Este 2024, Teatro de Las Estaciones celebró 30 años de la testarudez de quien se ha dedicado al arte sin importar comejenes y malos pagos. Merece mucha fantasía quien ha regalado una nevada de margaritas y azahares.
En 1994, el gris nos rodeaba y nos atrapaba: gris pared de edificio multifamiliar soviético, fondo gris del plato en que el arroz no alcanzaba para cubrir toda su superficie, el brillo tenue de los quinqués que solo lograban llevar a un tono gris claro, aunque alumbrara al máximo, la oscuridad de los apagones. Resultaba un período gris, pero preferimos llamarlo Período Especial.
En aquellos momentos estábamos tan necesitados de color que las personas pintaban las pantallas de su Krim 218 con azul de metileno para hacerse la idea de que todo no era así: marchito e insuficiente.
Unos días después del maleconazo, un punto álgido en la historia política de esa década, según cuenta Rubén Darío Salazar Taquechel, le solicitaron una función colorida que sirviera para de alguna manera colocar una luz entre tanta “grisura”, como una línea delgada de sol que se cuela por una ventana tapiada. Así en pocos días montaron ¡Viva el verano! Este sería el primer espectáculo de lo que se convertiría en Teatro de Las Estaciones.
Han transcurrido 30 años desde entonces; sin embargo, dicha agrupación continúa con el propósito de regalar sueños, cual niño que agarra un maso de rosas azules y príncipes negros y lo lanza al aire para imaginar cómo sería una lluvia de flores.
Desde los 90 para acá, la Isla ha dado bandazos, como galeón en mar caprichoso, pero ellos, como hicieron con su primer hijo —así Rubén Dario nombra a sus puestas en escena—, han intentado no detenerse a pesar de los ahogos económicos, de los naufragios sociales, del filo de la espada que obliga a caminar por la tabla abajo de la cual esperan los tiburones. En una entrevista realizada por el periodico Girón hace un tiempo atrás, Zenén Calero, Premio Nacional de Teatro y diseñador de Las Estaciones, confesaba que para él “el teatro era la mentira, pero la mentira bien hecha”; y a veces necesitamos que nos engañen, que nos regalen otro mundo, aunque lo fabriquen con papel maché o nos lo oculten dentro de una cajita forrada de tafetán.
Por lo bien que se les da “mentirnos”, hacer que nos creamos cuentos donde podemos llegar a la Luna si una hermosa niña suelta su trenza o en el lomo plateado de un conejo, realizaron este lunes 12 de agosto la gala Cuatro estaciones para un retablo, en el Teatro Sauto.
El espectáculo comenzaba con Iván García, uno de los actores veteranos del conjunto. Él cargaba un reflector y le preguntaba a los luminotécnicos si todo estaba preparado para iniciar. Con este quiebre de la cuarta pared, buscaban resaltar las peripecias y el esfuerzo que conllevaba el montaje de una obra. Querían dar a entrever la mano dentro del títere de guante, los hilos que sostienen a las marionetas. No obstante, este pequeño sketch supondría un presagio, un atisbo a este karma tropical y tercermundista nuestro.
A Iván lo sucederían varios actores más que se preocupaban por el sonido, la utilería para ofrecer la impresión de que se asistía a un ensayo y no a un show en sí. Para terminar, todos ellos se preguntaban dónde estaría Rubén Darío y respondían: “¡Donde todo comenzó!”, y señalaban a un camerino del Sauto.
La primera sede de Las Estaciones se halla exactamente donde los artistas indicaban: en un pequeño cubículo del teatro donde se mantuvieron por varios años hasta que el edificio entró en reparación. De ahí debieron trasladarse por varios sitios, como el Pedagógico o el Museo Farmaceútico. Salazar Taquechel cuenta a cada rato una anécdota en que Marcia Brito, directora de esta última institución, le preguntó cuántos camiones constituían la mudanza; él soltó una mentira piadosa —los actores saben mucho de esas— y le respondió que uno, pero se apareció con cuatro, repletos de muñecos y escenografías. Al final ocuparían, repararían y embellecerían con la estética particular de Zenén Calero lo que hoy conocemos como Sala Pepe Camejo.
