Folie à Deux (lit. “locura de dos”): “trastorno mental idéntico o similar que afecta a dos o más personas”.
(Indian Journal of Psychiatry)
Breve flashback.
En 2019, la película Joker sorprendía (a los fanáticos y no fanáticos) con su psicologismo, su crispación política y su alejamiento intencionado del universo Batman.
Ambientada en 1981, no en vano “el año más violento”, narraba la historia de Arthur Fleck. Un aspirante a rey de la comedia con severos trastornos mentales, el cual encontraba la paz en un maquillaje de payaso, en sus fantasías y, por último, en la violencia.
Todd Phillips dirigía y escribía, esto último junto a Scott Silver, y Joaquin Phoenix se llevaba el Oscar por su esforzada actuación. Uno entre las 11 nominaciones conseguidas. Estábamos ante un nuevo clásico.
El baile en las escaleras se volvió icónico, y el momento “No lo entenderías”, fuente inagotable de memes. La película inspiró a manifestantes de todo el mundo, revivió el interés por el cine temprano de Scorsese, ¡apareció en el sesudo programa La séptima puerta! Mientras, se hablaba de posible secuela.
En 2024, por fin, llega Joker: Folie à Deux. También sorprende al mundo. También hay psicologismo, crispación de todo tipo y otros elementos presentes en la primera. Pero hay más. Demasiado para el gusto de muchos.
Lady Gaga. Números musicales. Vuelta de tuerca con respecto al propio canon creado por Phillips. Una serie de aportaciones que han tenido escaso respaldo tanto en la crítica especializada como en la no especializada. La polarización de opiniones y la intransigencia detractora no se comparan a los tiempos de la inicial Joker, son enormemente viscerales.
Intentaré explicar por qué, a la par que la película en sí.
BAD ROMANCE
Su singular recepción se ha debido a causas de toda índole, desde luego. Tal vez porque Folie à Deux abraza el musical y sigue otro tempo narrativo, no retoma el personaje de Bruce Wayne, vulnera aún más a su protagonista, no recupera el romanticismo “friqui” de Escuadrón Suicida ni depende de las fiestas de disfraces para calar en las masas. Es decir, porque no da simplemente más de lo mismo ni decide recorrer caminos fáciles.
Fundamentalmente, son razones tan concretas y variadas como las que en su día podían explicar la acogida ambivalente de obras tan atípicas en el cine americano (el que más mediatiza esta clase de reacciones) como Apocalypse Now, por ejemplo, o la cercana El resplandor. Todas sobre la locura. Pero pienso primero en Coppola a raíz de Corazonada, su portentoso y subvalorado musical que ha dejado huella en la obra que nos ocupa. Parece ser que el propio Phillips lo ha admitido, en una especie de hermanamiento instintivo con la grandeza no reconocida.
Explicar el fracaso o el éxito de un producto es igual de arriesgado, pues las virtudes que unos ven son evidentes defectos para otros. Eso es una verdad tan obvia que me impele a dejar este tema y pasar al “buen guion, espléndida fotografía, actuaciones orgánicas…”.
Sin embargo, antes de centrarnos en una mirada “desde dentro”, hay algo “externo” sobre esta película que ha suscitado inevitablemente mi interés, cuando no mi indignación, y dudo que tenga oportunidad de volver a señalarlo: el grado de predisposición negativa del público contemporáneo. Debido, claro está, a su excesiva dependencia de las redes sociales y la consiguiente pérdida de confianza en su criterio personal. “La verdad de Letterboxd o FilmAffinity antes que la mía”, o “la tendencia de la mayoría antes que mi propio riesgo de salir contento o no del cine”, serían formas de resumir el fenómeno.
