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Es usual ver en las tardes en el portal de la escuela primaria José María Heredia, ubicada en la Calzada del Naranjal, a decenas de niños y jóvenes con su karatei o uniforme blanco que los distingue como karatecas. No es una casualidad, en esta institución radica una de las escuelas de artes marciales más emblemáticas del municipio de Matanzas, el Dojo Karate Do, que este 2025 cumple su aniversario 30 de creada.
Una de sus características principales es que utilizan el Goju Ryu, estilo creado en la ciudad de Okinawa, localizada en Japón. Este se inspira en el concepto de que en la vida nada es ni muy rígido ni muy flexible, idea que se refleja en la forma del combate, donde los bloqueos son un poco más flexibles y envolventes, y los golpes son más rígidos, duros.
Además, trabajan desde el 2019 bajo la línea de Kenshikai Goju Ryu Karate-Do Kobudo, rama a la cual pertenecen por ser miembros del Dojo-Organización Shoshinkan Martial Arts del Shihan Steve Armes de Canadá, una organización de la cual es kaicho (presidente mundial) el hanshi Hokama Tetsuhiro de Okinawa; convirtiéndose en los principales representantes de esta organización en Cuba.
En sus inicios, la academia distaba de ser lo que es en la actualidad, por lo menos así lo explica Luis Javier García Gil, instructor principal, con la categoría de cuarto dan, y director de la organización aquí en el territorio cubano.
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“En 1995, cuando mi maestro Ignacio Loyola Cabrera González, una de las primeras personas en practicar artes marciales en Matanzas, funda la escuela, trabajábamos el estilo Jyoshinmon Shorin Ryu, pionero en Cuba, hasta que en el 2006, a nivel provincial, se decide cambiar para el Goju Ryu.
“En ese momento tuve la oportunidad, en representación de mi dojo, de ser uno de los participantes del primer seminario de este estilo en Matanzas, cuando el maestro Alfredo Rojas vino a impartirlo. Así fue como empecé a introducir los detalles de las técnicas en nuestra sede”.
Para el 2007, Ignacio Cabrera decide dejar la escuela en manos de su mejor discípulo Luis Javier, quien lleva transmitiendo y preservando el legado del Goju Ryu en las siguientes generaciones, durante las casi dos últimas décadas.
Con el paso del tiempo esta institución ha mantenido vigente su objetivo: la preparación física y mental de sus estudiantes. Una de sus tareas principales consiste en formar a las personas desde un enfoque tradicional, con el propósito de que aprendan las artes marciales, inculcarles disciplina y lograr el cumplimiento de un programa de grado, que no es solo físico-técnico, sino también teórico.
Asimismo, se encargan de nutrir de conocimientos a sus pupilos con clases dirigidas a la historia de las artes marciales, lecciones acerca de los kanjis (sinogramas utilizados en la escritura del idioma japonés), el significado de las katas (serie de técnicas en defensa y ataque, de puño y pierna) y los movimientos que se pueden hacer con ellas, y la enseñanza de conceptos específicos sobre este tipo de arte.
UN COMPROMISO PARA TODA LA VIDA
En estas tres décadas, sus puertas nunca se han cerrado para ninguna persona, y jamás ha dejado de enseñar. Eso se refleja en la pasión y dedicación de cada uno de sus discípulos; si bien algunos son de la zona, otros vienen de partes más lejanas.
Así tenemos el caso de Raimel Alejandro Zangroniz Mayor, estudiante del centro educativo primario Eusebio Guiteras Font. Al no tener un lugar de este tipo cercano a su hogar, decidió llegarse hasta el Naranjal, sin importar la hora y la distancia. Por el estilo, está Angelo Javier Vinajera García, perteneciente a la Esbu República de Angola, cuyas ansias de llegar a la cinta negra le impulsan a entrenar todos los días, a pesar de las distancias.
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Además, una de las razones por la cual se mantienen con el mismo espíritu de enseñanza es debido a los profesores con los que cuentan, no solo su sensei Luis Javier, también educadores como Fany y Ernesto, con categoría de segundo dan, o de Horacio, quien cuenta con la admiración de todos.
“Horacio es uno de los instructores asistentes que tengo más cercano al nivel que poseo. De sus 77 años, lleva 30 practicando físicamente, tiene una preparación y fortaleza que muchos anhelaríamos tener a su edad”, afirma Luis Javier.
Debido al trabajo de estos hombres y mujeres, es difícil pasar por alto comentarios como los de Lorena, pionera que cursa quinto grado; Brian, estudiante de séptimo; ambos poseedores del cinturón naranja; o Brandon, un pequeño de siete años que se encuentra en la categoría de octavo kyu; quienes muestran su amor por lo que forjan en cada encuentro: “Aprendo mucho de mis profes, porque cuando me equivoco ellos me ayudan”, “He conocido a muchas personas que me han enseñado varias cosas”.
Una de las fortalezas del karate es que no discrimina en edad ni género, pues resulta gratificante ver cómo practican una misma actividad física varias generaciones, desde un niño de seis hasta un adulto de 30. Esta escuela cuenta con una matrícula de aproximadamente 25 alumnos, cuyas edades oscilan entre 10 y 50 años.
El hecho de trabajar con diferentes personas hace que la labor de los maestros sea un reto cada día, lo cual no significa una tarea imposible. “Puede llegar a ser muy complejo, porque tienes que enseñar un programa de grado para un segmento determinado, en un nivel específico, según la variedad de edades con la que se cuenta. No es lo mismo explicar un contenido a un adulto que a un infante, al cual le tienes que brindar una información más detallada”, explicó García Gil.
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Practicar karate es más que entrenar el cuerpo, fue algo que comprendí al conversar con los profes y estudiantes. Por ejemplo, brindan seguridad al impartir técnicas de defensa personal, con el objetivo de que la persona sepa protegerse en situaciones de peligro. Contribuyen a formar un valor tan necesario como la disciplina, vital para que los jóvenes se enfoquen en sus proyectos y apuesten por un futuro de bien.
Por otro lado, ayuda en la salud del cuerpo. Más allá de los beneficios que puede aportar debido a su práctica como ejercicio físico, refuerza al organismo con la realización de actividades específicas que logran una preparación más completa, con técnicas de respiración y para mejorar la elasticidad; así fue como le sucedió a Brian, un adolescente de séptimo grado de la Esbu Enrique Betancourt.
“Cuando entré al karate, tenía problemas en los pies. Era paciente del Hospital Frank País, donde recibía fisioterapia; pero, al empezar a practicar, mis pies empezaron a mejorar, al punto de que ya están completamente sanos”.
Con la promesa de continuar transmitiendo el arte del Goju Ryu, el Dojo Karate Do seguirá su ardua labor por 30 años más, si es necesario, porque el arte marcial no es algo de un instante, sino de toda la vida.