No sé exactamente cuántos años llevaba sin su pierna izquierda, pero, por la destreza con la que se desplazaba dentro las cuatro paredes convertidas en su mundo, debieron ser bastantes. Creo que alguna vez José Ángel Penichet González me comentó la edad en que cayó por el barranco mientras cultivaba la tierra, alejado de toda civilización; mas no lo recuerdo.
Solo archivé aquella descripción exhaustiva de las horas en que estuvo en el fondo del precipicio, sintiendo que cada suspiro iba a ser el último, detalles que luego acompañó de la sonrisa jovial y el optimismo desbordante: “nada, mírame aquí, sin tomar ni una pastilla para un dolor ni padecer achaques de vejez. ¡Estoy entero!”
Fregaba su loza, arreglaba la cama, sabía acomodar sus ropas entre las zigzagueantes goteras tras cada aguacero y limpiaba el suelo si se desparramaba el agua. Solo dependía de alguien para alimentarse, y eso porque su prótesis dejó de acompañarle para subir y bajar las lomas de la ciudad, porque de lo contrario ¡otro gallo cantaría! Por muchos años permaneció casi invisible ante la sociedad. ¡Qué lástima! Tenía tanto para enseñar. Descanse en paz, amigo. (Fotos: Raúl Navarro)
Sí, Descanse en Paz … extremadamente triste la situación en que vivió…