a correr con esa, pero yo no tenía otra. Aun así logré ganar”.
Cuando el comisionado provincial le preguntó al entrenador los nombres de los ganadores por etapas, de inmediato reconocieron que Silvio no era de academia.
—¿Quién es el Iturralde ese?
—Un guajiro de la calle que corrió con una 28 y barrió.
Decidieron, entonces, prestarle una bicicleta para entrenar debido a su talento innato.
“Participé en el Campeonato Provincial, en Varadero, donde tuve que chocar con el campeón Roberto Bernal. Yo tenía la virtud de arrancar muy lento, pero, cuando terminaba, todavía estaba levantando velocidad. Él era muy rápido en la arrancada y me sacó como 20 metros. Cuando estábamos llegando a la meta, le pasé. Hubo discusión, hasta que los jueces dijeron que yo había ganado”.
Llegó al Equipo Cuba en 1972 y estuvo en el Campeonato Nacional, donde le ganó a otro integrante del conjunto. Ahí pasó a entrenar con José Pepe Valdés.

“Me llevó al máximo, los entrenamientos eran muy fuertes. Me puso a hacer escaleras, las tenía que subir y bajar con ambos pies, luego con uno solo y con salto de rana. Terminaba muerto. Soy un poco bruto y casi me fajo con él: ‘Tú lo que quieres es que todo el mundo me gane, estoy desbaratao’. En aquel momento no lo sabía, pero eso fue lo mejor que me podía haber pasado”.
Sergio “Pipían” Martínez, uno de los mejores ciclistas de la historia en el país, se interesó en las habilidades de Silvio y comenzó a seguir su entrenamiento diario.
“El rey de las carreteras de Cuba sacó sus cuentas y dijo: ‘Si Iturralde gana en la velocidad, Raúl Vázquez, La Locomotora de Colón en su categoría, y yo en la mía; podemos ganar el Campeonato Nacional’. Fue así que se interesó en mi progreso. Nos hicimos buenos amigos. Cuando todo el mundo se iba de fiesta, nosotros nos quedábamos haciendo cuentos. Me enseñó mucho”.
En 1973 asistió al evento nacional Jueves de Pista, donde obtuvo el primer lugar.
“Pipián me dijo que debía ‘mandarme’ desde una mayor distancia, porque era muy lento para arrancar. Le expliqué que Pepe no me había orientado que hiciera eso, y me respondió: ‘Yo soy tu entrenador ahora’. El día de la competencia me siguió por fuera de la pista en su moto y, cuando estaba cerca de la meta, escuché: ‘¡Dale con todo! José Lescay, campeón nacional de la velocidad pura, se quedó botao’”.

