Buscar una buena serie puede volverse tan adictivo como con los libros o películas. ¿Pero qué tienen algunas, que con solo empezar captan nuestra atención y no nos liberan hasta que hemos vivido con los protagonistas sus luchas, victorias y derrotas? Dígase adicción y piénsese en Paquita Salas, de Javier Ambrossi y Javier Calvo, que cuenta las andanzas quijotescas de una representante de actores llamada Francisca, proveniente del pueblo español Navarrete, protagonizada por un hilarante Brays Efe.
Cualquier persona que conoce en el plano personal a este escribano entiende de su fijación por una comedia ya legendaria llamada The Office, cuyo formato ha sido utilizado en varias producciones posteriores. Allí, todos los personajes, protagónicos y secundarios, son víctimas de la encrucijada del dinero, de su búsqueda, a lo que se suma la incompetencia de un jefe que trata a sus empleados como amigos, un hombre solitario, un rey de la comedia anclado a su oficina. Esa es la esencia de este género, contar las desgracias con el filo de chistes inteligentes, la fusión del absurdo y el realismo con situaciones descabelladas.
Este mismo espíritu encierran otros programas que han impactado en el imaginario de cinéfilos y seriéfilos alrededor del mundo. El duelo es tratado en Fleabag durante toda su primera temporada y, cuando por fin la protagonista ha logrado superarlo, comienza otro arco dramático igual de perjudicial y liberador para ella. También está la popular The Bear, serie que muchos espectadores aún no entienden por qué siempre que aparece premiada en alguna gala lo hace como comedia y no serie dramática.
Se puede deber esto a la subvaloración del género cómico moderno, que encierra películas y series etiquetadas como inmaduras porque la gente no llora o grita desesperadamente en ellas. ¿Esas personas han visto The Bear? Porque la vida es una comedia gigantesca donde la gente esconde sus pensamientos y emociones, es el teatrillo donde personas de todo el mundo y distintas clases sociales actúan de acuerdo a sus circunstancias: la humanidad es una tragicomedia con siglos de experiencia.
Paquita Salas debe tener unos 50 años, varios problemas de salud e incapacidades para adaptarse al entorno digital, pero ella es símbolo supremo del género y destruye esa pared de humo que lo subvalora como “no serio”. Esta serie se cuenta con risas y lágrimas.
Ya desde la década de los 90 la señorita Salas enfrentaba contratiempos en su negocio, un fax que no funcionaba como tenía que funcionar, una asistenta que tampoco funcionaba como tenía funcionar… y era ella misma una persona que no funcionaba como tenía que funcionar. Porque a lo largo de la serie veremos dos Paquitas: la dura, de temple de acero, insensible, y otra con un corazón tan grande que no le cabe en el pecho. Es magia lo que crearon Los Javi (así se les conoce en España y el mundo a Ambrossi y a Calvo). Dígase tridimensionalidad y remítase a Paquita Salas, representante de actores.
Pero las odiseas de esta mujer se extienden hasta nuestros días, precisamente al año 2016, donde canónicamente comienza la serie. Todo sigue igual al parecer. Paquita ahora tiene problemas con los mails, con el spam, con el domain de su página web, con los haters, con los jagtags, y con su nueva asistenta. Asistenta encarnada por nada más y nada menos que Belén Cuesta, quien se convierte en la otra mitad del programa. Torpe, miope, una fashion victim (evidentemente), casi drogadicta, pero es sobre todo una de las mejores amigas que se han escrito jamás. No habría Paquita Salas sin Magui.
A este dúo se van uniendo otros personajes que, cada uno por su lado, podrían protagonizar un show aparte. Yolanda Ramos hace de Noemí Argüelles, una vendedora de productos para la piel, prófuga de la justicia y, además, encargada de llevarle las redes a Paquita. Lidia San José hace de ella misma, de estrella infantil española que sigue actuando. Belinda Washington como Belinda Washington, a su vez, tiene algunos de los momentos más graciosos que he visto en mi vida, teniendo que pausar varias veces porque es una actriz 360. Y más, muchos más, entre cameos y apariciones episódicas podríamos estar hablando horas.
¿Cómo llegó a mí la serie? Pues por un reel de Instagram. Así empezó todo. Era una parte de la tercera temporada que me agradó y me recordó que tenía guardada Paquita Salas entera en mi disco duro. Fue la mejor madrugada de la semana pasada. Tres temporadas, las dos primeras con cinco episodios y la última con seis. No sabía qué hacer después de terminarla, no quería ir a dormir, no quería hacer otra cosa que no fuera estar allí con estas chicas riéndome, tomando unos chupitos, comiendo unas tapas, cuchicheando. Estuve unas horas en España sin salir de mi cuarto.
¿Que por qué me gustó tanto? Pues porque es el trago más agridulce que he tomado en mucho tiempo. La fusión perfecta que hace entre humor y drama es algo que no veía desde Fleabag. El sentimiento de vacío o euforia que te dejan muchos de sus episodios se borra cada vez que pulsas el botón de “siguiente”. Es ahí cuando te das cuenta de que Paquita es una fuerza motriz, capaz de inspirar a millones en todo el mundo, y obliga al espectador a querer ser mejor. Es imposible de explicar con palabras, es algo que debe vivirse, porque esta serie es una zona de confort.
Todos somos vivientes de historias desde que nacemos hasta que morimos. Y hay un momento en Todo sobre mi madre (sí, de Almodóvar) donde Cecilia Roth, Penélope Cruz, Marisa Paredes y Antonia San Juan conversan tranquilamente en un sofá. Eso es Paquita Salas. Una tarde perfecta en la que no tienes nada más que hacer, solo tomarte un buen vino con los amigos y contar aventuras y desventuras. Llorar un poco, hablar de hombres, o de mujeres, ¡cualquier cosa!, pero hablar, reír… (Por: Mario César Fiallo Díaz)