No basta con que asistan a verla espectadores pendientes del móvil, ansiosos por publicar un post elaborado con premeditación y alevosía, sino que hasta seguidores del proyecto desechan la idea de disfrutarlo. Por presión, se entiende, o supuesta alergia al musical. Me pregunto si no será por temor a que les guste, a verse así enfrentados al horror de disentir, de ser ellos mismos y no usuarios del montón amparados en el facilismo. Temor a no sentirse capaces de defender su peli deseada. Pasó en buena medida con Napoleón, la anterior obra maestra con rostro de Joaquin Phoenix.
Por si fuera poco, este ha dejado entrever en público alguna desavenencia con Folie à Deux y a ello se han agarrado los voceros del ciberespacio, bien para contraatacar, bien para huir del campo de batalla, con el argumento de que ni en el propio equipo creativo existe plena satisfacción con el resultado. De nada serviría, supongo, hacerles recuento de la cantidad de joyas contra las que nadie ha despotricado tanto como sus propios creadores, y que ahí siguen, relucientes y atractivas. No en vano advirtió Umberto Eco hace mucho sobre la importancia de tomar la obra en sí, no la palabra posterior del autor.
Como muestra de la auténtica locura compartida que se ha desatado, tengamos presente asimismo el tratamiento informal dispensado a Lady Gaga.
No han faltado hasta irracionales y exaltados lamentos por su presencia y quehacer profesional, rayando en el insulto, la misoginia y la superficialidad de análisis. Como si erradicándola a ella, o la música introducida, se resolviesen todos los problemas que desentonan e irritan a la horda. Como si la original Joker no participase también del cinema del delirio y no estuviese a su vez repleta de momentos oníricos y claramente emparentables con el musical. Por tanto, me llevo la impresión de que el problema no está precisamente en la obra que es, sino en la que se ha querido que sea.
Más allá del gusto de cada uno, y de que cualquiera puede sonar convincente al enumerar las razones por las que la condena, lo cierto es que Folie à Deux ha sufrido una arremetida tan atroz que buena parte de sus responsables podrían sorprenderse al visionarla, en contraste con sus ofensas y vapuleos. Porque, en efecto, visionar una película se ha vuelto lo de menos para aquellos que prefieren comentarla según el cauce de los likes.
Afortunadamente, aún queda quien no la ha disfrutado o sí, pero siempre desde su acercamiento individual. Sin mediación del virus colectivo. La clase de espectador para quien escribo, el que bien puede pasar olímpicamente sobre mi propio texto y no hacerse una idea del film hasta contemplarlo. Aquel para quien la crítica ajena no es un dogma, sino un estímulo previo a saciar su curiosidad. Si es que, con un poco de suerte, se toma la molestia de prestarnos atención a los de mi oficio y a lo que alguno de nosotros tiene que decir a favor del último Joker.
FILM IDEAL
Él, Arthur, vivía en un mundo de verdad, bajo el constante reparto de miserias materiales y humanas. Confinado en un apartamento de mala muerte con su madre, sus ambiciones y su pasado de abusos, es lógico entender que prefiriese la fantasía, que optase por una salida desesperada.
A ella, Lee, le tocó otro, el de la gente con los pies despegados del suelo, el de los privilegios resueltos y la comodidad irritante. Uno de fantasía, perfecto para aplicarle un poco de verdad con un cóctel molotov. Después de todo, algunos solo quieren ver el mundo arder.
Juntos, de esta forma, entonaban la misma melodía. Una melodía que era un grito de libertad, de búsqueda de un sitio donde alcanzar la plenitud. Un sitio inexistente, mientras suenen las sirenas y aprieten las camisas de fuerza. Él fue el iniciador involuntario de una llamarada colectiva. Ella, la continuadora convencida del fuego que él inició.
Dos locos: uno, tras conocer los límites de su locura, deseoso de probar la extraordinaria vida del hombre corriente; la otra, loca al punto de internarse en el mismo asilo donde su ídolo cayó. Un choque entre el fallido aspirante a una existencia normal y la agitadora incendiaria del status quo.
