El estudiante: entre sufrideras y seminarios y sufrimientos
Tú eres el que debió llevar una sufridera y un componedor y un catre. Tú eres el que sembró frijoles en algodón. La profesora de segundo grado quiso enseñarte que la vida germina en cualquier parte; pero ahora tú miras a tu alrededor -las ojeras consecutivas en los rostros, una detrás de otra, como los círculos en los troncos cercenados de los árboles que te dicen cuántos días llevan sin dormir- y crees que ella te mintió.
Tú eres el que puede calcular su edad con una precisión de décadas por la marca del polvo de refresco, Toki o Zuko, que cargaba en su jaba de nailon trenzado o en los bolsillos abiertos a los lados de la mochila; o en cómo te tostaban el pan, si en disco o en una sandwichera. Tú eres el que estaba en el grupito de atrás que la maestra mandaba a separar.
Tú eres el que se apareció dos días antes a tu madre con la noticia de que debías entregar una maqueta que mostraba la vida de los aborígenes. Y ahí la vieja recorta y recorta. Y ahí la vieja se empegosta y se empegosta los dedos con Kola Loca o harina de Castilla con agua. Piensas en estos momentos que esos indios de papel que capturaban peces de papel en un río de papel no se diferencian mucho de nosotros.
Tú eres el que enviaron a sacarle punta al lápiz en el cesto de basura para que no regaras la viruta por ahí. Tú fuiste el que envió un papel que decía: “¿Quieres ser mi novia?”, y con opciones para marcar abajo de sí o no. Tú fuiste el que pintó en la tabla de tu pupitre un tribal. Tú fuiste el que invitaron a fajarte a las 4:20 fuera de la escuela. Tú aprendiste a hacer un nudo ballestrinque cuando fuiste pionero explorador.
Tú eres la que debió contestar un chismógrafo y en los azulejos del baño escribiste tu nombre más un ok y debajo tu amor platónico. Tú eres el que sufrió bullying por ser gordo rechoncho o cuatro ojo pistolero, por tener frente de Yutong, por ser medio cherna o machorro, por ser manga mongo, por no querer hacerle bullying a los otros. Tú eres la que, antes de que te cayera la menstruación, en la década del 80, te pusieron a recoger naranjas en una escuela al campo. Tú eres el que, como un guanajo, repetías la “sentence” que decía un profesor de inglés en una teleclase y ponías FF con el mando cuando el profesor no te miraba. Tú eres el que comprendió que hay maestros que descubren tu potencial.
Tú eres el que, cuando te graduaste de la secundaria, todos los de tu aula te firmaron la camisa y te llenaron el pecho de corazones. De esos corazones: uno, 12 meses después parió su primer hijo; al otro le llegó la reunificación familiar; a un tercero lo sentenciaron a dos años de cárcel por dar un punzonazo; y los otros, sencillamente, no sabes a dónde fueron a parar. Tú eres al que pusieron a marchar en desfiles que a veces no sabías a qué causas o efemérides estaban dedicados y que de fondo siempre sonaba -y suena- una canción de Silvio.
Tú eres el que se escondía en un aula abandonada a fumar. Tú eres el que esperaba los fines de semana de oncena a que tu padre llegara el domingo desde ese pueblo en la orilla del mundo, hambriento como los perros a los que se les notan las costillas debajo del pellejo, a que te trajeran un pozuelo con arroz y frijoles negros. Tú fuiste el que perdió la virginidad en un pasillo oscuro una noche de recreación en los que a la lejanía se escuchaba, como un susurro, una canción de los Van Van, Tego Calderón, Chocolate MC o Bebeshito. Tú fuiste por el que tu familia se desangró, al pagarte repasadores, porque te faltaba la mitad de los profesores; los de Química eran volátiles, los de Historia estaban para otra historia; los de Física continuaron en otra trayectoria.
Tú eres el que sabía que las guaguas se parecen a los gatos jíbaros. Tú eres el que tenía dos pantalones que turnabas para ir a clases. Tú aprendiste a no preguntar qué era eso ahí, en la bandeja, porque la curiosidad no llena los estómagos vacíos. Resuena y resuena el golpeteo de la cuchara en el aluminio. Tú eres el que aprendió a no dormir, a que el insomnio puede ser un buen amigo, en las guardias del hospital. Tú eres él que se fue a otra ciudad y te alejaste de todo lo harto conocido por seguir una vocación.
Tú eres el que iba a una discoteca solo con el dinero de la entrada y la misma camisa de salir que estirabas desde el pre. Tú eres el que improvisó en un seminario y lograste un cinco sangrado. Tú debiste escribir tu tesis en la computadora de un amigo, porque nunca tuviste ingresos para comprar una. Tú eres al que colocaron a hacer el Servicio Social en un lugar que no te convenía, pero aguantaste ahí, como un monje.
Tú eres y serás, aunque hace tiempo no te sientas en un aula, aunque se te haya olvidado cómo echar un vistazo a la prueba de al lado a ver si respondiste el ejercicio bien, el estudiante.