En la gala, después de terminada esa pequeña introducción autorreferencial, correspondió un concierto. Lo conformaban cuatro partes dedicadas a una estación diferente. Participaron Lucelsys Fernández, Rochy Ameneiro, entre otros. En la última de estas, cuando la cantante lírica Bárbara Llanes regalaba un tema dedicado al invierno, un bajón de voltaje afectó una fase eléctrica del teatro, lo que apagó las luces y dejó sin alimentación a los micrófonos.
Ahí el pequeño acto de Iván de vaticinio se transformó en una triste verdad. Sucedía el imprevisto que, como aguacero de otoño en que al caer las hojas con nervaduras de bronce se desnudan los árboles de la ciudad, te hace preguntarte si no podía tocarle a otra ciudad, a otro grupo de teatro y otro instante en que no se festejara un aniversario.
No obstante, Bárbara Llanes repitió su parte a capela. A tal jornada de celebración y homenaje un chispazo no puede detenerla. Otra vez Las Estaciones enseñaba, por encima de todo, accidentes y nubes cargadas, sus deseos de expresarse.
Se hizo un intermedio forzado en espera de que regresara la fase caída. Luego, continuaría la proyección del documental Retablo de Sol y Luna, de Isabel Cristina López y Jorge Ricardo. El título del mismo aborda la dualidad que define al conjunto.
Esta proviene, incluso, desde sus dos ejes creativos: Rubén Darío en lo dramatúrgico y Zenén en lo estético, ambos con caracteres a primera vista opuestos. El primero, como un sismo de los que a cada rato ponen a temblar el altar de Santiago Apóstol en su tierra natal; el segundo, como el mar calmo de Boca Camarioca, donde los pescadores aguardan, con la misma tranquilidad del mar, a que piquen los pargos.
Dicha dualidad no solo se nota en ellos, también en la elección de sus proyectos. Estos van desde barrios barrocos, donde la identidad nacional se solea en una tendedera, hasta los zapaticos de rosa, que nos enseña que debemos ser marea que conmueva y no espuma fugaz. “Felices de estar aquí y allende los mares, acompañados estas tres décadas por la palabra reveladora de Martí, el duende de Lorca, la cubanía más allá de consignas, a puro pecho”, afirmó, en un post en su muro de Facebook, Rubén.
El documental recoge la trayectoria del conjunto escénico durante 30 años, con un tono introspectivo e intimista, como si miraras por una ventana la sobremesa de una familia. En el minuto 19, de los 42 que dura, ocurrió un apagón que no permitió continuar con su disfrute. Sin certidumbre de cuándo regresaría el fluido eléctrico, se suspendió la gala.
Mas, ello no podía detener el homenaje. Público, invitados y artistas se movieron al Salón de los Espejos del mismo Sauto, para terminar ahí el festejo y no quedarse con el sabor a cobre que dejan los apagones.
Allí, varias instituciones entregaron reconocimiento a Teatro de Las Estaciones: el Consejo Nacional de Artes Escénicas, la Dirección Provincial de Cultura, entre otros. Nadie, ni el que tumba los cataos ni el calor de una tarde en que los abanicos se agitaban como playa con gaviotas, impediría el agasajo necesario.
Ellos escogieron los puentes de la ciudad de Matanzas como retablo. Desde encima de los arcos sobresalen sus manos y las marionetas con sus pies de madera caminan sobre las aguas. Ellos rescataron a Pelusín de los rincones más espesos de los montes. Ellos le han puesto cabezas al títere para ofrecerle a su público no una bagatela de risa y olvido fácil, sino ideas con alas tan grandes como las de un niño intranquilo. Ellos, a pesar de los momentos y hombres grises, nos han regalado un montón de color.
¡Felicidades y que vengan muchas más estaciones para ustedes y lloviznas primaverales de flores de papel con hermosos poemas escritos!
Documental: Una gota de luz – Por TV Yumurí
Programa que aborda la vida y obra de Ruben Darío Taquechel, Director y actor de Teatro de las Estaciones
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