¿Cómo se construyó La Casa de Bernarda Alba?

¿Cómo se construyó La Casa de Bernarda Alba?

Siempre me llamó la atención la capacidad que tiene el actor para dejarse poseer por la presencia física y espiritual de quien nace en una hoja de papel.

Allá arriba, en las tablas, solo importa en lo que te puedas convertir, ya no habrá un centímetro de tu cuerpo dedicado a lo que fuiste allá abajo, donde los mortales quieren encontrarse con el milagro de la transmutación y es tu deber, cual Prometeo, llevarles el fuego de la ficción.

Federico García Lorca hizo uso de estas llamas y encerró el deseo, la lujuria y la libertad en La casa de Bernarda Alba.

Décadas después de su estreno, el grupo de teatro independiente llamado El Trébol Gitano rescata a las mujeres escritas por el dramaturgo español y reinterpretan el texto original. Combinan el encierro matriarcal con la música de La Rosalía, ritmos caribeños y una extraña sutileza urbana. En determinados momentos se permiten romper los grilletes de la decencia y la castidad al punto que inundan la sala con aromas característicos de orgías dionisiacas.

Fotos: Nester Nuñez

Pero antes del espectáculo los intérpretes deben prepararse, fijar en sus cuerpos cada uno de los detalles que no les pertenecen a ellos, sino a los personajes. Rugen diálogos y contorsionan sus músculos en la épica búsqueda de atrapar a las hermanas Adela, Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio; a la gigantesca Bernarda, que todo lo debe ver y saber, y por supuesto, Poncia, la que se lava las manos.

El pecado anda por la ventana, tiene forma y nombre de hombre, le gusta cantar canciones de amor desde el lomo de su caballo y vela por las entrepiernas de las muchachas que imploran que las toquen aquí, aquí, ¡aquí!

El ritual estaba en marcha. Horas antes del show y reunidos en una mesa de hierro los límites de la mentira y la realidad chocaban, se volvía imposible reconocer quién era quién en aquel apocalipsis en que se mezclan los cuerpos de los vivos y los muertos. Nadie permanecía igual.

A simple vista no estaba ocurriendo nada, pero si te fijas detenidamente en cada uno de ellos puedes ver cómo sus ojos, sus dientes, sus orejas, su pelo, sus brazos, sus dedos, sus uñas y hasta los poros de su piel cambiaban, mientras yo permanecía igual.

Mi conversión vendría al final, cuando se ha dictado el punto final, desaparece el Edén y caemos de nuevo a lo mismo, a la vida real.

Éramos menos de 10 sentados, pero si contamos sus dobles, triples, cuádruples personalidades, éramos casi 30, y solo seis sillas. Hablamos de cosas que no se pueden confesar en este pedazo de papel porque sería desequilibrado destruir tanta confianza depositada en mí: un simple espectador que pudo, por unas horas, estar en el backstage: donde el polvo de los maquillajes y la pintura de labios convertían la habitación en la antesala de una obra japonesa de geishas (aparentemente) vírgenes.

El teatro se vuelve una paradoja donde las grasas del cuerpo se funden y se reconforman en una anatomía totalmente distinta a la original. Imaginad por unos segundos la línea evolutiva del hombre que nos vienen enseñando desde pequeños en las clases de biología (¿ya?), pues cuando se actúa uno se puede convertir en cualquier cosa.

La crisálida puede pasar por más de una sola metamorfosis y con cada nueva vida el individuo histrión renace de entre las cenizas de lo que una vez fue, y el proceso se repite hasta el fin de la vida. Para nosotros, los que vivimos este arte desde el otro lado, se nos permite ser testigos de la desaparición exótica y excitante de quienes con cada prenda, cada arete, cada rímel, cada colorete, cada anillo, cada tacón, cada media de encaje, cada vestido, cada pulsera que se ponen son raptados por los fantasmas de las hermanas encarceladas.

Pega un taconazo en el piso y sal a escena. Aquí se habla con una mezcla de guapería y choteo (¡adáptate, mi amor!). Pero ojo: que siempre quede la duda de si estás hablando en serio o estás actuando. Métete con la gente, y escucha al director (por cierto ¿qué dijo el director?) ¡La obra empieza en una hora! Recuerden que debe quedar espacio para la interpretación.

Apréndanse los textos, vívanlos; no se dejen llevar por sus cuerpos: esto no es cabaret; esto es teatro: vivan sus emociones, dejen que sean ellas las que los muevan a ustedes. ¡Desaparezcan! ¡Qué mal, qué mal, qué mal!

El incesto se asoma por debajo de la cama de un par de hermanas que desafían los complejos de Edipo y Electra; Freud no tiene nada que hacer aquí, donde la lógica no alcanzó a comprar entradas.

El deseo es más candente en aquella mujer que nunca ha sido tocada por las manos salvajes de un hombre erecto; y allí donde menos te lo imaginas nacen los ojos de la otra, la joven, la virgen, la veinteañera, que observa cómo se tocan y se besan un hombre y una mujer cuando nadie los ve, convirtiéndose en el eslabón perdido de un trío típico de cualquier pornografía mal escrita.

Así que tiene que quedar bien claro en todos los lugares del mundo, sin importar cuánto grite la santísima castidad: Adela, la hija de Bernarda Alba, no murió virgen.

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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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