En fotos de época: Lorca en Monserrate.
Domingo, 13 de abril de 1930. Federico otea el horizonte desde la explanada. Ya casi se oculta el Sol, pero las últimas luces del día son suficientes para que el verdor aceitunado del valle se quede grabado en sus pupilas.
Una voz a sus espaldas, no logra distinguir de quién, le dice algo así como que los atardeceres de Oriente son harto mejores que aquel que acaba de presenciar. Federico en un principio no sabe qué responderle: la belleza circundante no le permite articular palabra alguna.
Luego de un largo silencio, anuncia: «iré a Santiago», con intenciones claramente comprobatorias. «Ver para creer», está a punto de agregar, pero se lo reserva.
«Ya se hace tarde», se le oye decir a una voz femenina, y Federico repite para sus adentros la frase que acaba de pronunciar: «iré a Santiago, iré a Santiago», mientras camina de regreso hacia la Ermita.
Federico García Lorca, poeta y dramaturgo de mayor influencia y popularidad de la literatura del siglo XX español, visitó nuestra Ermita de Monserrate una apacible tarde de abril, allá por el año 1930. Es este un pasaje poco conocido de la historia local, que dejó en Lorca un impacto mayor del que muchos podrían imaginarse.
Federico había llegado a Cuba poco más de un mes antes, el 7 de marzo, invitado por Fernando Ortiz y José María Chacón y Calvo para impartir una serie de conferencias al público habanero. Mas, el asombro del poeta granadino por la mayor de las Antillas terminó siendo tal que su estancia en tierras cubanas se extendió por 98 días, y fue a dar con sus ponencias hasta otras ciudades del país, entre ellas Cienfuegos y Santiago de Cuba.
Sin embargo, no fue con fines pedagógicos que Lorca visitó el territorio matancero, sino todo lo contrario. Federico llega a la Atenas de Cuba de la mano de sus amigos María Muñoz y Antonio Quevedo, quienes insistían en que el poeta no podía marcharse de la isla sin conocer dos de sus paisajes más auténticos: la playa de Varadero y el valle del Yumurí.
De Varadero, cuentan que Federico se llevó una grata impresión, al punto de que confesó no haber visto jamás una playa más bella. Además, tuvo lugar una coincidencia bastante inusitada, pues el autor de La casa de Bernarda Alba contó a sus acompañantes que de niño había visitado una playa de igual nombre en Motril, España.
Ya entrada la tarde, la comitiva se dirigió hacia Matanzas, con el objetivo de contemplar el atardecer yumurino desde la Ermita de Monserrate. De dicha visita se conservan cinco fotografías, en las que se observa al mártir español compartiendo con un grupo de niños, entre ellos los hermanos Lydia y Orlando, de quienes Lorca se llevó un «sensible recuerdo».
En su libro póstumo Poeta en Nueva York, escrito justo antes de su visita a Cuba, Federico plasmó la rabia acumulada luego de conocer las difíciles condiciones de vida de las comunidades afrodescendientes neoyorquinas. Abrumado, decidió al llegar a la isla no dejarse engañar por las rutas turísticas y convivir con el pueblo cubano, principalmente con los negros, junto a quienes protagonizó historias como la de los pequeños Lydia y Orlando.
A continuación, se reproducen dos de las instantáneas tomadas aquella tarde. Las inscripciones que se observan están destinadas a Chacón y Calvo, quien había sido operado de urgencias el día anterior, a causa de una apendicitis. A la mañana siguiente, el mismo doctor que le salvó la vida a don José María le extirpó a Federico unos lunares de gran tamaño, por los que el poeta se sentía muy preocupado.
El poema que Lorca le dedicó a la Llave del Golfo, Son de negros en Cuba, fue escrito justo después de su visita a Matanzas. Cuentan que su famoso estribillo, «iré a Santiago», surgió a partir de una conversación que tuvo lugar en Monserrate, cuando trataron de convencer al granadino acerca de la supuesta superioridad de los atardeceres orientales con respecto al crepúsculo que acababa de contemplar.
¿Qué hay de real o de mito en esta anécdota? Imposible saberlo. Eso sí, algo queda claro, y es que el encuentro de Federico García Lorca con el valle del Yumurí constituye, sin lugar a dudas, una de las vivencias que llevaron al poeta a afirmar que «esta Isla es un paraíso»: el lugar donde pasó los días más felices de su vida. (Por: Humberto Fuentes)
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