Hace más o menos un año viví una tarde especialmente feliz, Los tres mosqueteros: D’Artagnan había caído en mi poder. Versión original, subtitulada. Fue como volver a sentarme ante Cine de Aventuras, en el canal 28. El primer acto funcionaba de maravilla; el segundo, todavía mejor; y el cierre, espectacular clímax aparte, enlazaba con la futura secuela de la manera más estimulante posible. Sabía que Milady me esperaría on garde, como de una página a otra cuando leía y releía la novela, y finalmente he sido presa voluntaria de su emboscada.
El Cinematógrafo: Los tres mosqueteros (2023)
Hay que andarse con ojo cada vez que Eva Green se pasea por la pantalla. Lo mismo urde un trío para Bertolucci, que enamora al agente secreto más gélido del Casino Royale. ¡Hasta Athos (Vincent Cassel) se arrodilla a sus pies! Es una de las divas más inquietantes y sensuales de este siglo, y por ello celebro verla en el corsé de la femme más fatale de la literatura: Milady de Winter, que antes ha sido Milady de Dunaway, Milady de Mornay, Milady de Jovovich… También por eso, y porque el final huele a trilogía para la eternidad, quiero más de ella.
Cualquiera que la haya visto en Sin City: Una dama para matar (2015) sabe de qué niveles de seducción letal hablo cuando me inconformo con su reinado titular en esta película, pero al mismo tiempo agradezco que a una actriz tan buena le haya tocado hacer de esta Milady fuera del estereotipo carnal. Prefiero a Dunaway, pero como D’Artagnan debatido entre dos amores, igual cedo ante Green. Sus ayudantes de cámara, los guionistas Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, la han dejado muy atractiva.
Nunca creí, lo juro por Dumas, que esta versión dividida en dos (y se habla de continuidad en formato serie, por lo visto sobre el primer mosquetero negro que existió y cuya recreación ya aparece aquí) me dejaría tan satisfecho, como el gusto a vino de Anjou en los labios. Aunque aún esté reciente, sé que es de las que no se olvidan y, más aún, cumplen la bendita función del entretenimiento. Bonita palabra, entretenimiento. Hay que defenderla a sangre y fuego, a película y texto.
Mi principal preocupación, acrecentada tras haber disfrutado D’Artagnan y en espera de Milady, era un elemento con el que suelen autosabotearse los encargados de entretener, sobre todo desde que las novelas más enérgicas y vivaces han sido adaptadas de las maneras más enérgicas y vivaces: el realismo. La intromisión del realismo en el género de aventuras me asusta muchas veces, pues de pronto a una cabalgada apasionante le sigue una escena de iluminación monasterial en la que no se distingue nada, o un básico y sublime juramento de sangre hace interferencias con una verborrea perfectamente excluible del guión. Ha pasado muchas veces: empiezas una de capa y espada y terminas con un timo.
Y he aquí, para mi contento, una trama llena de política, ¡que incluso clausura con un juicio!, y una fotografía a menudo oscura, y un trasfondo psicológico turbio entre algunos personajes, que para nada han empañado el ritmo imparable ni la belleza emergente de cuanto los adaptadores se han atrevido a agolpar. La cámara, tan cuidada como los parlamentos. La complejidad argumental, muy pulida. El ímpetu aventurero, constante. El humor, presente. La sensualidad, latente. En suma, un producto que cumple de sobra en varios frentes y para tal fin asume riesgos con entereza: estéticos, argumentales, interpretativos. Logrado lo anterior, bien que pueden permitirse hasta un destello a lo Scorsese con esos hugonotes crucificados en el mar.
Existen un par de antecedentes formales del díptico dirigido por Bourboulon. Tanto Bernard Borderie en los 60 como Richard Lester en los 70 estrenaron en doble segmento cada uno sus propias épicas mosqueteriles: la primera no he conseguido verla; la segunda es mi adaptación favorita, y para mí mejor, del primer libro que Dumas padre dedicó a D’Artagnan y compañía.
Casualmente, considero su segundo segmento, subtitulado La venganza de Milady, la cúspide. Ello me sucede con Milady, con la diferencia de que en aquel caso la fidelidad al original literario era notable y en este se hace un ejercicio opuesto, así que podríamos estar hablando horas de su valor como adaptación literaria entendida desde la infidelidad y no por ello desdeñable.
