La Colla: un pan, una procesión y una virgen morena. Guillermo Carmona
– ¡Háblate, látigo! – le suelta un niño a un hombre con camisa de cowboy de feria. Entonces el cuero chasquea contra el asfalto de la calle que sube hasta las alturas de Monserrate, como si intentara domar la ciudad; pero esta, al igual que nosotros, tiene el lomo duro.
El vaquero abre la procesión. Zarandea la mano y corta el aire y luego repica y a ti te duele la espalda, viejas heridas de los antepasados que quizás no desciendes de ello por sangre, pero sí por tierra.
Lo siguen los porta banderas: la de Cataluña, la de España y la de Cuba. Esta última la sostiene un señor mayor. Le tiemblan un poco las manos, pero trata de disimularlo con una dignidad augusta. Quiere hacer pasar su poca fuerza por viento resignado de una mañana de domingo que hace que la insignia ondee, débil y oronda.
Detrás viene el pan. Lo sostienen en una bandeja más larga que ancha varios hombres. La cargan de la misma manera que se lleva un ataúd con esa solemnidad que nos conduce la muerte o la vida. Desde que la peregrinación partió del Parque de la Libertad varios son los que se turnan para aguantar el pan, para acompañar a la vida.
Cierran el cortejo decenas de participantes: niñas que pertenecen a talleres y compañías de baile flamenco, varios fotógrafos que no se pierden una clase de antropología, hijos de hijos de españoles con su doble ciudadanía, par de periodistas y personas que se unieron a la caminata, que querían brindarle sus respetos a la Virgen de Monserrat.
Las actividades por la Fiesta de la Colla comenzaron desde las 9 de la mañana. Los buenos homenajes no creen en los domingos de sábana y sueño pesado. Se realizó un pasacalles desde la Plaza de la Vigía hasta el Parque de la Libertad al ritmo de gaitas de la Asociación Artística Gallega.
Las gaitas no paraban de recordarme los funerales en las películas norteamericanas, ( si los españoles nos colonizaron la tierra, los americanos lo hicieron con la tierra de adentro, la mente). Sin embargo, en vez de esa solemnidad marine trasmitían un aire de fiesta, de fiesta popular, un sarao con mucho vino y salchichón en un pueblo agreste de Galicia.
Bajo la glorieta del Parque de la Libertad diferentes proyectos de baile español ofrecieron pequeños espectáculos. Entonces todas las niñas se llamaban Lola y todas taconeaban en tinglado de corazones. También la Banda Municipal de Conciertos ofreció una pequeña retreta y uno se pregunta si esa iniciativa puede realizarse más a menudo, no solo en fechas que lleven Vírgenes morenas y ermitas sin ermitaños.
Dentro de la Biblioteca Gener y del Monte, antiguo Casino Español, con la presencia de autoridades políticas y gubernamentales, se realizó el brindis tradicional con pan y vino. Sangre y cuerpo de un Jesús que viajó de España hasta el Caribe con un jolongo con una foto de María, la Virgen y la Magdalena, y una idea vaga de qué es el adelanto.
Luego inició la peregrinación en sí con su vaquero de feria, sus portadores de banderas y el ataúd de vida que es el pan. Mientras atravesaban barriadas como La Marina y Los Mangos los vecinos se asomaban a las puertas de las casas. Y tenían cuatro y cinco ojos, los dos de siempre, y las cámaras de los celulares.
La ciudad aceptaba y disfrutaba una tradición que se remonta al siglo XIX y que iniciaron los catalanes, pero luego se transformó en fiesta para todos los de ascendencia española. Si el dicho reza que el que no tiene de congo tiene de carabalí, también podría escribir que él que no tiene de asturiano tiene de canario o si no preguntemos en el Consulado.
Ahora, sin embargo, la península ibérica tiene otras maneras de recordarnos que está ahí como la niña de ojos negros de Europa. Por aquí y por allá, mientras el desfile subía las pendientes, se veían puloveres del Barcelona F.C. o del Real Madrid. Messi y Cristiano quizás hayan hecho más por la visibilidad de la abuelastra patria que Goya y Julio Iglesias.
La procesión arriba, por fin al lugar en que ese niño bello que fue Lorca, al contemplar el Valle del Yumurí, exclamó que solo faltaban Adam y Eva para que fuera el paraíso: Monserrate. Entonces el vaquero se arrodilla ante la Ermita y besa sus escaleras. Las campanas repican. La virgen morenísima abre su manto y todos vamos a refugiarnos en él.