Venta de garaje: Todo tiene un precio, incluso mi nostalgia

Hoy he decidido deshacerme de todo lo que sobra en mi casa. No es mucho, pero al menos sí podemos darle un mejor destino a aquello de lo que  logramos desprendernos. Tal vez a alguien más le sea útil. Por eso he pensado en hacer una venta de garaje.
Venta de garaje: Todo tiene un precio, incluso mi nostalgia. Foto: Tomada de Internet

Hoy he decidido deshacerme de todo lo que sobra en mi casa. No es mucho, últimamente no es que nos sobre. Más bien nos falta, un poco de esperanza en lata, un tin de economía en polvo, y que los milagros se despachen en la bodega; pero al menos sí podemos darle un mejor destino a aquello de lo que  logramos desprendernos. Tal vez a alguien más le sea útil.

Por eso he pensado en hacer una venta de garaje. Abriré de par en par las puertas de ese armazón de tablas y zinc en el patio de la casa; adentro solo guarda unos muebles viejos —también se regatea por ellos— y las tablas para tapiar ventanas en el próximo ciclón.

Colocaré un cartel en el que escribiré «Se vende todo (yo no, por un asunto pendiente con la dignidad)». Entonces permitiré que los visitantes negocien con mis escombros. Les ofreceré a los transeúntes lo poco que queda de mí, o a los que vean mis anuncios en los estados de WhatsApp y en los grupos de Compra-Venta de Facebook. Esta crónica no es una crónica, sino merchandising.

Oferto el portamina 07 que utilicé en la primaria, con ella escribí mi primera valoración de Maceo y me quitaron punto por no hablar de su intransigencia revolucionaria; el catre donde dormía en preescolar bajo la mirada de una seño, ahora, como dice el meme, pienso que debí aprovechar más esas siestas; y la bolsita de merienda en que llevaba un pan tostado en disco y un pomo con refresco Toki.

En ganga está un almanaque con santoral incluido, para aquellos que hayan perdido la fe. Igual se halla un montón de banderitas que me han dado en los desfiles por el primero de mayo y por el día de los mártires, y un póster de la Cerveza Cristal un poco comido por las cucarachas.

Casi te regalo por un precio irrisorio un viejo VCR en el que vi por primera vez el Hércules de Disney, que me enseñó que los héroes deben ir demasiado al gimnasio; tal vez por eso yo no soy un héroe, me falta motivación. También te doy con rebaja el DVD con que descubrí la pornografía y, por tanto, el sexo burdo de cuando un compañero me prestó un disco con una selección, en el que escribieron con plumón negro: «Muñequitos rusos».

En tus manos se encuentra adquirir mis libros de aventura, La Isla misteriosa, de Verne, por ejemplo, habla sobre un grupo de náufragos que deben sobrevivir con lo que puedan en un pedazo de tierra perdida en el mar. Quizá te sirva de manual.

Incluso, te dono un tratado de ginecología que perteneció a mi padre médico, donde observé por primera vez una mujer desnuda. Le acaricié el vientre al retrato y desde entonces el vientre de las damas, como los libros, me parecen frágiles y llenos de incertidumbres.

Te entrego un guante de pelota Rowling, con una firma falsa de Derek Jeter, que me trajo mi tío de Miami cuando mi padre quería que demostrara mi masculinidad en el terreno; pero, cuando bateaban fly,en lo que bajaba la pelota, me perdía en ensoñaciones (¿A qué sabría el helado de pepino? O si cuando creciera sería feliz) y nunca la atrapaba.

Puedes hacerte con las cartas de amor que me han escrito, todo ello por un precio razonable, debido a su valor sentimental por supuesto. En ellas me prometían que me querrían por siempre, nombraban a los hijos que nunca tuvimos, y pintaban corazones azaetados por Cupido que al final se desinflaron.

Esa enfermedad llamada amor

Por un monto muy pequeño puedes llevarte el batilongo floreado que usó mi madre en Maternidad el día de mi nacimiento; las zapatillas que usé en octavo grado, que como me quedaban grande hubo que ponerles algodón en la punta; la guayabera que mi padre nunca se puso, pero como buen cubano y guajiro siempre pensó que la utilizaría alguna vez y lo enterraron con traje.

Sin costo alguno te doy los apagones que me sobran, incluso te pago con mi salario de trabajador estatal para que te los lleves contigo. Esa oferta se extiende al espacio vacío de mi tanque elevado, porque hace dos días que no entra agua de la calle; a los mosquitos que imaginan que uno es un buffet; al calor que me hace creer que de verdad soy un bombón, porque me derrito de a poco. Con todo ello puedo hacerte un combo y, por favor, por lo que más quieras, aléjalo de mí.

En fin, si te interesan algunos de los objetos que puse a tu disposición, si eres un anticuario, un nostálgico de mier…, como yo, me puedes escribir al privado y te doy mi dirección; si no, te invito a recorrer la ciudad; más de uno en sus viejos garajes ha puesto su pasado en un mostrador.

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