Por demás, prescindiendo del pobre D’Artagnan (François Civil), los tres mosqueteros con los que Dumas decidió titular su obra, para quienes no siempre hay un trato proporcionado cuando se les lleva a la pantalla, aquí son realmente tres. Quiero decir con esto que constituyen, a nivel individual, personajes complementarios y dotados de voz propia, lejos de la ornamentación combativa de fondo de otras ocasiones en que se supeditan al protagonismo en cámara del gascón. Se les inventan las subtramas necesarias para darles más presencia en momentos de comicidad o preocupación alternables, y los actores disponen de tiempo y espacio para llenar sus propios planos con la gracia y el talante de cada cual.
En cuanto al “cuarto mosquetero”, aunque Civil no se bata en la línea de Douglas Fairbanks, Gene Kelly o Michael York (sus predecesores por excelencia, tal vez, con perdón del crepuscular y excelente Michael Byrne de El hombre de la máscara de hierro), el joven galán tiene el mérito de resistir comparaciones inevitables.
Últimamente nos hemos habituado a dartañanes sin mucha personalidad, tan marionetas en la interpretación como el personaje en la acción, y él al menos transmite verdad mientras huye de una mazmorra, empuña una espada o se seca al fuego en la misma cueva que Milady de Winter. Esa es la otra cuestión: ¿cuántos conseguirían sobrevivir en el plano junto a una actriz tan arrolladora como Eva Green en esta película?
Bueno, es innegable que entre los privilegiados, sin que medie una interpretación particularmente esforzada, figura Lyna Khoudri, la Constance Bonacieux de esta tragedia… porque siempre que sale Constance Bonacieux nos acordamos de que esta historia es también una tragedia, con todas las de la ley, al margen del fresco geopolítico y la exaltación de la amistad. Cuidado, estoy entrando en terreno spoiler, y no precisamente del que pudieran presumir los conocedores de la novela, sino del relativo a un dato logrado con lenguaje cinematográfico.
Vuelvo a Constance, la adorable cortesana, y el porqué de mi admiración hacia su aporte al drama. Sí, la damisela en apuros de siempre se convierte en el ser humano de nunca, pero tampoco de un modo en que su fragilidad desaparezca y una fémina empoderada se eleve a la altura de Milady en la conjeturable confrontación final: al contrario, es que aquella desciende a la suya.
Como si anhelase ser su igual, carecer de malicia, rebosar de pureza, la mujer madura mira a los ojos de la inexperta en uno de los contactos visuales más emotivos que dos actrices han sostenido ante los míos. Las pupilas de Eva Green están cruzadas por una súplica desgarrada, la misma a la que su confesora decide responder con un heroísmo comparable al de su devoto mosquetero.
Pareciera que las llamas de sus días junto a Athos se han extinguido, que su manipulación sobre D’Artagnan encerrase no poco afecto, pero el verdadero amor que redime a Milady ocurre allá arriba, en lo alto de la torre del palacio de Buckingham, a pocas horas de ser llevada al cadalso, cuando acaricia el rostro de esa chica cuya vida desiste de cercenar, cuyas manos besa en la penumbra del encierro, ante cuya humanidad se rinde sabiendo que no podrá igualarla…
A lo mejor tenemos más adelante una tercera entrega de este folletín inmortal y sus andadas continúan sorprendiéndonos y cautivándonos, pero estoy seguro de que Milady siempre guardará dicho recuerdo entre todo su dolor. Marcado al rojo vivo en su memoria, como la flor de lis en la piel de las fulanas. Como guardo yo este diamante en mis arcas.
FICHA TÉCNICA
Título original: Les Trois Mousquetaires: Milady; Año: 2023; País: Francia; Dirección: Martin Bourboulon; Guión: Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière; Fotografía: Nicolas Bolduc; Música: Guillaume Roussel; Reparto: François Civil, Eva Green, Vincent Cassel, Romain Duris, Pio Marmaï, Lyna Khoudri, Louis Garrel, Vicky Krieps; Duración: Una hora y 50 minutos.