Vuelo 455: el fuego que la memoria aviva. El crimen de Barbados es uno de esos hechos ante los cuales hasta la injusticia misma debería echarse a temblar.
Cuando te hablan del crimen de Barbados siendo niño, todo se reduce a una historia elemental de vileza y dolor. Cuando pasa el tiempo y profundizas, se incrementa la congoja que pudiste sentir. La vileza se vuelve tan real como un sospechoso en un aeropuerto, al alcance de tu vista, con motivaciones ocultas tras la aparente normalidad. Y el dolor, aunque antes lo sentiste sincero, mientras creces se hace más palpable.
Si ignoras los detalles históricos, tal vez confundas el número de víctimas o sus nacionalidades, el itinerario del famoso vuelo, puede que hasta la fecha exacta. Por eso es preciso honrar con dominio de lo que honras, para no equivocarte en el matutino o en el trabajo práctico que te encargaron preparar. Cualquiera en el auditorio, quién sabe, podría tener un motivo de especial peso para escucharte.
Pero cuando el interés por conocer el caso a fondo cede paso al sentir, da lo mismo: había cubanos, y como cubano eso te va a tocar más que una noticia de otras fronteras. Apréndete los datos de memoria si quieres, pero en realidad tienes cosas por decir que salen solas.
Así se justifica la impotencia, el llanto del que empatiza con gente perdida a la que nunca conoció. Porque somos humanos, y los humanos respondemos cuando clama por nosotros una misma tierra. Porque una víctima de terrorismo puede ser tu amigo, tu pareja, tú. Las cámaras podrían captar tu propio llanto en un sepelio el día de mañana, si tu entorno cercano resultase elegido por el mal en sus complots internos.
Y nada, ni un documental ni un libro ni un acto, por merecidos que sean, te permitirán aproximarte a la idea de qué se siente cruzar esa dolorosa línea. La explosión de Barbados dejó muertos, pero de sus seres queridos hizo sobrevivientes. Hay tragedias que se viven incluso de lejos. Lejos del lugar, lejos del tiempo en que acontecieron.
Nunca llegaremos a entender el 6 de octubre de 1976. Tanta infamia reunida en una fecha… A día de hoy, todavía se revuelve contra el calendario. Igual de dolorosa y brutal. Y restallante. Como el fuego que se hizo entre cielo y mar en torno al vuelo 455. Un fuego provocado por hombres pérfidos, fraguado en la maquinaria de un par de bombas de tiempo.
Dentro, justo antes, existía un micromundo. Como en el interior de cada hogar. A veces, entre ocupantes de un mismo espacio, entre practicantes de un mismo deporte, entre miembros de un mismo equipo, nace un hogar. Aunque sea pilotable, y se mueva de Guyana a La Habana, vía Barbados y Jamaica. Y, dentro de ese pequeño mundo ahí comprimido, el mundo de cada cual. Mucho más amplio si cabe, porque depende de cada vida a la que pertenezca.
“¡Tenemos una explosión a bordo, estamos descendiendo inmediatamente! ¡Tenemos fuego a bordo! ¡Solicitamos aterrizar de inmediato! ¡Tenemos una emergencia total!”.
Todo por dinero. Por prestigio mercenario. Por escisión política. Por alguna compensación que jamás comprenderé del todo, por más que el mapa esté lleno de “Barbados” y uno sepa que sobran los autores capaces de cometerlos, lo mismo en un continente que en otro.
No, nunca lo voy a entender. La impotencia y el vacío, las madres y las lágrimas. La magnitud del crimen, inabarcable como el mar. Cuanto escribamos y digamos de esto no varía su origen, porque el 6 de octubre aún arde cuando te detienes en él.
El vuelo 455 sigue cruzado por un fuego fulminante que la memoria aviva.