17 campanas y un minuto de silencio. Fotos: Ramón Pacheco Salazar
Hay dolores que no son pasajeros, que se te meten en el cuerpo, en la memoria, y se quedan ahí. Entonces uno cree que se marcharon, porque de tan callado y escondidos, no los sientes.
Sin embargo, de repente, un fenómeno cualquiera: una tarde en que te tomas unas cerveza por el calor y notas que al otro lado de la mesa él no está, ciertas esquinas y algunos silencios.
Este miércoles en la mañana una columna de humo blanco en el horizonte de Matanzas, en dirección a la Zona Industrial, nos recordó una vieja pena o una pena a secas, porque, aunque se oculte dentro de uno y parezca que no se encuentra ahí, permanece.
Un mayo que nos dejó a deber tres o cuatro aguaceros, resecó tanto el suelo como el cielo y la yerba seca prendió y el humo, el espantoso, subió y a muchos se les erizó el alma al recordar las primeras jornadas de agosto del 2022.
En la tarde de ese mismo miércoles en el Museo de bomberos Enrique Estrada se realizó, como cada mes, la ceremonia para rendirle culto y homenaje a los caídos en el incendio de los Supertanqueros.
Después de un minuto de silencio, las 17 campanas que cuelgan, donadas por el artista Jorge Salomón, de los travesaños del techo de la vieja estación repicaron para que esos que no regresaron del fuego supieran que aquellos que los quedamos les debemos, en parte, la sobrevida y que la valentía nunca se pagará con olvido.
Esta ceremonia que con la repetición de a poco se transforma en ritual, bajo los ojos de la Virgen de los Desamparados, santa patrona de los Bomberos, contó con la presencia de familiares de los fallecidos, niños de los círculos de interés del Museo y otros invitados.
Canciones y poemas sirvieron por parte de los más pequeños funcionaron también como canto luctuoso y de fe. Esta actividad que se efectúa con frecuencia, en esta ocasión poseyó un significado diferente al celebrarse el 6 de junio el aniversario 63 de la creación del Ministerio del Interior.
El humo en una costilla de la bahía otra vez nos recalca que existen heridas que nunca sanan del todo, que nos dejan expuestos en carne y espíritu. Solo a través del ejercicio cotidiano del vivir podemos sobreponernos.