Compleja en sus interpretaciones y sensible en sus emociones se presenta Joker: Folie à Deux a cualquiera que la presencie. Pero es compleja sin atenuarlo, sin concesiones a la espectacularidad; es sensible sin disimularlo ni rebajarlo al empalago. Hablamos de una obra de riesgo y de madurez, que se atreve a conjugar varias premisas.
¿Qué es, una historia de amor? Sí, tal vez no la que esperábamos. Nada que ver con el morbo enfermizo entre Harley Quinn y Joker que tanto nos ha entretenido mediante Margot Robbie y Jared Leto. La película va más allá incluso de dos inadaptados sociales que se fortalecen a través de la música y de la unión de sí mismos, idea simplificada que todos nos figuramos en algún momento. En el sentido romántico, tiene que ver sobre todo con la idealización destruida, reducida a escombros, que nos queda al darnos cuenta de que hemos estado aferrándonos a un clavo ardiendo, que hemos amado lo incompatible.
¿Una de juicios? Sí, aunque no profundice en entresijos legales como los clásicos de Preminger o Lumet. Importa más la evolución de nuestros protagonistas en torno al tribunal que las cuestiones que allí se dirimen. Lo culminante, lo ansiado, no puede ser el veredicto, sino el punto al que llegará la relación entre Arthur Fleck y Lee Quinzel a lo largo del proceso. No obstante, permite reflexionar mucho sobre la gran provocación argumental: hasta qué punto idealizamos a nuestros ídolos, despojándolos de su propia realidad para adaptarlos a la nuestra.
¿Un musical? Sí, al servicio del otro lado, del triste escenario cotidiano donde nadie resuelve sus conflictos cantando y bailando. Los hechos son más aplastantes que las ideas. La realidad se cierne tan contundente sobre los protagonistas que los momentos musicales no son más que escapes infructuosos al país de la felicidad. Infructuosos pero cautivantes, hermosos, inmejorables. Sueños de los que no quisieran despertar, al calor de viejas canciones amadas, al frío de lo imposible. El estado limítrofe entre la ilusión y la frustración, a la manera del último número de All That Jazz.
Al abordar cada una de estas tres posibles premisas, he jugado con variaciones de una misma palabra: idealización. Sobre eso es esta película.
Y sobre sus consecuencias: la preciosa escena en las célebres Escaleras del Joker, todo lo mustias y empinadas que no parecían en la primera parte, resume el desencanto de cualquier ilusión que llega a su fin. En la pintura de ojos difuminada de Lee. En su desgarradora versión del That’s Entertainment. En el abandono cabizbajo de Arthur Fleck.
Continuos son los llamados que este recibe de enfundarse sus colores y salir a reírse (bang, bang) nuevamente del sistema. Para perplejidad de sus seguidores, no se deja alimentar el ego más de la cuenta y rechaza la oportunidad de vivir por una causa. Solo quiere vivir, a secas. Aunque el fiscal Harvey Dent exija la pena capital sobre su cabeza, a él le gustaría que un deus ex machina arrasase con todo para empezar desde cero.
Probar la rutina de amar y ser amado, no simbolizado, no idealizado, solo amado tal cual es: Arthur Fleck, comediante caído en desgracia, no muy talentoso, enfermo mental, abusado por sus celadores, ícono de la anarquía, espejismo amoroso de una revolucionaria; no, no es el Joker.
Folie à Deux está tan hondamente arraigada al cine clásico americano, tan ligada a su núcleo, que de forma constante uno se topa en ella con toda clase de referencias. Empezando por los géneros y estilos que atraviesa, del carcelario al judicial, del musical al psycho-thriller, para acabar derivando en algo propio.
No en una simple mezcla, sino en el resultado concreto, e intencionado por Phillips, de dicha mezcla. Aunque de lejos parezca un batiburrillo de The Band Wagon, Psicosis, Alguien voló sobre el nido del cuco y otras influencias aleatorias, ciertamente nos lleva a un único lugar. Nos quiere poner en una situación específica donde confluye el porqué de todo, de cada decisión. Una situación que nos deja como a Arthur a mitad de sus escaleras favoritas: absolutamente devastados.
