Crónica de domingo: Sin nada mejor que hacer, chupemos mango

El mango se come con las manos y sin finuras. Nunca he entendido a los que utilizan un cuchillo y un trapo para no embarrarse. Así no se disfruta por completo, porque siempre quedan en la semilla pedacitos de pulpa por aquí y por allá que no puedes cortar y cuando se chupa mango, asere, la semilla debe quedar sin un pedazo de carne intacta.

Le clavas los dedos a la corteza y de a poco lo encueras. No importa donde caigan las tiras de cáscara, si al lado del retrato de bodas o encima de la pantalla de la laptop que quedó pausada en el mismo momento en que Sharon Stone cruza las piernas en Instinto Básico.

En dicho instante, no hay paciencia para ocuparse del orden y la limpieza. Cuando delante de ti encuentras toda esa pulpa suave que sabes que, al guardarla en tu boca, con el más mínimo roce comenzará a soltar los jugos. Al apretarla con tus labios, le quedarán las marcas de estos, la aprietas de nuevo y cruzas otra marca encima de la primera, hasta que se llene de cruces la pulpa y tú de almíbar.

A esa hora que no me toque la puerta el cobrador del agua o el vecino para pedirme el sancocho o el de la cotización, que no abriré. Cuando se comienza a chupar mango, puede estar incendiándose la casa —porque con el apuro se me olvidó apagar el fogón donde calentaba el agua para bañarme, pero no aguanté esta tentación primaria—, que, si muero, lo haré con sabor a ti, y si no podemos terminar, imagino que en el purgatorio habrá camas o, por lo menos, una silla.

Con la primera mordida comienza la chorreadera. El jugo baja en dos hilos desde las comisuras de la boca y se juntan en el mentón y de ahí saltan hasta tu pecho y de ahí descienden por tu vientre y por tus muslos. Se junta el jugo con tu sudor, lo salado y lo dulce —festín de hormigas locas, la sal de la vida— y en un punto no sabes distinguir tu olor y el sabor del suyo.

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“El que no se embarra no goza”, porque es como temerle a lo humano que, normalmente, no resulta limpio y puro. Aún conservamos parte de nuestra naturaleza animalísima, que se mezcla con lo racional.

Por eso, al contemplar el mango que me gusta, y que yo le gusto, incluso con la cáscara aún puesta, aunque tenga manchitas o esté todavía un poco verde —las características de la fruta no resultan lo esencial, sino el deseo de meterle el diente—, comienzo a salivar y tengo pensamientos de depredación y depravación.

A veces, uno se sube en la mata a buscarlos y otras el viento los tumba y los pone a tus pies. Es muy triste recurrir a la horquilla todo el tiempo. El dolor en los brazos después resulta demasiado molesto.

Sin nada mejor que hacer, chupemos mango, que es saludable para el cuerpo y para el alma.

Cuando nos quiten la corriente y no podamos saber quién es hijo de quién en la novela brasileña, corramos para el viandero. Para cuando dejemos la semilla limpia, lo más probable es que estemos empapados, porque eso sí, mira que uno suda en esas labores y sin un ventilador, por lo menos a tu disposición, y con los calores de esta Isla, donde el fresco lo consideramos bendito, no sabes si te vienes o te vas al concluir la embarrazón.


A oscuras 

Estoy a oscuras otra vez y me muevo al rozar con la yema de los dedos los diferentes objetos —se me han perdido el norte y el este—, al adivinarles los contornos.


Les juro que no entiendo esta fama latina nuestra de chupadores de mango. Creo que en los países fríos sería menos riesgoso. Allá no debes temer irte de un sofoco; pero supongo que allá tienen menos tiempo libre que nosotros. Además, el mango es de aquí. Las manzanas las puedes devorar como un lord, sin ensuciarte, un mango no. Para comerte un mango debes bajar a la tierra con los obreros portuarios, los guajiros y los truhanes.

Si has tenido un día pésimo, porque elegiste mal el aguacate en la carretilla, porque no aguantas una guayaba más, porque la papa no ha llegado a la placita o te has cansado de ciertos plátanos que se hacen los machos y son burros, entonces, vete a chupar mango. Quizá no resuelva tus problemas; pero, por lo menos, te relajas un poco. (Ilustración: Carlos Daniel Hernández León )

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