Al contar que luego de su triunfo un periodista entrevistó al subcampeón Lescay, sin mostrar interés en él, pues no era conocido, su voz adquirió un tono sarcástico. “Recuerdo que le preguntó: ‘¿Qué pasó que te dejaste ganar por el guajiro ese?’. Él le explicó que no fue capaz de lograr la victoria. El periodista siguió insistiendo en su idea de que me había regalado el éxito, hasta que le reafirmó: ‘No pude hacerlo, ese hombre está fuera de liga’”.
El 6 de octubre de 1976, mismo día del Crimen de Barbados, cuando se encontraba en el esplendor de su carrera, tuvo que abandonar el Equipo Nacional por problemas económicos. “Mi vida no ha sido fácil”, logró decir, y sus ojos se llenaron de lágrimas. En 1979 falleció su esposa y se dedicó a cuidar a sus niñas de seis y siete años.
“Yo era ayudante de mecánico y ganaba muy poco. Primero pedí permiso para mejorar el salario. Pasé un curso de chofer y progresé algo. Luego, me enfermé y tuve que parar un tiempo hasta que volví a manejar.
“En esta etapa de pausa empecé a trabajar como cartero. Ahí me dieron una bicicleta y recuerdo que me sentía desafiado por los muchachos. Yo cogía impulso y a veces me pasaba del lugar donde debía hacer la entrega, pero no me detenía hasta ganar.
“Cuando estaban construyendo el Viaducto y no había tráfico porque el puente estaba sin terminar, supe que se realizaban competencias. Se me quedó el bichito ese por dentro y volví a correr. Me apodaron ‘El Cartero’”.
En el 2002, se enteró del Campeonato Panamericano Máster de veteranos y regresó a las pistas. En este certamen obtuvo medalla de plata. Al año siguiente, volvió a presentarse y se erigió con el oro.
“Para muchos participantes de otros países era desconocido. Me tocó correr con un americano y terminamos muy parejos. Él llamó al intérprete para preguntarme quién era. Le dije que me consideraba un ciclista frustrado y me respondió que yo era uno bueno. Nos hicimos amigos”.
Anualmente, se realiza una competencia en memoria de Sergio Pipián en su natal Madruga. Silvio participó en el 2019 para honrar a su compañero de equipo. Muestra su trofeo de ganador con orgullo. Es la única distinción de este tipo que posee, las demás son medallas.
Aunque no aparenta su edad, ha viajado a varias provincias del país a puro pedaleo. Sancti Spíritus y Pinar del Río son las distancias más largas que ha recorrido. Sin embargo, es válido destacar que se traslada a todos los eventos que se realizan en la capital cubana en su bicicleta. Va, participa en la carrera y luego regresa a su hogar. Todo el mismo día.
“Cuando tenía 64 años fui a Sancti Spíritus con un amigo más joven, pues me pidió que lo acompañara a ver a su familia y lo hice. Salimos para allá de madrugada y llegamos en la noche, recorrimos más de 306 kilómetros”.

Silvio empezó a trabajar como mensajero del gas en el 2015, en el Consejo Popular Playa. Hoy, es capaz de cargar en la bicicleta hasta 12 balitas llenas.
“Soy el primer mensajero de gas licuado que surgió en Matanzas. Al ser jubilado de la Empresa Comercializadora de Combustible en Matanzas (Cupet), me enteré enseguida de esa nueva modalidad y fui el primero en llegar a inscribirme. Hace más de dos meses que no gano un centavo, por los problemas que existen con la distribución del producto, ya que solo se entrega directamente a las personas”.
La fuerza y la voluntad son sus características más nobles. Por ello, ya se encuentra en la búsqueda de una nueva fuente de ingreso, como todo buen cubano que nunca se rinde. Asegura que se pondrá a sacar roscas de tuberías y para eso está preparando condiciones en su cuartico.
Este ciclista de alma también es un excelente padre de familia y habla con mucho orgullo y cariño de su nieto Silvio Bruno Iturralde, un muchacho de 18 años que pertenece al equipo Los Cocodrilos de Matanzas.
“Ya estuvo en un premundial juvenil en Panamá. En un juego que le tocó pitchear contra México ganó 3-2. Clasificaron al mundial, pero no puede participar cuando se efectúe, porque ya pasó la edad establecida para la categoría. Ahora está con los Cocodrilos y el año pasado jugó en la Serie Nacional. El chiquito promete”.
El veterano Iturralde coincide de vez en cuando con los jóvenes ciclistas y se pone a entrenar con ellos. Al principio, era complicado entablar la relación con ellos por la diferencia de edad, pero hoy todos lo quieren y escuchan sus consejos. A veces, incluso, lo esperan un rato para comenzar los entrenamientos. “Lo primero que debe tener un ciclista es disciplina y consagración con el deporte. No pueden perder tiempo, hay que aprovecharlo. De esa forma van a triunfar”.
Silvio Heleodoro Iturralde tiene una historia tan larga como todos los kilómetros que ha recorrido. Quizás el trayecto no ha sido fácil, pero se nota la pasión y los deseos de seguir hasta sus últimos días. Él sabe que la muerte aún demora en buscarlo: “Lo mío es hasta los 120”. (Por: Daniela Lantigua Carballo)
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