Carpentier conversando. Foto: Walfrido Ojeda
¿Quién que lo haya leído no sintió el estremecimiento de una revelación sublime? Cuando Ti Noel, siendo ya «un cuerpo de carne transcurrida», comprende algunas verdades, estas se nos quedan para el resto del viaje propio:
« (…) la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas (…) agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo».
Con la novela de 1949 que toma como título ese último poderoso sintagma, Alejo Carpentier inauguró una nueva forma no de escribir, sino de ver la realidad de estas tierras feraces y muchas veces denostadas desde la visión eurocéntrica.
Tal mirada no solo era incapaz de comprendernos, sino además de contarnos con justicia. Carpentier anhelaba plasmar esa presencia y vigencia de lo real maravilloso, que es patrimonio de la América entera.
Aunque nacido en Lausana, Suiza, era rotundamente cubano. A pesar de cierta imagen estereotipada que se ha construido sobre su persona, testimonios de quienes lo trataron revelan una personalidad abierta, cuya sabiduría no era óbice para el intercambio de a iguales, sino una ventaja para entender al otro y también la realidad.
La Pupila Asombrada
El mestizaje de lo real maravilloso americano desde Alejo Carpentier a las rebeliones de hoy
Justo por eso supo que, «por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías», y a ese pozo se lanzó.
Cultivador de la arquitectura, de la música y del periodismo, sabía que lograr la forma justa es más un severo ejercicio de poda, que de volcar sobre el papel todo lo que se sabe o se puede.
Los pasos perdidos, El siglo de las luces y La consagración de la primavera son otros títulos que demuestran el alcance de su capacidad para contar la historia y las vidas –con un equilibrio que admira– y todo aquello maravilloso por real «que se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados».
Carpentier no se alojó en la cumbre de sus glorias, ni en el estilo cada vez más trabajado donde el idioma era casi un ser vivo; así como en sus ficciones, lo humano le fue importante y le preocupó el destino común de la gente. También se impuso Tareas, y trabajó por el proyecto revolucionario, con desprendimiento.
A 44 años de su muerte, es un privilegio indudable que él haya dado, desde la identidad cubana, su máxima medida. (Texto: Yeilén Delgado Calvo/Granma)
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