¿Dónde están nuestros símbolos?

¿Dónde están nuestros símbolos?

¿Cuánto cuesta comprar una camisa del equipo de pelota de Matanzas o un pulóver del Che? ¿Dónde podemos encontrar juguetes de Elpidio Valdés, Vampiros en La Habana o del Capitán Plin? ¿Estamos dando toda la promoción posible a los símbolos más representativos de la cultura nacional?

En Cuba se ha limitado durante años el uso “comercial” de muchas de nuestras marcas más autóctonas, al punto de acceder muchas veces con mayor facilidad a símbolos extranjeros, como series, cómics, películas y demás, que comprar algo tan propio como una guayabera.

La ausencia, en el plano material, de productos autóctonos que representen lo que nos distingue como cubanos, ha sido ocupado por todo tipo de accesorios, da lo mismo si son estadounidenses, ingleses, japoneses o coreanos.

Existe una cultura tan rica en este país y una iconografía tan amplia, que es difícil entender cómo nos cuesta promocionarla de manera mucho más eficaz y atractiva.

Por ejemplo, en la actualidad no se ha logrado establecer una producción sólida de historietas, cuando a lo largo del tiempo talento y calidad es lo que nos ha sobrado. Si es imposible subsidiar su producción, como se ha demostrado, pues hay que probar con otras alternativas.

¿Cuántos no quisieran tener en su casa o poder compartir con sus hijos las aventuras de Yeyín, Cecilín y Coty y demás en formato físico? ¿Cuánto ganaríamos si nuestros adolescentes pudieran identificarse con animados cubanos en sistemas de consumo acordes a los tiempos que corren?

Como mismo las personas se gastan el dinero, y no poco, en comprar camisetas de animes japoneses y superhéroes de Marvel, de seguro existe un nicho de mercado sin explotar que le gustaría llevar en la ropa a Elpidio Valdés o cualquiera de las tantas creaciones del maestro Juan Padrón.

Lo mismo ocurre con los cientos de cines desperdigados por todo el país que están en mal estado o directamente en desuso. Hay que cambiar la manera en la que se gestionan y hacer que vuelvan a ser esos centros culturales de antaño, capaces de mover a una multitud de personas.

En similar situación se encuentra nuestra producción literaria, para nadie es un secreto que la limitaciones con el papel han provocado que las tiradas sean más cortas y que los ejemplares lleguen cada vez a menos personas. Sin contar que hay que mejorar las estrategias de promoción, sobre todo en las escuelas.

Todo lo que hagamos es poco en aras de compartir el quehacer de nuestros artistas y ganarle la batalla a la industria cultural. Es un proceso que requerirá constancia y concentrar recursos donde sean más beneficiosos y donde tengan un mayor impacto. Lo que sí no podemos es darnos el lujo de que la cultura cubana quede en un segundo plano, sea vista como aburrida o, peor aún, como algo elitista.

Espero realmente que las muletillas de Vampiros en La Habana o la de El huerto escolar se sigan repitiendo en toda Cuba, que la literatura nacional continúe siendo un referente a la par que atractiva para las nuevas generaciones, y que los cines tengan la inversión que se merecen. Ojalá llegue el día donde sea más fácil disfrutar lo nuestro que lo foráneo.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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