Sirvan estas líneas de obituario, con el pretexto de una crítica televisiva. A los 78, fallece un hombre clave en el devenir de las series y nunca es mal momento para revalidar la obra de los hombres clave.
“Hoy no será la única vez que me dedique a Twin Peaks”, prometí cuando hace un tiempo la traje a esta sección, y ahora cumplo. Ahora mejor que nunca, pues no solo el cine está de luto por la muerte de David Lynch, una de sus mentes más brillantes, sino también la televisión.
Hoy no habría un True Detective, un Expediente X, un Servant (por referirme solo a series de corte suspense-horror-fantastique, pues el magisterio de Twin Peaks ha inspirado a cientos de realizadores televisivos en disímiles géneros), sin el antecedente claro que marcó Lynch de que en pantalla chica se podía hacer cine. Eso, cine. Lo que tanto exclamamos los seguidores modernos de Juego de tronos o Breaking Bad, de Mindhunter o Shogun, de Westworld o The Last of Us, exaltados ante los mejores momentos de estas piezas de cinematografía multiplicada en capítulos, lo exclamaron generaciones anteriores viendo el misterio de Laura Palmer y el agente Dale Cooper.
Tampoco se trata de conferir a Lynch un apelativo como “el hombre que llevó el cine a la televisión y la televisión al cine”, pues poco antes de su propuesta había llegado la súper fílmica Miami Vice, de Michael Mann, y Canción triste de Hill Street hacía también lo suyo por romper cánones acartonados de la industria. Pero lo innegable de Twin Peaks es el grado superior de su ruptura, la anticonvencionalidad que representa en cuanto a ritmo, estilo, iluminación, sentido y entretenimiento.
Muy pocos se han vuelto a arriesgar tanto frente al monstruo sin rostro que son las audiencias en el hogar, prestas a juzgar el destino de los productos que les ofrecen con solo oprimir un botón y cambiar de canal. Muy pocos se han atrevido a jugar tan delicadamente con las expectativas del “consumo comercial” y del “arte elevado”, combinando ambas formas de querer ver algo que valga la pena en el horario de la noche. ¡Caramba, es que como David Lynch ha habido muy pocos en todo!
La sinopsis de Twin Peaks fluctúa entre el relato de misterio y la sopa opera (la telenovela, el culebrón, a la americana), a partir de la premisa de un asesinato. El cadáver de Laura Palmer, adolescente modélica del pueblecito montañés donde transcurren los hechos, se desliza envuelto en una bolsa de plástico por las aguas locales y con su solo hallazgo destapa los secretos más oscuros de los lugareños. Responsabilidad en ello asumen el detective federal Dale Cooper (inmenso Kyle MacLachlan) y el sheriff Harry S. Truman (Michael Ontkean), una dupla de investigadores para preservar en los baúles de la nostalgia.
Destaca asimismo la presencia de las hipnóticas y bellas Sherilyn Fenn, Lara Flynn Boyle y Sheryl Lee en sendos roles de candor femenino frente a las turbiedades del mundo, además de un coro de secundarios inolvidables, cada uno con sus peculiaridades dignas de recordar e igual de vívidos a cada visionado. El propio director se reserva un rol muy divertido. Entre Fenn y MacLachlan, el actor lynchiano por excelencia, existe una química tremenda. Se da incluso una situación de rescate héroe-damisela en la más depurada tradición del relato caballeresco, insertado en el submundo de lo infame y lo noir, que es de lo más vitalista y hermoso rodado por el autor de Mulholland drive.
Aunque confiada en buena parte de sus dos primeras temporadas a directores por encargo (no así la tercera y última), los mejores episodios de la etapa inicial (1990-1991) correspondieron a la batuta del genio. Una película, Twin Peaks: fire walk with me, fue estrenada en 1992 con la más perfecta polarización de criterios. Hubo que esperar hasta 2017 para reanudar la historia de Coop y los enigmas de la Logia Negra, para conocer finalmente a la secretaria Diane (Laura Dern), para confirmar que esta serie se ama o se odia.
Del tono familiar al horror absoluto, de la investigación criminal al surrealismo inexplicable (¿o sí?), de lo científico a lo místico, de lo iniciático a lo decadente, a través de la entera Twin Peaks es posible medir los talentos de su creador para las más variadas situaciones y concepciones de la imagen. Se trata, después de todo, de alguien capaz de contar tanto la historia sencilla de un campesino ambulante como los onirismos eróticos y letales de una barriada cualquiera.
En definitiva… Que ha muerto David Lynch. Suenen al sur los acordes de Blue Velvet, al oeste el Llorando de Rebekah del Río, al este In dreams y al norte Falling, tema principal de su hija televisiva. En medio queda la obra de un creador único en la historia del audiovisual. Cine, televisión… Da igual. Es Lynch.
Y no habrá otro. Como tampoco habrá otra Twin Peaks.