![Camilo Cienfuegos, héroe de Yaguajay](https://giron.cu/wp-content/uploads/2025/02/Camilo-Cienfuegos-heroe-de-Yaguajay.jpg)
Casi un siglo separa el natalicio de Camilo de esta actualidad que le extraña,
de esta fecha que aún le admira.
Nació el 6 de febrero de 1932. Desapareció el 28 de octubre de 1959. Median 27 años entre una cosa y otra. 27 años que dan de qué hablar, de qué escribir. 27 años que no cualquiera viviría, reservados para hombres como él.
¿Qué más podemos decir de Camilo, la leyenda, el hombre, que no se haya dicho ya? ¿Cómo felicitarle con palabras, aún si vivo siguiese, y no redundar en las loas que él rehusaría?
La barriada de Lawton, en el capitalino reparto Diez de Octubre, gracias a su recuerdo es uno de esos lugares que todo un país elige recordar por la aleatoria razón de quién vino al mundo allí. Como la Alameda de Paula en otro siglo, como cualquier cuadra a la espera de otro gran nombre futuro.
Qué contraste el de ser un chiquillo juguetón, de los que nunca se están quietos, y a la vez el único que no corre cuando un pelotazo rompe una vidriera y el resto del team huye en desbandada. Camilo era ese, el que daba la cara sin ser culpable, a costa de su dignidad herida y unos cuantos pesos resarcidos por su padre.
Era el que crecía habituando su cuerpo al temple del agua y la tierra, de tantas brazadas y caminatas durante kilómetros, en los ratos libres donde la naturaleza le daba la bienvenida fuera del bullicio. Cuentan que, como grumete entre lobos de mar, se arrojó más de una vez al Caribe desde el mástil de un barco. Cosas de valientes.
![](https://giron.cu/wp-content/uploads/2025/02/Camilo-Cienfuegos-en-la-Sierra-Maestra.-Foto-tomada-de-Cubadebate.jpg)
Era el que bailaba y bailaba como un poseso, como si no hubiese un fin de fiesta a la espera del cansancio y la moralidad. La sonrisa como arma, el guiño de un ojo como estratagema. Al fondo del salón se divisa el nuevo enemigo de la noche, de provocativas faldas y gracia angelical. Hora de abrir los cien fuegos a ritmo de son y rockabilly.
Y, sobre todo, era el que leía. Aventura más que nada, esa bonita palabra que deseaba vivir en vez de leer. Pero no aventuras cualesquiera: por mucho que adorase a Salgari, entre un Tigre de Malasia y un Titán de Bronce se quedaba con el de su tierra, con su guerrero predilecto de la no ficción. Algún que otro “¿Voy bien, Maceo?” debió surcarle la mente más adelante, entre las lomas.
Camilo era el que no temía a protestar ante el aumento de tarifas urbanas, ante la instauración de una tiranía, ante el desmán oficializado. Ni temía tampoco al cambio, ni a trabajar un día de sastre en Cuba y al otro de camarero en Estados Unidos. La lucha económica por su familia se convirtió, con la distancia de las fronteras y los años más concienzudos, en la lucha por su país.
Lo que luego aconteció, su tozudez de enrolarse en México, su preparación metódica, su entrega a muerte, su identificación eterna con el adjetivo “jovial”… Todo ello es la razón por la que hoy alguien le recuerda. Una razón en la que creía tanto como para atreverse, de Oriente a Occidente, a secundar en la Historia a su admirado mambí.
¿Qué más podemos decir de Camilo? ¿Qué con él se perdió una parte nuestra que nunca maduró? ¿Que acabó demasiado pronto su sonrisa? ¿Que lo menos que amerita es un 6 de febrero en su honor? ¿Contar las mil y una anécdotas que han engrosado libros?
Al cabo de mis 27 años, y de todas estas líneas, me estoy percatando de que es difícil, muy difícil, decir algo nuevo sobre él. (Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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