Hay una escena de especial importancia en el uso de la iluminación, una de las tantas, hacia el cuarto de hora. Al final de ese interrogatorio que sin duda remite a Norman Bates, la psiquiatra le pregunta a Fleck si es posible hablar con su Mr. Hyde interior, tratar con esa segunda personalidad que parece llevar oculta bajo sus esmirriadas carnes. Afuera llueve, y de pronto sale el sol.
La luz de los rayos, a través de la ventana, cambia el tono visual, disipando la penumbra y fulgurando entre esas cuatro paredes. Igual que cambia Joaquin Phoenix, adoptando otra expresión. Podríamos estar viendo una sutil transición de Fleck al Joker, cortada en silencio para pasar a la escena siguiente y dejarnos sembrada la duda: ¿es el mismo?; ¿son dos en uno?; ¿qué debe hacer en el juicio, admitir su doble personalidad, o no?
Un verdadero Joker hubiera planeado una fuga espectacular del asilo Arkham, una venganza aparatosa contra quienes le hicieron daño y un reinado del terror sobre Ciudad Gótica. Ah, y quizás habría sido mejor amante para la futura Harley Quinn, lejos de esa penosa cópula sobre el lavabo.
De hecho, el verdadero Joker aparece en la magistral escena final. Como a Harvey Dent, el funcionario convertido en Dos Caras (por ácido en los cómics, aquí por una explosión), Silver y Phillips le dan cabida en este universo al archienemigo por excelencia del hombre murciélago. Recordemos, hablo del auténtico, del que un día será amenazante y cool. No del pobre Fleck.
Hablo del admirador que aparece en los últimos minutos, el que detiene al protagonista para hacerle un pésimo chiste, antes de sucumbir a una carcajada nerviosa y dibujarse la sonrisa de Glasgow (rajarse la comisura de los labios, como la Dalia Negra) mientras Joaquin Phoenix canturrea “Quiero un buen hijo que tome mi lugar, dejaré un hijo en mi paraíso terrenal” y se despide de la audiencia en primer plano, con su hijo sustituto riendo histéricamente al fondo y la mujer que ama esperándole al final del pasillo. El final luminoso que jamás alcanzará.
Cada vez estoy más convencido de que, si bien reside en Ciudad Gótica, el Joker que hemos conocido en estas dos películas nunca estuvo destinado a enfrentarse con un ya crecido Bruce Wayne. Al menos no con la cara de Phoenix.
Cada vez estoy más convencido de que Todd Phillips ha hecho lo que ha querido, o al menos lo ha intentado, y eso no consistía en combinar a Scorsese, Hitchcock y Minnelli porque sí.
Cada vez estoy más convencido de que se me escabullen detalles, matices, que enriquecen sobremanera este universo pesimista, romántico y patético, pero no los suficientes como para desviar mi atención de dos obras maestras del Hollywood actual. La segunda, un poco más sublime que la primera, más bella, más lacerante, más conmovedora.
Tiempo habrá de redescubrirlas. Al fin y al cabo el cine, como el amor, es pura folie à deux para todos nosotros. El eterno rincón de la locura compartida.
Ficha técnica
Título original: Joker: Folie à Deux; Año: 2024; País: Estados Unidos; Dirección: Todd Phillips; Guion: Scott Silver, Todd Phillips; Fotografía: Lawrence Sher; Música: Hildur Gudnadóttir; Montaje: Jeff Groth; Reparto: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Catherine Keener, Harry Lawtey, Brendan Gleeson…
Hola,.me ha encantado lo que acabo de leer. Pareciera ya inútil tratar de ver la película . Acaba ud de desnudarla ante mis ojos, dudo que encuentre yo mejores matices visuales en ella que en este viaje maravilloso q acabo de disfrutar. Sentado,como una buraca de sala cinematográfica, sobre este comodo y multicoloreado texto que nos ha regalado.
Lo felicito, va madurando ud. Espero ansioso por su proposición próxima.